“Gunda”, un documental único sobre las vidas complejas de los animales que consumimos - Razón Pública
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“Gunda”, un documental único sobre las vidas complejas de los animales que consumimos

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Ricardo Alarcon
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Santiago-Eslava-Bejarano

Gunda es un documental que muestra de cerca la individualidad de los animales de granja. Su proyección en Colombia durante las festividades de diciembre plantea preguntas incómodas sobre nuestros hábitos de consumo.

David Jurado*, Maria Angélica Ricardo**, Santiago Eslava Bejarano*** y Ricardo Díaz Alarcón****

Gunda en Bogotá

Este 10 de diciembre, el restaurante Herbívoro alojará la proyección de Gunda, un documental noruego lanzado en 2020, dirigido por Viktor Kossakovsky y producido por Joaquin Phoenix.

En él, el espectador sigue de cerca la vida de Gunda, una cerda, y sus lechones en una granja sin nombre. Las imágenes de sus vidas se alternan con otras que muestran de cerca animales de granja, como vacas y gallinas, que parecen haber sido liberados de espacios de explotación.

Con esta proyección culmina un ciclo de cine auspiciado por el Ministerio de Cultura y el colectivo animalista La Quinta Pata, que desde hace más de dos años realiza eventos y publicaciones animalistas con el fin de contribuir a santuarios y fundaciones en la ciudad.

Este cineclub, junto con el grupo de estudios críticos animales del mismo colectivo, se plantea como un espacio desde el cual mirar a otros animales y reflexionar sobre la manera en la que los hemos representado históricamente.

La separación entre humanos y otros animales

El mes pasado salió a la luz una investigación llevada a cabo por un grupo de psicólogos de la Universidad de Furman en Estados Unidos, en la que les preguntaron a 176 niños, de entre 4 y 7 años, sobre el origen de la comida que consumen a diario.

Entre muchas, dos conclusiones del estudio llamaron la atención: primero, la mayoría de los niños afirmaron que los hot dogs son un producto vegetal y, segundo que, para ellos, las vacas, los cerdos y los pollos no son comestibles.

La contradicción de estas opiniones es comprensible si tenemos en cuenta que, desde el momento en que las granjas y los mataderos se fueron apartando de las grandes ciudades, se desligó al animal del plato o el vaso que contienen partes de su cuerpo. Por eso, para muchos, la leche y la carne ya no salen de la vaca sino de la nevera, y los huevos no vienen de la gallina sino de una canasta.

Esta distancia espacial se ha traducido en el mundo simbólico que habitamos. En vez de acercarnos a ellos, los animales que encontramos en la pantalla nos alejan. De niños nos acostumbramos a ver animales antropomorfizados (desde perros deportistas hasta agentes de organizaciones secretas) o seres humanos con apariencia animal (como el emblemático Mickey Mouse, ¡cuya mascota es un perro!).

Los animales en el cine

En todo caso, los animales han estado en el cine desde sus inicios. Las cronofotografías de Jules Etienne Marey, el plano de un gato doméstico de los hermanos Lumière y el hoy controversial electrocutamiento de un elefante, filmado por un equipo de Thomas Alba Edison, son algunos de los registros más antiguos.

Entre ciencia, contemplación y espectáculo cruel, los animales entraron al cine como objetos de una mirada antropocéntrica que se fue modulando y diversificando en el cine de ficción y en los documentales sobre la vida salvaje.

En ambos formatos, los animales se vuelven objetos explotables de una industria cada vez más lucrativa, afín a la lógica del circo, en el caso del cine de ficción, y del zoológico, en el caso del documental sobre la vida salvaje. Estas representaciones encarnan una mirada utilitarista y especista sobre el no-humano.

Pero la multiplicación de las pantallas y cámaras en dispositivos móviles y la existencia de las redes sociales han facilitado que las condiciones de los animales en cautiverio ganen visibilidad y su representación sea más realista.

En efecto, cada vez son más las formas en las que se denuncia la explotación animal: desde reportajes realizados por colectivos animalistas como Meat the victims, que muestran lo que sucede en las granjas industriales, hasta videos que enternecen y muestran a los animales entablar amistades, pasando por registros espontáneos de maltrato animal.

Además, en años recientes, documentales como Earthlings (Shaun Monson, 2005), Cowspiracy (Kip Andersen, Keegan Kuhn, 2014) y Dominion (Chris Delforce, 2018) han revelado sin censura la crueldad que se vive en los mataderos.

Nuevas ventanas a las vidas animales

Por su parte, Gunda hace parte de una nueva ola de documentales, que se conectan con nuevas maneras de ver el mundo animal.

A diferencia de otros filmes, Gunda no hace uso de montajes rápidos ni bandas sonoras que crean atmósferas ficticias. Tampoco recurre a voces en off ni a otro tipo de representaciones que antropomorfizan.

Este tipo de documentales están más cerca de lo que se conoce como el slow cinema, un cine donde nada parece suceder. Situado en los intersticios de los acontecimientos, el slow cinema cuestiona las narrativas habituales y sus temporalidades convencionales. La atención de estas obras está puesta en el montaje contemplativo y las sensaciones que produce una imagen háptica, producto de un trabajo minucioso con el detalle visual y sonoro.

La mirada espectacular y especista de los documentales convencionales sobre la vida silvestre se descentra y el mundo animal ya no aparece antropomorfizado, sino abierto a una pura contemplación afectiva y sensitiva. Esto propicia en el espectador nuevos cuestionamientos sobre los animales y todo sin necesidad de “entrar en el matadero”.

Gunda: una pregunta incómoda

En Gunda no hay sangre, ni violencia física. No vemos cuerpos heridos ni cadáveres. Los animales no tienen contacto con seres humanos y, por eso, el documental no muestra imágenes explícitas de explotación animal.

En lugar de eso, encontramos los rastros que dejan las acciones humanas: un alambre de púas, un guacal, un establo, una etiqueta en la oreja de un cerdo y, al final, un tractor. La película se rehúsa a mostrar los horrores de las granjas, pero nos recuerda constantemente que el ser humano está ahí y que sus acciones explican la existencia misma de los animales que protagonizan el documental.

Los cerdos, gallinas y vacas que aparecen en la pantalla no son metáforas de cualidades humanas ni representan a todos los cerdos, gallinas y vacas del mundo. El documental celebra sus vidas individuales y por eso los muestra disfrutando de pequeños placeres: sintiendo la lluvia y el sol, olfateando los árboles, hurgando el suelo, corriendo al aire libre. Por eso quizás el final es particularmente demoledor, pues basta la mirada de la madre para entender el dolor que causan la separación y el presentimiento de la muerte.

 En un contexto de interacciones interespecie limitadas y esporádicas, Gunda ofrece una mirada privilegiada a mundos que pasan enteramente desapercibidos para la mayoría de los habitantes de la ciudad. Acercarnos a las andanzas de los animales que explotamos plantea de forma original la pregunta cada vez más insistente sobre la dimensión ética de nuestras prácticas alimenticias y de consumo.

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