Las libertades de prensa y de expresión vuelven al centro del debate a raíz de los comentarios del candidato presidencial en Twitter.
Mario Morales*
Un ataque inaceptable
Gustavo Petro atacó la libertad de prensa en su cuenta de Twitter; su trino fue desproporcionado e injustificable.
Las libertades de prensa y de expresión son derechos inalienables. Es preferible una prensa desbordada a una prensa controlada. Punto. No debería haber discusión al respecto. Aquí debería acabar este ensayo periodístico.
Pero la discusión es sobre el trino y cómo estigmatiza a un medio y al autor de una publicación. Y eso sí es condenable. La confrontación podía haberse evitado. El escrito al cual aludió Petro era deficiente, pobre en razones y excedido de generalidades, prejuicios y posverdades. Fue elevado a la categoría de diatriba de manera necia, mediante prejuicios y posverdades.
Lo mismo sucedió con el infortunado trino de Petro, que tampoco resiste análisis y que merecer ser criticado por degradar la réplica, pauperizar el discurso e instalarse en la categoría de discurso de odio contra un autor que no se identificara aquí, para luchar contra las expresiones fáciles que pretenden figurar y viralizarse, y contra un medio que, como todos, tiene derecho a una posición ideológica.
Este error aumentó la difusión de un opinador sin mayor visibilidad y lo convirtió en “enemigo”. Pero también se convirtió en un atentado contra las libertades de prensa y de expresión, elementos que pregona la democracia y que son garantes del ejercicio de contrapoder.
No es claro por qué el candidato tuvo esa reacción. ¿Fue un acto de arrebato o de furia descontrolada? ¿Fue un mensaje a Bolívar para que entendiera a Santander? ¿Fue una demostración de lo que piensa el candidato sobre la oposición? ¿Quiso sentar un precedente para acallar críticas? ¿Fue una manera de azuzar el instinto y el alma colectiva de sus seguidores? ¿Se lo escribió un asistente más petrista que su líder?
Existían muchas formas de contrarrestar el efecto de la manida columna: Petro hubiera podido solicitar una rectificación, hacer una réplica, emprender una acción judicial por calumnia o injuria, y sobre todo dar a conocer su programa en relación con las críticas planteadas.
Pero escogió la más fácil y la más peligrosa: la descalificación, la estigmatización y el hostigamiento de quien expresó su sentir y que es la forma de pensar de un amplio espectro de las corrientes de opinión del país.
Así desaprovechó una oportunidad de oro para exhibir el dominio personal, la apertura al debate y una respuesta ponderada y profunda frente a la desinformación publicada, algo que hizo en otras ocasiones con pares que lo descalificaron.
Por eso tienen razón quienes rechazaron el trino del candidato. Parafraseando a Borges: hay momentos en los que la suerte de un ser humano, independientemente de sus creencias o prejuicios, es también la suerte de un medio, del oficio mismo y de la democracia que los avala.
Por eso resultó adecuado el pronunciamiento de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), donde exigió al candidato que se disculpara públicamente y les pidió a los protagonistas de las elecciones presidenciales que se adhieran al respeto por la diferencia, la tolerancia a la crítica por desajustada que sea, y el compromiso a ultranza con las libertades democráticas.
Un problema global
La desafortunada reacción de Petro contamina aún más el ya deteriorado ambiente político. Las masas de seguidores y opositores cierran filas a ojo cerrado, adoptan posiciones sectarias sin discursos calificados y pasan del fanatismo a la violencia verbal.
Estos factores dificultan el acceso de las personas a la información de calidad sobre los candidatos presidenciales, algo que repercute en la elevada abstención electoral. Además, aumentan la desconfianza de los ciudadanos en los medios y los periodistas en una época de desinformación; como diría Javier Darío Restrepo, hoy los medios son tan necesarios como el pan.
Reporteros sin fronteras advirtió en 2018 que se expandía el odio hacia los periodistas y los medios. Unos y otros se convertían en enemigos públicos debido a la hostilidad y la intolerancia de los político, mandatarios y líderes de opinión.
Hoy son cada vez más evidentes los intentos de crear realidades alternativas, verdades que favorezcan las ideologías, y escenarios que minen la credibilidad de los reporteros con el propósito de eliminar las críticas, investigaciones y denuncias que causan sus decires y actuaciones.
Según la FLIP, la intimidación y el acoso dejan en el primer trimestre de este año cerca de un centenar y medio de violaciones a la libertad de prensa, una cifra que amenaza con alcanzar los indicadores del fatídico 2021 para el periodismo.
Las violaciones a la libertad de expresión y de prensa se concentran en amenazas, hostigamientos, acoso, estigmatización y obstrucción del trabajo periodístico. Esto fuerza la autocensura, el silenciamiento y el deterioro de los demás estándares de calidad periodística.

¿Y el periodismo ciudadano?
A propósito de la mencionada columna, el mal llamado periodismo ciudadano merece una reflexión aparte.
Los medios recurren a esta figura porque las audiencias están presentes en los lugares donde ocurren los hechos, porque es más económico que enviar reporteros, y porque es más fácil manipular las versiones y decires de los espectadores anónimos y en ocasiones ingenuos.
Pero la decisión de legitimar la palabra fácil, el video de ocasión y la ofensa de los ciudadanos inconformes que desconocen las reglas y responsabilidades del oficio se está llevando por delante la confianza en los medios.
Que los ciudadanos expresen sus opiniones no es lo mismo que avalarlos y revestirlos de las cualidades que debe tener el trabajo profesional y honesto de los periodistas.
Los medios y la academia aún no encuentran estrategias de autorregulación y alfabetización para que las audiencias aprendan a distinguir y valorar entre los contenidos de calidad y las opiniones llanas que meten como conejo por liebre en las publicaciones.
La acción conjunta entre los observatorios de medios, las defensorías de audiencias, las ligas de usuarios y los códigos de ética sería la vacuna para impedir que el virus se convierta en pandemia.
El aparente respaldo ciudadano mediante clics o interacciones no es suficiente. La sobreexposición y la viralidad no son sinónimos de calidad. A veces son caballos de Troya que difunden la mentira, el engaño o la desinformación; trampas retóricas para insuflar el odio o la agresividad entre adversarios; pretextos que dejan ver el talante de líderes o poderosos; o alargues de tramas incendiarias.