Mucha alegría trajo la declaratoria del vallenato como patrimonio inmaterial de la humanidad. Sin embargo, no todos son gozosos en esta historia. ¿Qué sigue ahora en términos de manejo y divulgación del patrimonio?
Manuel Sevilla*
Dos casos dicientes
Llegó el fin de año con su alegría y, en esta ocasión, con la coincidencia casi perfecta de dos hitos para el patrimonio cultural colombiano. Por una parte, el martes 1 de diciembre recibimos la noticia de que la Unesco (la agencia de las Naciones Unidas encargada de la educación, la ciencia y la cultura) había incluido a la música vallenata del Magdalena Grande dentro de la Lista de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en necesidad de salvaguardia urgente.
El anuncio tuvo una amplia cobertura y durante todo el día hubo informes de televisión, entrevistas de radio y ebullición de trinos en las redes sociales de ciudadanos que se sentían cercanos al tema. La sensación generalizada fue de júbilo y abundaron las reflexiones y los compromisos para fortalecer la cara tradicional de esta música nacida en el Caribe colombiano.
El regocijo creció con la inclusión de Ecuador en la declaratoria que en la misma categoría habían recibido en 2010 las músicas de marimba y cantos tradicionales del Pacífico sur colombiano.
Tres días después, el viernes 4 de diciembre, se cumplieron veinte años de la inclusión del Parque Arqueológico de Tierradentro en la Lista de Lugares Patrimonio de la Humanidad de la misma Unesco.
Algunas comunidades acaban por caer en la dependencia absoluta de los recursos oficiales
La inclusión se dio bajo el argumento –entre otros- de que estos hipogeos (cámaras funerarias subterráneas) son “testimonio único de la vida cotidiana, los rituales y las costumbres funerarias de una sociedad prehispánica desarrollada y estable en el norte de la región andina en Suramérica”.
El caso de Tierradentro contrasta con el del vallenato por dos razones: su aniversario fue ignorado por los medios masivos de comunicación y – a juzgar por el preocupante estado de deterioro en el que se encuentra- tiene muchos menos dolientes que las animadas parrandas al son de los acordeones.
Con dos décadas de separación, el vallenato del Magdalena Grande y el Parque de Tierradentro nos muestran dos caras del proceso social que rodea las manifestaciones y sitios que han recibido declaratorias de la Unesco en Colombia: el revuelo mediático ante el anuncio y el silencio cuando deja de ser noticia, las buenas intenciones de salvaguardia y la complejidad que suponen las medidas de fondo, las sonrisas por el logro y las cejas arqueadas ante las dificultades que vienen después.
En últimas, un escenario con múltiples dimensiones que conviene diferenciar y tener claro para orientar los esfuerzos que demanda estas declaratorias.
La dimensión política
![]() Espacio académico de reflexión sobre las diferentes manifestaciones que son consideradas patrimonio en el marco de la Feria de Cali. Foto: Manuel Sevilla |
El proceder de la Unesco y la idea misma de que existan listados “oficiales” de patrimonio han sido duramente criticados por diferentes frentes de la academia, en particular desde la antropología.
Los críticos más extremos denuncian la burocratización de los procesos de administración de la producción cultural, el congelamiento material de algunas manifestaciones culturales, y la existencia de un sistema donde la Unesco, como un supra-Estado, parece establecer los parámetros desde los cuales se define la diversidad cultural.
Con ojos menos radicales, y entendiendo la política como el entramado de distintas formas de poder, vemos cómo ésta atraviesa los procesos de salvaguardia del patrimonio. El de Tierradentro es un buen ejemplo entre muchos. El parque está situado en un nudo montañoso del oriente del Cauca y el complejo de tumbas se asienta en el traslape de varias jurisdicciones territoriales: la del municipio de Inzá, que las reconoce dentro de sus límites administrativos, la del resguardo nasa de San Andrés de Pisimbalá, que desde una década las reclama como legado (a pesar de que una década atrás no las tenían en cuenta e incluso las evitaban por creencias ancestrales), y la de la Nación, que es otorgada por el artículo 63 de la Constitución según el cual “el patrimonio arqueológico de la Nación y los demás bienes que determine la ley, son inalienables, imprescriptibles e inembargables”.
El cruce de intereses en juego es similar en otras partes del país, donde el patrimonio cultural es una instancia donde se esgrimen con igual vehemencia los títulos de propiedad y las manifestaciones culturales como evidencia de derechos territoriales.
Esto explica, en parte, por qué en la zona norte del Cauca (donde grupos indígenas han formulado reclamaciones ambiciosas), las organizaciones afrodescendientes estén cada vez más interesadas en documentar y hacer visibles sus músicas y prácticas tradicionales, y se hayan iniciado ya discusiones sobre declaratorias de patrimonio intangible en municipios como Santander de Quilichao, Caloto, Suárez y Buenos Aires.
La dimensión económica
![]() Vandalismo en una tumba del Parque Arqueológico de Tierradentro, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1995. Foto: Manuel Sevilla |
Cuenta una crónica historia que cuando las fiestas de San Francisco de Asís en el Chocó fueron declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2012, empezó a correr el rumor de que en pocas semanas llegaría a Quibdó un avión de la Unesco con fardos de dinero para financiar las celebraciones (que, por cierto, duran varias semanas).
No obstante las aclaraciones posteriores, hizo carrera la idea –allí y en otras partes del Pacífico colombiano- de que la entrada a los listados locales, nacionales o mundiales de patrimonio traía consigo la asignación de recursos en efectivo dirigidos a las comunidades portadoras.
La realidad es que no, pero sí. No porque ni la Unesco manda dinero ni el Ministerio de Cultura o las administraciones municipales entregan partidas de forma directa para los procesos de salvaguardia del patrimonio. Y sí porque el Decreto 4934 de 2009 establece que un porcentaje del IVA a la telefonía celular debe ser asignado para estos fines, y debe ser gestionado a través de proyectos presentados por las alcaldías y ejecutados, finalmente, por grupos ciudadanos.
Este mecanismo, sin duda bien intencionado y formulado para promover el uso adecuado de los recursos, ha tenido buenos resultados pero también ha generado la “cultura del proyecto”, como la llama un miembro del comité gestor de las músicas de marimba y cantos tradicionales del Pacífico sur.
La consecuencia es que algunas comunidades acaban por caer en la dependencia absoluta de los recursos oficiales y, con el tiempo, llegan el anquilosamiento y la falta de iniciativa para continuar con la tradición. En otras palabras, si no hay desembolso, no hay celebración y mucho menos salvaguardia.
La dimensión comunicacional
Pero así como hemos mencionado tensiones y pendientes en las dimensiones política y económica, cabe señalar que las declaratorias de la Unesco han afectado de forma positiva a muchas manifestaciones.
Está, por supuesto, la visibilidad inicial que se deriva de la declaratoria y cierto halo de prestigio que acompaña el título (o, como lo saben muchos gestores culturales, el peso del logo de la Unesco y del Ministerio de Cultura en las comunicaciones oficiales).
Pero, pasado eso, quizás lo más importante son los procesos de organización popular que se han venido dando en torno a la salvaguardia de muchas de las manifestaciones y que, a pesar de los traspiés, interpelan a las instituciones oficiales y se articulan con las instituciones privadas para sacar adelante iniciativas de documentación, investigación y comunicación del patrimonio.
Las declaratorias de la Unesco no son ni la “salvación” ni el fin último
Para las manifestaciones centradas con fuerte componente musical, como las fiestas de San Francisco de Asís y las músicas de marimba, esto ha conducido a la aparición paulatina de nuevos espacios para la circulación, escucha y disfrute de la experiencia musical tanto en las regiones de origen como en otros lugares.
Para las manifestaciones centradas en montajes “performáticos” de gran escala y participación comunitaria (carnavales de Barranquilla y de Negros y Blancos de Pasto) o de connotación ritual (espacio cultural del Palenque de San Basilio, procesiones de Popayán, sistema del palabrero Wayuu y chamanes jaguares de Yuruparí) las declaratorias han estimulado procesos sociales de hondo arraigo que ya venían en curso y que no tienen mengua de participantes entusiastas.
En todos los casos, la pregunta acerca de la comunicación pertinente del patrimonio y su apropiación por parte de las nuevas generaciones ha ido tomando fuerza, y la declaratoria (y los compromisos asociados) ofrece una ruta posible.
Gozosos y dolorosos
La tradición católica habla de los misterios gozosos y dolorosos como distintos momentos que conducen a la salvación y que son cíclicos (de ahí las cuentas circulares del rosario). Al margen de esta connotación religiosa, la metáfora nos permite pensar en la salvaguardia del patrimonio cultural como un proceso inacabado que tiene momentos, unos más jubilosos que otros, y que exige un ejercicio permanente de reflexión y trabajo conjunto.
Las declaratorias de la Unesco no son ni la “salvación” ni el fin último, sino un momento (gozoso o doloroso, cada caso lo dirá) dentro de un largo recorrido cuyo principal protagonista son los actores sociales que allí confluyen.
Por supuesto que una declaratoria nos llena de orgullo y la del vallenato tradicional es más que merecida. Pero ese es solo un momento del proceso y llama la atención que cuando se da la noticia poco o nada se habla del momento inverso: cuando la UNESCO encuentra incumplimientos reiterados en los compromisos y retira a una manifestación de sus listados, como ocurrió en Alemania y Omán.
Eso también es posible, y hoy existe evidencia experta de que Tierradentro podría marchar por esa senda lamentable. Pasada la celebración, toca ponerse de acuerdo y empezar a trabajar en una misma dirección.
*M. A, y Ph.D en antropología sociocultural de la Universidad de Toronto, comunicador social de la Universidad del Valle, profesor asociado de la Universidad Javeriana Cali, premio de la Fundación Alejandro Ángel Escobar 2015 en modalidad Ciencias Sociales y Humanas por su libro sobre la obra musical de Carlos Vives y La Provincia. msevilla@javerianacali.edu.co.