El gobierno destinó $3.500 millones del presupuesto para la paz a una campaña para mejorar la imagen del presidente. Pero: ¿será que le funciona?
Ángel Beccassino*
El escándalo
Hace unas semanas se supo que, en medio de la pandemia, la Presidencia de la República había adjudicado un contrato a la agencia publicitaria Du Brand por $3.500 millones para mejorar la imagen del presidente Duque en redes sociales, utilizando dineros del Fondo de Programas Especiales para la Paz.
Cuatro cuestiones resultan más llamativas del escándalo en cuestión:
-La primera es la angustia del presidente. ¡Debe estar muy preocupado para invertir semejante suma en publicidad!
-La segunda es su falta de gobernabilidad: cada día parece representar a menos colombianos, y por lo tanto tiene menos clara su hoja de ruta, se preocupa más por su popularidad que por el bienestar de quienes lo eligieron.
-La tercera es el precio extravagante: Duque no fue capaz de pedir rebaja porque está desesperado, y quiere que Du Brand haga lo imposible para mejorar su imagen. Encuestas, datos y probablemente fake news. ¡Lo que sea para aumentar su popularidad!
-La cuarta es que el dinero estaba destinado a respaldar el Acuerdo de Paz. No hay mucho que decir al respecto: es otro ejemplo del cinismo del gobierno colombiano.
Nada importa
El escándalo en cuestión habría sido inadmisible en casi cualquier lugar del mundo, pero en Colombia pasará a la historia como una noticia más.
Colombia es un país que se encierra por un virus invisible, pero es indiferente frente a las muchas tragedias que vive día a día: corrupción, inseguridad, masacres, etc.
Es el país que se preocupa más por lo que sucede en el país vecino que por el asesinato sistemático de sus líderes sociales.
En el país del Sagrado Corazón nada tiene consecuencias porque todos estamos muy ocupados tratando de sobrevivir.
El que no se escandaliza por nada desde el Proceso 8000. Un país que le declaró la guerra a la coca en vez de legalizarla, jugar con las leyes del mercado y convertirse en el principal productor mundial. Un país que optó por extraer carbón y petróleo, y que ahora padece por la caída enteramente previsible de sus precios.

Foto: Empresa Férrea Regional
La crisis ha hecho mejorar la percepción de Duque pero más por incertidumbre que por legítima confianza
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Niño-presidente
Duque, el niño que usa chaquetas con su nombre bordado y a quien la (mala) suerte le dio la Presidencia, diría que Colombia es “un buen muchacho”.
El niño-presidente ya aprendió que en Colombia los errores casi nunca acarrean consecuencias importantes. Electricaribe, Hidroituango, el Ñeñe, los falsos positivos, las chuzadas y la compra de votos son algunos ejemplos. ‘Pequeños’ deslices que no recibieron reprensión alguna. En el país del Sagrado Corazón nada tiene consecuencias porque todos estamos muy ocupados tratando de sobrevivir.
Seguramente, los asesores del niño-presidente le sugieren que mantenga ocupada a la opinión, para que nadie le reclame por lo que hace, para que los decretos que favorecen a los bancos y perjudican a los más necesitados sigan pasando desapercibidos.
Colombia, el país en donde todo pasa de agache: veintitantos dados de baja en la cárcel Modelo fueron justificados con el cuento de que estaban tratando de fugarse…
En este país somos muy pocos los intelectuales que criticamos a las élites, y como los que leen son aún más pocos, de nuestras críticas no se entera casi nadie…
Los problemas del niño-presidente
Duque está solo. Eso queda claro cada vez que sale en televisión acompañado de algunos miembros de su gabinete. El de Hacienda pone cara de intelectual para que nadie dude de su seriedad. La vicepresidente y la ministra de Interior esperan pacientemente su turno para meter la plata. Los demás hacen el papel de coristas sin gracia.
El verdadero problema del niño-presidente es que quiere demostrar que sabe lo que hace cuando en realidad, no tiene idea de nada. Pero sus asesores lo convencieron de que su único problema es de imagen: le hace falta un corgie como el de la reina inglesa o un gato como Garfield que despierte ternura en los espectadores (porque él no piensa en ciudadanos, sino en espectadores).
Los asesores le muestran modelos a seguir, pero a él no le convence ninguno: Trump le parece muy maleducado, Johnson muy payaso y Bolsonaro muy escandaloso. Entonces, recuerda a Turbay, su ídolo. “¿Será que me pongo un corbatín?” piensa mientras el país se cae a pedazos…

Foto: Facebook Iván Duque
Con el paso de los días la popularidad de Duque volverá a esfumarse
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Lo que fácil llega, fácil se va
Cuando llegó el coronavirus a Colombia, sus asesores le dijeron o, más bien, le ordenaron: “párese firme, hable fuerte y claro y píntese más canas para que (por fin) se lo tomen en serio”.
Al parecer, la fórmula de sus asesores ha funcionado, pues Gallup muestra que su popularidad ha aumentado. La explicación es sencilla: en un naufragio nos aferramos a cualquier madera para tratar de salvarnos. Justamente por eso, lo más probable es que una vez superemos la crisis ocasionada por el virus, su popularidad decaiga nuevamente. El niño-presidente quedará abandonado a su suerte cuando la curva se aplane. Sus asesores parecen haber olvidado que lo que fácil llega, fácil se va…
Lo más probable es que una vez superemos la crisis ocasionada por el virus, su popularidad decaiga nuevamente.
En 2004, cuando Bush luchaba por su reelección, se popularizó una imagen donde abrazaba a una adolescente cuya madre había fallecido el 11 de septiembre y quien decía: “Es el hombre más poderoso del mundo y todo lo que quiere es hacerme sentir segura”. En esos momentos, los asesores del niño-presidente están pensando: “¿Qué tal si le tomamos una foto abrazando a una niña cuya madre murió a causa de la peste?” Pero lo más probable es que la fórmula no funcione porque el pequeño Duque no tardará en cometer una embarrada como la del avión para los niños y la fiesta de cumpleaños.
Por ahora, los afamados publicistas trabajan para mejorar la imagen del niño-presidente. Día tras día idean narrativas que lo dejen bien parado: “El presidente que nunca baja los brazos”, “El presidente que lucha contra el mal”. Trolls y bots circulan masivamente para convencer al pueblo de que el pequeño Duque ha tomado, por fin, las riendas del país.
“Señor presidente, arreglar lo que no ha funcionado durante años es más caro que empezar desde ceros” le explican los publicistas al niño-presidente cuando tímidamente les pregunta por el precio.
Y colorín colorado, este contrato se ha firmado. Pero el cuento no ha acabado, pues hasta ahora empiezan las enormes dosis de pauta y la carísima reconstrucción del pequeño reino de Duque. Amanecerá y veremos.
*Argentino radicado en Colombia desde 1986, asesor de campañas políticas en Colombia, México, Venezuela y otros países. Trabaja también en marketing de gestión de gobierno. Entre sus libros se cuentan El precio del poder, La nueva política y Cómo ganar cuando todos pierden.
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