
¿Cómo afecta la ausencia de los espectadores al deporte más taquillero del mundo?
Andrés Felipe Hernández*
Deporte y sociedad
Al comienzo de la pandemia el fútbol se silenció. Muchos sintieron paz, y por las redes sociales se invitaba a disfrutar la tranquilidad.
Además del fútbol, las tres grandes carreras ciclísticas se suspendieron y las olimpiadas de Tokio se desplazaron al 2021.
Las actividades culturales en general se vieron muy afectadas. La pandemia separó a las personas y reconfiguró la sociedad. Al plan inicial de unirnos para luchar contra el virus se le agregó la cláusula de la virtualidad.

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Desde la antigüedad existen eventos relacionadas con el culto a los dioses, el control social y el entretenimiento: panen et circenses. Estos sucesos están presentes en todas las culturas. Parafraseando a Huizinga: la necesidad del juego y la congregación que este crea son inherentes a la especie humana.
El estadio era el lugar idóneo para jugar. Inicialmente los estadios (del griego stadion) tenían la forma de la pista atlética alargada que puede verse en el Panathenaico (1896). Allí el atletismo protagonizaba el espectáculo, pero después se complementó con el modelo del Anfiteatro y el Coliseo romanos, los cuales tenían en su centro una arena que en la actualidad ocupan las canchas de fútbol.
Pero la consolidación del deporte como práctica mundial tuvo lugar durante el siglo XX y fue causada por la colonización europea, es decir, por la expansión de los imperios, el auge del cristianismo, el comercio mundial y el ‘neorrenacimiento’ de los deportes, como lo concibe Sloterdijk en el sentido de recreación de los Juegos Olímpicos.
Existen antecedentes de los juegos de pelota en Guatemala, China, Italia e incluso en la Grecia clásica. Sin embargo el fútbol se creó en 1863 en la Taberna de los Masones Libres de Londres. En ese momento, el imperio más importante era el inglés y esto permitió la rápida expansión de este deporte.
Con el tiempo los eventos se complementaron con grandes audiencias in situ y se desarrolló la tecnología para cambiar de los correveidiles a la prensa, la radio, la televisión, el cine y finalmente al internet, con un aumento exponencial de las audiencias.
Adicionalmente la evolución del fútbol trajo consigo el aumento de los patrocinadores y la transformación de los equipos en marcas; y el desarrollo tecnológico permitió que los hinchas sean fanáticos del equipo local, nacional, e incluso de los equipos de ligas extranjeras como la argentina, la española o la inglesa.
La tecnología da el acceso a las distintas ligas y hacen más compleja la experiencia e identidad de los fanáticos, como si el sujeto monoteísta se convirtiera en politeísta. Esto muestra el bombardeo de la información y la propaganda a la cuales se enfrenta el espectador contemporáneo.
La pandemia es una contingencia que cambia los hechos y transforma la cultura de los espectadores, que ven los espectáculos deportivos como una liturgia. Este rito fue puesto en marcha por múltiples identidades regionales, nacionales y ahora transnacionales o transculturales.
El fútbol y la fanaticada
La COVID-19 detuvo al fútbol. Pero ahora reanuda su actividad, aunque con los estadios vacíos, ¿qué tanto pierde el fútbol con esto?
El profesor Hans Gumbrecht, en el Elogio de la belleza atlética consideró que el surgimiento de una afición deportiva se consolida debido a una nueva ‘emergencia de sentido’. Dicha emergencia no está sujeta a las exigencias tradicionales de la cultura, sino que se imbrica con una ‘presencia’ que surge con las expresiones deportivas.
Los estadios permiten esto, porque en la reconfiguración de la afición se crean las ‘epifanías de la presencia’, algo que no puede vivirse sino estando ahí, en ese momento irrepetible, en ese lugar, más allá de los atletas, y que no puede replicarse mediante videos en casa.
Esas apariciones irrepetibles y corporizadas, ‘epifanías de la presencia’, se dan vivamente en el estadio, entendido como un nuevo templo. Asistir al juego es una expresión jubilosa del espíritu, a la cual puede irse todos los domingos para ver al equipo del alma y que puede entenderse como una válvula de escape a la rutina asfixiante del trabajo y a los problemas de la vida contemporánea.
Es un espacio necesario para liberar al sujeto y poner en sintonía muchas almas en una cofradía más amplia con el fin de alentar a un equipo y buscar la realización día tras día, año tras año, para comprobar una fidelidad que se hará real el día en que se gane o se salga campeón. El caudal de emociones que se tiene por un equipo únicamente puede expresarse allí.

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Puede decirse que han sido meses silenciosos, una experiencia inefable para los seguidores del fútbol que lo entienden más allá de lo comercial, y vibran con la experiencia de este entretenimiento que puede llegar a ser sublime.
“El fútbol sin espectadores no es igual”, decía Infantino, el presidente de la FIFA. Es cierto, es un fútbol sin espíritu, un fútbol que carece del carnaval de las barras.
Por eso las transmisiones tienen que simular el bullicio del jugador número doce cuando transmiten la Champions o la Europa League.