El 9 de octubre se anunció el premio nobel de economía para la economista Claudia Goldin. Entre otras, el gran aporte de Goldin es entender el mercado laboral y las brechas que discriminan a las mujeres no solo hoy sino en un recorrido de 200 años que han permitido ganar un espacio en el mercado laboral e ir logrando, lentamente la autodeterminación de nuestras decisiones de vida tan impuestas por estereotipos culturales. Son 200 años que se profundizaron en el siglo XX cuando salimos del mundo privado del hogar y nos visibilizamos en el mundo del trabajo, de la participación política, de ir rompiendo techos de cristal y de las decisiones que tomamos.
La historia que recorre Goldin, que ha sido un marco teórico para algunos trabajos en Colombia [El camino hacia la igualdad de género en Colombia: todavía hay mucho por hacer], es el de mujeres que por distintos caminos como la urbanización y la industrialización se insertan a las ciudades donde el acceso al mercado laboral y a los bienes públicos les han permitido una evolución frente a las posibilidades laborales previas.
Las mujeres rurales de hoy experimentan unas circunstancias distintas. Las condiciones que analiza Goldin para que entren al mercado laboral no se han dado de igual forma que en las ciudades, particularmente el acceso a la educación, a la salud, al control de natalidad, a la experiencia de los derechos civiles y políticos y el abanico de opciones laborales en el campo que ofrezca alternativas de ingresos.
La brecha entonces no es sólo de mujeres con hombres sino entre mujeres en contextos similares y entre mujeres urbanas y rurales. La historia que analiza Goldin de evolución y revolución no es tan nítida para el contexto rural en economías emergentes. En el campo, las lógicas para las mujeres siguen ubicándolas en la responsabilidad cultural del cuidado del hogar que es un espacio mucho más amplio que la vivienda pues incluye familia, predio, animales, cultivos, fuentes hídricas, árboles, entre otros.
En Colombia las mujeres rurales son unas 5.8 millones. Una de ellas, Alba, una amiga mujer rural. Tenemos la misma edad y por tanto una cantidad de referentes que los medios de comunicación nos dieron (novelas, amores platónicos, música). Sin embargo, hay una brecha en las oportunidades que tuvimos. A sus 19 años se casó y, como ella lo cuenta, tuvo hijos sin saber que podía decidir. Su segundo embarazo la asustó por no sentirse preparada. La estrecha distancia con el primero la agobiaba y recibió comentarios como “¿es que acaso no sabe cuidarse?” y ella cuenta con honestidad: “no sabía que querían decir. No sabía que podía cuidarme”. Mientras mi vida se asemeja más a la estudiada por Goldin (una trayectoria laboral desde mi abuela, donde la educación ha jugado un rol en el cambio, donde he podido tomar decisiones sobre mi cuerpo, donde enfrento sesgos culturales, pero también valido mis derechos), la vida de Alba no ha corrido con esas condiciones. Su trabajo ha sido principalmente en el cuidado rural nunca remunerado en el día a día, aunque con posibles ingresos cuando se vende una ternera o frutas (las cosechas grandes y los animales adultos son recursos para el hombre).
Sus 5 años de escolaridad sumado a los saberes del campo la hacen versátil para entender cultivos y el cuidado de animales, cosa que no tengo y me ha llevado a cometer errores como la ilusión de estar cuidando una planta que resulto ser maleza. Pero el conocimiento que ella tiene no es valorado, no genera un salto en la brecha de ingresos.
La evolución de sus derechos y oportunidades ha sido truncada por el mismo entorno que veía con sospecha que las mujeres salieran a trabajar pues era casi sinónimo de abandono al hogar. Hoy los cambios son leves. Según el DANE, la tasa de ocupación de las mujeres rurales es 29.2% frente a 40.6% de las mujeres urbanas, su tasa de desempleo es de 16.2% con una brecha de 10 p.p con los hombres rurales. Las mujeres rurales enfrentan dificultades mayores y su camino es más lento en la inserción laboral.
La inestabilidad de ingresos del marido de Alba la llevó a salir a trabajar bajo las condiciones que la estructura económica de Colombia impone a más de la mitad de la fuerza laboral: la informalidad, situación que no es ajena a muchas mujeres urbanas. La informalidad como la alternativa es menos visible en las mujeres que analiza Goldin.
Esta brevísima historia lleva a reflexionar sobre el reto que nos ofrece Goldin es ampliar la frontera de análisis y entender también la trayectoria de otras mujeres en contextos distintos, incluyendo las rurales. Goldin nos da un marco teórico, hay que ampliarlo.
*Alba no es su nombre real