

La renuncia de varios congresistas a sus partidos políticos puede parecer sorpresiva, pero es más normal de lo que se cree.
Juan Pablo Milanese*
Juan Guillermo Albarracín**
Las renuncias
Cuatro congresistas de distintas orillas políticas han renunciado a sus partidos en estos últimos días: Roy Barreras, Armando Benedetti, Jorge Robledo y Rodrigo Lara. Seguramente, la lista no se detendrá ahí.
Estas renuncias llamaron la atención de los medios de comunicación y dieron lugar a debates sobre:
- la coherencia de los congresistas que decidieron dejar sus partidos;
- el cambio de pesos relativos en las bancadas, y
- la posible desaparición de algunas de estas colectividades.
Pero este reacomodamiento no debería causar sorpresa. Las bancadas que se consolidaron después de la Reforma Política de 2003 no se caracterizan por su capacidad de centralizar recursos de poder cruciales para el éxito electoral de políticos ambiciosos. Más bien lo contrario: la mayoría de las bancadas actuales son endebles, y dependen de grandes personajes para sobrevivir electoralmente.
¿Qué significan estas renuncias para la política nacional y, en particular, para el 2022?
¿Para qué los partidos?
En Colombia, con unas pocas excepciones, las bancadas no significan mucho para los votantes y mucho menos orientan significativamente el comportamiento electoral del grueso de los ciudadanos.
En este sentido, no es raro que un congresista pase de un partido a otro, inclusive si se trata de un salto aparentemente “radical”, como el de Benedetti, que pasó del Partido de la U a Colombia Humana.
Esto se debe a la poca influencia que los partidos tienen sobre los votantes. De hecho, la mayoría de candidatos tienen sus propias maquinarias o un reconocimiento individual que les permite recaudar votos con independencia del partido al que pertenezcan.
la mayoría de las bancadas actuales son endebles, y dependen de grandes personajes para sobrevivir electoralmente
En realidad, las bancadas apenas les ofrecen avales a sus miembros. Por eso, muchos candidatos ven la pertenencia a un partido como un requisito formal para acceder a cargos públicos.
En definitiva, los partidos son instrumentos temporalmente útiles, pero que se intercambian o se descartan con la misma facilidad con la que se los elige.
Cambio y estabilidad en el sistema
Si esto es así, ¿por qué todavía tenemos un sistema de partidos? A mediados de la década pasada, se expidió un conjunto de reglas electorales que incentivan a los políticos a agruparse en partidos razonablemente “grandes” y que sancionan el transfuguismo —aunque no muy efectivamente—. Estas reglas le dieron al sistema una relativa estabilidad.
Sin embargo, detrás de esta relativa estabilidad en los nombres de los partidos y sus miembros se esconde un alto grado de variabilidad de la competencia. Esto no quiere decir que el comportamiento de algunos votantes no tenga un cierto grado de consistencia y predictibilidad. Quiere decir que los partidos no son los que le dan estabilidad al sistema.
En este marco, la política partidaria colombiana está entrando nuevamente en un escenario de transición, caracterizado por un reacomodamiento de políticos con cierto reconocimiento en la arena nacional. Esto rompe con un período de estabilidad relativamente largo.
La heterogeneidad de bancadas e intereses en los partidos, sumado al oportunismo de una parte significativa de sus miembros, ha hecho que algunos dirigentes políticos busquen nuevas organizaciones.
Indiscutiblemente, este reacomodamiento afectará a las distintas bancadas. Sin embargo, si tenemos en cuenta que las lealtades electorales tienden a no centrarse en ellas, sino en sus candidatos, es probable que los ciudadanos sigan votando para cargos legislativos de forma similar a como lo han hecho hasta ahora.
Un análisis con lentes regionales
En Colombia, “la opinión ilustrada” reconocida en el debate público durante mucho tiempo estuvo casi exclusivamente en Bogotá. Por eso, es común que el análisis de la competencia electoral y la política en general se centre en la capital. Pero esto impide ver otros fenómenos importantes en la política regional.
Aunque en los últimos años ha habido una aparente estabilidad en el Congreso, cuando se sigue atentamente la política local en Colombia, se hace evidente que la competencia electoral es menos ordenada de lo que parece.
Sin duda, la política que se hace en el Congreso se inscribe en la misma lógica de la política electoral local. Allí, los votos no se deciden por la pertenencia a un partido ni por la disputa por la presidencia.
En muchas regiones, los candidatos han logrado construir —con mayor o menor éxito— maquinarias centradas en su propia figura. Si bien pertenecen a un partido, esta filiación es apenas un requisito legal y —en el mejor de los casos— puede ser una estrategia para establecer contacto con políticos de otras regiones.
La exgobernadora del Valle del Cauca, Dilian Francisca Toro, es un perfecto ejemplo de lo anterior. Su movimiento político, Nueva Generación, representa una poderosa maquinaria electoral, capaz de elegir varios congresistas.
Si bien Toro es una reconocida dirigente y ahora directora única del Partido de la U, no depende de él. Por ahora, el Partido de la U ha sido un vehículo útil para realizar sus ambiciones y la conecta con otros personajes importantes de la política nacional. Pero esto podría cambiar rápidamente —aunque no en el corto plazo— sin que sea ¨traumático¨ para ella o para el movimiento que lidera.
A nivel local, se ha documentado ampliamente cómo las organizaciones políticas usan simultáneamente a distintos partidos. Dividir su caudal electoral en múltiples listas partidarias suele ser una estrategia bastante efectiva a la hora de diversificar riesgos y de maximizar el número de escaños obtenidos.
De hecho, quienes estudiamos la política subnacional sabemos que no podemos conformarnos con mirar etiquetas formales. Es necesario analizar la competencia electoral, más allá del nombre del partido al que pertenece el candidato.

Lea en Razón Pública: ¿para dónde van los partidos políticos?
Otro reacomodamiento
Si analizamos las elecciones para el Congreso desde una perspectiva más regional, encontramos que desde hace tiempo los aspirantes al Senado han hecho alianzas informales con candidatos a la Cámara que pertenecen a otros partidos.
También es común que, durante las elecciones municipales y departamentales, los congresistas hagan las alianzas más inesperadas con líderes locales.
Por eso, lo que para algunos podría parecer hoy un escandaloso caso de doble militancia o el ocaso de los partidos, es muestra más bien de la realidad de la competencia electoral, que desde hace mucho tiempo no se rige apenas por líneas de división partidarias.
En este sentido, los hechos recientes no son más que un reacomodamiento formal de dirigentes políticos nacionales; un gesto que es mucho más frecuente en la política de los municipios y los departamentos.
Roy Barreras, por ejemplo, fue una figura central detrás de la creación del movimiento Colombia Renaciente y en las recientes elecciones locales en el suroccidente muchos de sus candidatos “afines” se lanzaron por este partido. Por eso, su salida del Partido de la U es un paso obvio.
Desde hace tiempo los aspirantes al Senado han hecho alianzas informales con candidatos a la Cámara que pertenecen a otros partidos
En el caso de Benedetti, su acercamiento a Colombia Humana responde a una estrategia de enclave en la costa atlántica. Agotada la opción del Partido de la U, el apoyo de Petro le da aliento en una zona que es, prácticamente, monopolio de los Char. Además, le permite entrar con más fuerza en un territorio donde tiene potencial electoral, pero donde necesita el apoyo de dirigentes locales.
En síntesis, el cambio político que se avecina no significa una transformación profunda de la política colombiana. Para comprenderlo y darle su justa proporción, es necesario mirar a los municipios y los departamentos. Así no nos sorprenderá “lo obvio”.