Gustavo Petro hizo, para mi gusto, una de las mejores y más emocionantes campañas electorales. Construyó una historia en la que supo unir y priorizar temas, enmarcar creencias e identificar emociones. Supo conectar con sus votantes (y con los indecisos) a partir de discursos que conectaban desde la emoción del momento (el miedo) y logró convertirla en palabras de esperanza en una Colombia que él denominó por fin humana. Su familia y, sobre todo, su hija Sofía lo ayudaron a construir la narrativa de un hombre con el que se podía compartir la alegría de ser colombiano. Su cuenta de Twitter (hoy X) le sirvió para hablarle a sus seguidores y emocionarlos, para estar en la agenda mediática y para sentar las bases de lo que sería su campaña (lo usó para y como era).
En su discurso de posesión la palabra clave fue cambio. Veníamos de un modelo distinto y con él, en su gobierno todo iba a cambiar. Se presentó como el presidente de la unión, el de la paz total, el de la igualdad… Un presidente para toda Colombia y para todos los colombianos y colombianas. En términos de comunicación formuló las promesas que se necesitaban luego de un estallido social que llenó las calles de distintos repertorios que buscaban materializar y visibilizar las demandas y reivindicaciones de esos colombianos que ahora Petro decía representar. Las calles fueron un espacio previo para pensar y soñar con el cambio. Fueron esos lugares de disputa en los que ciudadanos de distintas proveniencias se relacionaban de forma dinámica y fluida a partir de discursos que querían que al poder llegara un representante que pudiera mostrar otras formas de hacer política.
Y así, en un ambiente lleno de expectativas y con un plan de gobierno denominado: Colombia potencia mundial de la vida, se propusieron temas esenciales como una economía para la vida: del extractivismo a la producción (cambio climático, agua, territorios vitales, basura cero, democratización del espacio, de la tierra, del crédito, del saber), sociedad para la vida: de la desigualdad a la garantía de los derechos (amor cuidado y educación para niños, niñas y jóvenes; arte, cultura y patrimonio en el corazón de la vida y la paz; campesinado, pueblos indígenas y afrodescendientes, negros, raizales, palenqueros y rrom dignificados y liderando la defensa de la vida; diversidad de género, vida digna de adultos mayores, justicia tributaria); democratización del Estado y erradicación del régimen de corrupción y paz total (reparación integral de las víctimas).
Después de ser elegido suceden cosas, en el Congreso pasan proyectos que se convierten en Ley como el Plan Nacional de Desarrollo (ordenamiento territorial alrededor del agua, seguridad humana y justicia social, entre otros); la paz total (marco jurídico para su plan de paz en Colombia), Ley de presupuesto (405 billones de presupuesto para proyectos y planes del gobierno en 2023). Pero también hay escándalos por un pésimo manejo en las comunicaciones. Está el tema minero, fundamental dentro de los cambios propuestos en el gobierno, que se fue evaporando en escándalos mediáticos ligados a la entonces ministra que tuvo un pésimo manejo de las comunicaciones; la reforma a la salud que también se centró más en hablar de la personalidad de la entonces ministra que en los programas y proyectos. Los titulares de los medios pasaron de las ideas a los chismes, al espectáculo y el presidente se fue con los medios a los que tanto critica al mismo lugar. Es decir, no se dio su lugar como jefe de Estado y siguió comunicando como un candidato de la oposición. Petro, empezó a ser (desde su cuenta de Twitter) el principal opositor de su proyecto de Gobierno. Algunos medios se aprovecharon de esta necesidad de estar en las agendas no importa cómo, ni con qué tema y azuzaron al presidente a defenderse, a pelear, a ser el centro de debates intrascendentes que no son los que quiere un gobierno, mucho menos uno del cambio.
Así, entre escándalos sobre plumones y electrodomésticos, las treguas decembrinas de cese al fuego, las amenazas al metro de Bogotá, el llamado a un levantamiento desde el balcón presidencial, su hijo en la fiscalía, la primera dama bailando en España, los resonados remesones ministeriales, referirse a él mismo como el jefe del fiscal, anunciar antes de tiempo sin confirmar la aparición de los niños desaparecidos en el Guaviare, defender a capa y espada a Laura Saravia, mostrar a la prensa como su antagonista, sus llegadas tarde o sus no llegadas y un sin número de respuestas a tuiteros que sólo buscan tener más clics o estar en titulares aunque sea por un día, han hecho que las conversaciones y las agendas se centren en lo menos importante, haciendo que la desaprobación a su gestión ronde el 60%, que los ciudadanos no tengan claridad sobre qué significa una Colombia más humana y que esa promesa de cambio se sienta como un engaño.
Ojalá el presidente entendiera que hoy la política se juega en el campo de la comunicación y que no sólo son necesarios discursos brillantes sino también una estrategia clara con acciones definidas que lo lleven a estar en las agendas con mensajes tan claros como los de su campaña construidos de forma simple, corta, creíble, consistente, inspiradora… pero sobre todo, ojalá el presidente entienda que ya no necesita estar peleando en X con sus detractores para ser el titular del día. Sólo necesita priorizar sus temas, enmarcarlos, emocionar dentro de una estrategia co-construida para llegar a ser eso que se comprometió, el gobierno del cambio más humano.