Mientras no erradiquemos estas dos patologías, seguiremos llorando la pérdida de vidas inocentes.
Ana María Ferreira*
La tragedia
Después de pasar la mayor parte de su vida en Houston (Texas), George Floyd se trasladó a Minneapolis (Minnesota) en busca de un futuro mejor. No imaginó que acabaría perdiendo su vida a manos de la policía.
El 25 de mayo, una pequeña tienda de barrio localizada en el sur de Minneapolis, llamó a la policía para denunciar que alguien había pagado con un billete falso de 20 dólares. Cuando la policía llegó al lugar, Floyd estaba en su carro charlando con algunos amigos. Lo demás es historia: Floyd fue detenido y asesinado sin compasión por un grupo de policías blancos.
Su muerte suscitó varias protestas en Estados Unidos y un sinnúmero de mensajes de solidaridad en el mundo entero. Aunque la mayoría de las protestas han sido pacíficas, algunas terminaron en incendios, vidrios rotos y, paradójicamente, suscitaron más violencia policial.
El problema de fondo
La muerte de una persona negra a manos de policías blancos seguida de protestas y juicios que concluyen sin condenas es un ciclo perverso que pese a ser repetitivo, no deja de ser indignante. En el fondo, se trata de un problema profundamente arraigado en la sociedad estadounidense: el racismo.
El racismo es un problema estructural que dificulta la vida cotidiana de las personas de color, especialmente de los negros. El fenómeno se remonta al origen de Estados Unidos. Unos años después de que los primeros colonizadores británicos llegaron a Norteamérica, llevaron personas del continente africano en contra de su voluntad. La explotación de esas personas hizo posible el impresionante desarrollo económico de Estados Unidos. No sería exagerado afirmar que el sudor y la sangre de los esclavos constituyen los cimientos de la ‘tierra de la libertad’.
el sudor y la sangre de los esclavos constituyen los cimientos de la ‘tierra de la libertad’.
Aunque la esclavitud fue abolida en 1865, la discriminación contra los negros siguió siendo aceptada gracias a que las Leyes Jim Crow estuvieron vigentes durante cien años más. Así pues, hasta mediados del siglo XX la segregación racial fue una práctica legal avalada por el gobierno estadounidense.

Foto: Flickr Fibonacci Blue
La muerte de George Floyd a manos de un policía en Minneapolis ha puesto el debate sobre el racismo en EEUU de nuevo en la agenda pública
En los últimos años y gracias a las luchas de los líderes afroamericanos y sus aliados, los Estados Unidos han logrado grandes cambios hacia una sociedad más justa. No obstante, estos logros se han visto empañados cada vez que ocurre un acto racista como el que acabó con la vida de Floyd. Sin duda, la elección de Donald Trump, mandó un mensaje claro a las personas de color: la discriminación no es cosa del pasado.
Una de las consecuencias de la segregación racial que podemos ver hoy en día en Estados Unidos es que la pobreza y la falta de acceso a servicios básicos como educación, salud y vivienda afecten en mayor medida a las comunidades afroamericanas.
Como era de esperarse, los afroamericanos y los latinos se han visto más afectados que los blancos por la COVID-19: estos grupos étnicos son más propensos a contraer el virus y su tasa de mortalidad es mayor que la de los blancos. Esto se debe a que muchos no tienen acceso al sistema de salud y a que sus condiciones económicas no les permiten quedarse en casa. Vale la pena recordar que muchos trabajan en supermercados y fábricas, donde ahora son considerados indispensables.
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La «digna rabia»
Es inaudito que en medio de una crisis de salud que ha matado a miles de afroamericanos y una crisis económica que ha dejado a otros millones sin trabajo o trabajando en condiciones precarias, un grupo de policías decida atacar sin razón a un hombre negro que simplemente estaba conversando con un par de amigos. También es inaudito que haya gente que se pregunte a qué se debe tanta rabia.
Hace algunos años pasé una temporada en un caracol zapatista en el sur de México y los miembros de la comunidad que me albergaron hablaban frecuentemente de un concepto que resulta útil para entender esta situación. Se trata de la «digna rabia», una noción que explica el derecho que tienen las personas oprimidas a expresar su rabia frente a las injusticias. Esa rabia no solo está justificada, sino que es natural en las sociedades que no tratan a todos sus miembros como iguales. Además, es necesaria dado que puede convertirse en el motor para combatir dicha desigualdad.
Por otra parte, es importante señalar que ni el racismo ni la violencia policial son un fenómeno exclusivo de Estados Unidos. Si vemos las noticias, encontraremos ejemplos comparables en lugares tan alejados entre sí como Hong Kong y Colombia.

Foto: Wikimedia Commons
Digna rabia, la que se suscitó por la muerte de George Floyd.
Esa rabia no solo está justificada, sino que es natural en las sociedades que no tratan a todos sus miembros como iguales.
Para ningún colombiano es un secreto que los abusos de la policía forman parte de nuestra vida cotidiana. Recuerdo con claridad que cuando era pequeña oía a los adultos quejarse porque en épocas navideñas, los policías paraban a los carros y chantajeaban a los conductores –que acababan de recibir su prima– usando cualquier su excusa. Lo primero que se me viene a la mente cuando pienso en la policía es ‘corrupción’ y ‘abuso de poder’. Quisiera estar equivocada, pero las imágenes que han salido en los últimos días me producen escalofríos y reafirman la imagen negativa que tengo de esa institución.
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Nuestra responsabilidad
Las calles siguen atiborradas de gente que protesta y la rabia todavía se siente en muchas ciudades estadounidenses. También empiezan a oírse las voces de personas preocupadas por los edificios y las tiendas que sufrieron estragos en las protestas. Sin embargo, ningún almacén incendiado ni con las ventanas rotas puede superar la violencia que cuatro policías blancos le infligieron a un hombre negro esposado, desarmado y tirado en el suelo.
Tristemente, la lista de nombres de personas negras asesinadas por la policía sigue alargándose. George Floyd es una más de las víctimas de esa violencia. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de recordar su nombre y contar su historia para no permitir que su vida quede reducida a un número o una estadística. Debemos luchar para que Floyd siga teniendo un rostro y una historia. Debemos repetir su nombre una y otra vez para honrar y celebrar su vida, pues solo así, su muerte no habrá sido en vano.
Por eso hoy prefiero no mencionar el otro nombre de esta historia, el del policía que puso su rodilla en el cuello de Floyd durante ocho minutos. Hoy prefiero no contar la historia de los asesinos.
*Doctora en Literatura y Estudios Culturales de la Universidad de Georgetown, profesora en la Universidad de Indianápolis, donde enseña e investiga sobre América Latina. Correo: anaferreira1810@gmail.com Twitter: @annwenders
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