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Fronteras invisibles: miedo y movilidad en Medellín

Escrito por Juan Diego Jaramillo
Juan Diego Jaramillo

Juan-Diego-Jaramillo

 

Dos niños asesinados y mutilados por el delito de atravesar una calle. Detrás de estas fronteras invisibles están las memorias barriales de Medellín, las huellas del narcotráfico y una profunda segregación urbana.

Juan Diego Jaramillo-Morales*

 

Pena de muerte por pasar

El pasado 16 de febrero, dos niños de la Comuna 13 — San Javier — de Medellín fueron asesinados y mutilados.  Las crónicas noticiosas hablan de que estos niños cruzaron una frontera invisible a bordo de un camión de víveres.

 

Diego Jaramillo Medellin fronteras invisiblesLas fronteras empiezan a aparecer con más fuerza a principios de 2011, cuando la preocupación central era la situación de jóvenes y de niños que no podían cruzar de un lado a otro.
Foto: www.ipc.org.co

 

Una vez más el tema de fronteras se asocia con la seguridad ciudadana y convoca a los medios, al Estado y a la opinión pública a pensar en los peligros que se ciernen sobre territorios que se dibujan y se desdibujan en un día.

Una pregunta simple que surge de estos hechos es: ¿sabían esos niños por dónde pasa la frontera?  ¿O acaso esta frontera “apareció” en mitad de la “nueva” coyuntura de conflicto que viven algunas comunas de Medellín, como la 8 — Villahermosa —  y la 13 — San Javier —?

De un tiempo para acá, en Medellín, la transgresión de las fronteras invisibles ha servido para explicar o aún para “justificar” los homicidios en ciertos barrios: alguien proveniente de un lugar pasa a otro — a donde supuestamente no “pertenece” —  y resulta asesinado…

Discurso del miedo

Esta idea de división espacial tomó bastante fuerza con el recrudecimiento de la violencia en Medellín, donde la existencia de aquellas fronteras servía de argumento para que familias y colegios sembraran en las mentes jóvenes un discurso del miedo, que les restringía su  movilidad.

Por otra parte, la violencia y la muerte en torno a las fronteras se volvieron un cliché para los medios. Aunque haría falta más investigación para rastrear el origen de estas “fronteras invisibles” – que no son ni “normales” ni ahistóricas- desde mediados de los 90 en Medellín puede detectarse cierta “naturalización” desde dos discursos principales:

  • uno que hablaba de la estrategia de militarización — propia de los grupos paramilitares y de guerrilla — que dividía los territorios, según una lógica de sectorización militar;
  • otra, en sintonía con la anterior, que hablaba de pandillas y de jóvenes que marcaban su territorio según unas tradiciones barriales anteriores a la violencia, pero funcionales a ésta, en tanto marcaban un “afuera” y un “adentro”, es decir, un “nosotros” y un “ellos”, que delimitaba claramente lo que era “enemigo” y lo que había que “cuidar” de ese extraño: un enemigo espacializado y estereotipado.

Memoria urbana y tráfico de drogas

En fin, las fronteras no son un fenómeno netamente criminal o de la violencia. Al parecer  podrían remitirse hasta los mismos procesos de poblamiento de barrios y comunas, que marcaron delimitaciones territoriales diferentes de las administrativas, las cuales luego son resignificadas por aquellos que están en un combo o pandilla de barrio.

Se observa, entonces, una representación circular de las fronteras: demarcación de límites desde el poblamiento del barrio, reapropiación de estos desde la violencia y reforzamiento de la idea de frontera desde los discursos del miedo de las instituciones.

Pero no se trata de una división tan binaria, ni tan simple, ni tan arbitraria. Existe también una dimensión comercial, que al parecer subyace a ambos discursos sobre la frontera: una lógica de microtráfico que divide el territorio en función de demanda y oferta de drogas, y que permite controlar la competencia en un lugar determinado de la ciudad.

Esta representación no se va construyendo desde un marco lógico, sino que parece  resultar de varias fuerzas: muchos frentes, muchos matices, circulando a tal velocidad que parece “normal” que se formen estas divisiones y, en algunos casos, que resulte “normal” que éstas marquen pautas violentas.

Tensiones internas, interrelaciones barriales

La revisión de la prensa local permite fijar un punto de partida: las fronteras empiezan a aparecer con más fuerza a principios de 2011, cuando la preocupación central era la situación de jóvenes y de niños que no podían cruzar de un lado a otro.  Algunos colegios quedaron ubicados en plena frontera, obstaculizando el acceso a estas instituciones.  Por lo menos, así lo presentaban los medios y los discursos oficiales.

Pero en la vida cotidiana de los barrios, la emergencia de las fronteras era una vivencia bastante diferente. Allí no se hablaba de una gran división espacial ordenada y delimitada que marcaba los lugares vetados para cierto tipo de personas, sino que las fronteras aparecían como una tensión constante entre la movilidad rutinaria, las delimitaciones cotidianas de los lugares, de las personas “conocidas” y las que no: se hablaba, a veces con cierta aquiescencia, de los “muchachos que llegaron a cuidar”.

La frontera cumple una función de reconocimiento del barrio, de saber quién es de aquí y quién no, para luego ir construyendo unos circuitos — cambiantes y ligados a ciertos tipos de sujetos — fortalecidos desde los discursos del miedo y la espacialidad, que dividen la ciudad.

Parece evidente también que parte de la violencia en la ciudad emerge de las jerarquías del narcotráfico y del crimen organizado, que inducen unas delicadas tensiones barriales: más que fronteras o líneas divisorias que dibujan espacios vetados, son cambios temporales en las relaciones de cotidianidad con los lugares que marcan el extrañamiento entre vecinos, cuadras y relaciones de poder.

No trato de decir que las fronteras sean irreales, mediáticas o invenciones del miedo, exclusivamente, sino que al parecer existen dos polos de representación que, aunque reflejan dos imágenes muy diferentes de las fronteras, parecen retroalimentarse dialécticamente:  las tensiones internas cambian las dinámicas de movilidad y distorsionan las interacciones barriales, las cuales a su vez son reforzadas desde los discursos del miedo y de restricción de la movilidad, puestos en boga por los medios de comunicación.

Desde esta perspectiva, ya no es posible ver las fronteras exclusivamente como un plan estratégico de división espacial — como muchas veces aparece en los medios— sino que resultaría más acertado entenderlo desde estas nuevas redes de relaciones urbanas que se configuran en medio de la coyuntura del crimen en la ciudad.

Segregación urbana por el miedo

En fin, además de hablarnos de condiciones reales de violencia y de restricción a la movilidad en la cotidianidad barrial, las fronteras ponen en evidencia una vergüenza histórica de Medellín, que solo hasta hace pocos años ha venido cambiando gradualmente: la espacialización y la adscripción de ciertas personas a ciertos lugares, de segregación y de discriminación urbanas.

La ciudad se fue construyendo en torno a un centro comercial e industrial, dominado por las élites. Se formó en paralelo una ciudad periférica y marginal a la que había que controlar, educar, medir y espacializar.

En pocas palabras: ciertos tipos de personas deberían estar en ciertos tipos de lugares bajo control — canchas, colegios, centros barriales — pero no en otros estereotipados como violentos. Por ejemplo, la esquina.

Las fronteras son instrumentos ideales para propagar un discurso de control y restricción, que mediante el miedo, fija unos límites de movilidad, con la intención de controlar institucionalmente a los individuos, tal como lo mostraba una noticia a mediados del año pasado, donde recomendaban unas rutas “seguras” para que los jóvenes pudieran ir de la casa al colegio y del colegio a la casa.

No conviene hacer una lectura de las fronteras solo como barreras o contenciones: en estas fronteras subyacen cotidianidades y relaciones barriales cambiantes que se están retroalimentando desde el miedo atávico a la movilidad irrestricta y desde la imposibilidad de enfrentar institucionalmente a esos pequeños puestos de control criminales, que sólo se mediatizan cuando hay más muertos.

* Economista,  estudiante de maestría en estudios culturales, investigador en observatorios de violencia, con énfasis en redes de arte urbanas, violencia y economía del crimen. Subdirector de Casa de las Estrategias en Medellín.

 

 

 

 

 transgresión de las fronteras invisibles   ha servido para explicar o aún “justificar” los homicidios en ciertos barrios de la ciudad.

 

 Se puede rastrear hasta los mismos procesos de poblamiento de barrios y comunas, que marcaron delimitaciones territoriales diferentes de  las administrativas.

 

Las tensiones internas cambian las dinámicas de movilidad y distorsionan las interacciones barriales, las cuales a su vez son reforzadas desde los discursos del miedo y de restricción de la movilidad, puestos en boga por los medios de comunicación. 

 

 

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