
El paro fue una llamarada de grandes proporciones, que sin embargo se apagó súbitamente. Fue también el anuncio renovado de cosas por venir, y en todo caso este episodio muestra verdades duraderas sobre la organización social, el sistema político y el ejercicio del periodismo en Colombia.
Hernando Gómez Buendía*
Misterio
Hace apenas unos días, los observadores nacionales e internacionales veían el Paro Nacional como un punto de inflexión en la historia de Colombia:
– Jefes políticos y analistas de derecha veían la amenaza inminente de una conspiración castro-chavista orquestada no supimos del todo si por Petro, el ELN, las disidencias de las FARC, Maduro, los narcotraficantes, los indígenas del Cauca, el lumpen, los vándalos, o alguna mezcla de los anteriores. “Los que destruyen contra los que construimos”, fue el resumen de algún publicista que incluso fue adoptado como eslogan por firmas comerciales.
-Los progresistas en cambio saludaban el despertar político de los jóvenes que son la mayoría de los colombianos, el resurgir del paro de noviembre del 2019, la confluencia histórica entre mingas indígenas, “dignidades agrarias” y centrales obreras al lado de los movimientos pacifistas, feministas, ambientalistas y demás minorías de nobles ideales. Era el reclamo colectivo por un mundo mejor, el tránsito desde la “democracia de súbditos” a una “democracia de ciudadanos”.
Y, sin embargo, como por arte de magia, el paro se desinfló en las calles y casi se esfumó de las noticias.
No digo por supuesto que hayamos vuelto a “la normalidad” o, menos todavía, a alguna paz idílica. En Bogotá persisten la ocupación de portales, los daños a Transmilenio, los choques con el ESMAD; en Cali sigue funcionando “Puerto Resistencia”, se incendia un nuevo bus, se denuncia otro muerto; en el Cauca, Nariño o la vía a Buenaventura se presentan “peajes” esporádicos…
Pero la intensidad de las protestas ha disminuido de manera ostensible. ¿Cómo explicar este raro fenómeno?
Pensando con las pasiones
Parte grande del misterio es por supuesto el peso de las ideologías.
Es natural que los protagonistas exageren el significado o importancia de los hechos, desde la joven que cree “estar haciendo historia” o ejercitar resistencia porque “nos están matando”, hasta el rico de Cali que cree que “los indios” venían a saquear sus residencias.
Los políticos también exageran como parte de su oficio, sobre todo si no ejercen dirección o liderazgo, si en vez de eso tratan de pescar en río revuelto. Pues esto fue lo que hicieron los políticos todos de Colombia —y eso ya dice todo sobre el sistema político—.
Pero el oficio de los periodistas –y más aún el de los analistas- se supone que es distinto. Su obligación era mirar al conjunto, reconocer la obvia y estridente coexistencia entre derecho a la protesta y vandalismo, entre defensa de la movilidad o el patrimonio y crímenes execrables de algunos policías, entre jóvenes que reclaman espacio y oportunidades, sindicatos que aspiran a tener más gabelas, campesinos hambrientos que levantan “peajes”, indígenas que llevan siglos de exclusión, malandrines de todos los pelambres, ciudades agobiadas por la pobreza que agravó la pandemia, funcionarios obtusos con presidente inepto, muy diversos conflictos y tensiones acumuladas en las distintas regiones de Colombia…
Por eso es lamentable que tantos forjadores de opinión hayan pensado con las emociones, que por eso no vieran la complejidad, que se fijaran apenas en una cara del asunto, que por lo mismo perdieran el sentido de las proporciones, es decir, que no intentaran siquiera comprender los hechos, porque si no se entienden no es posible explicarlos ni es posible por tanto transformar las realidades que subyacen a esos hechos.
Para explicar el misterio
Por eso y en el espacio apenas de este escrito, me arriesgo a sugerir algunas pistas que podrían ayudar a explicar aquel misterio:
– Una primera razón sería la gran debilidad de las organizaciones populares en Colombia. No tenemos los partidos indígenas de otros países andinos, ni los sindicatos poderosos de Argentina o de Brasil, ni la coalición de clases medias en el estilo de Chile; tenemos núcleos regionales como el CRIC, sindicatos sectoriales como FECODE, o movilizaciones locales contra algunos proyectos mineros.
Hay un divorcio entre los movimientos sociales y el sistema político, y mientras ellos no se organicen y utilicen la vía electoral no habrá reformas de veras en Colombia.
– En segundo lugar, las organizaciones nacionales siempre han estado intensamente fragmentadas. El movimiento campesino se dividió y se divide en varias “líneas”, los estudiantes o los pensionados tienen varias “federaciones”, e inclusive hoy, en el Comité Nacional del Paro toman asiento tres centrales obreras que llevan años de disputarse el predominio (CUT, CGT y CTC).
– Esa debilidad y esa fragmentación son a su vez reflejo de un problema político más hondo: nadie en Colombia representa a nadie. Los sindicatos hablan por un 4% de los trabajadores en las grandes empresas, las ONG hablan por sus respectivos activistas, los gremios dicen unas cosas mientras Sarmiento y el Sindicato Antioqueño se aseguran de otras cosas, el periodismo desapareció, las redes son ruido puro…e incluso los políticos de oposición hablan sin aclarar o declarar a quiénes representan.
– Pasando a lo coyuntural, la dispersión implicó que no existiera una causa o un reclamo verdaderamente común entre los manifestantes. Por eso los 104 puntos “de emergencia” que contenía el pliego, pese al intento de pegarlos con babas en “apenas” siete puntos tan gaseosos como el de “No discriminación de género, diversidad sexual y étnica” (que de paso y, además, es lo que manda la Constitución desde hace 30 años).
– La dispersión anterior acabó por diluir los reclamos sociales o económicos de fondo, para pasar a una cuestión instrumental distinta: la denuncia de abusos de la Fuerza Pública ocasionados por el mismo paro, que se vieron a su vez diluidas con la apertura formal de las investigaciones, la visita de la CIDH y las reformas a la Policía que anunció el presidente.
– Además de lo cual, y antes que todo, está el carácter autodestructivo de las dos herramientas que podían utilizar los promotores: bloqueo de carreteras para desabastecer las ciudades y concentraciones callejeras que impiden movilizarse – y que además agravaron la pandemia-. Sin contar los episodios de vandalismo, estas dos estrategias perjudican a las mayorías y crearon el ambiente de opinión que hizo imposible mantener el paro.

Es lamentable que tantos forjadores de opinión hayan pensado con las emociones, que por eso no vieran la complejidad, que se fijaran apenas en una cara del asunto
-Bajo esas circunstancias, el Comité Nacional se equivocó primero al suspender las conversaciones cuando en efecto no tenía cómo redoblar la presión sobre el gobierno una vez que se levantó de la mesa.
-Así que el Comité tuvo que optar por la única carta que parecía digna: la redacción de proyectos de ley sobre los muchos puntos de la agenda. Sólo que esta salida merece dos comentarios: que para eso no necesitaban paros y que los proyectos no tienen por qué ser aprobados.
-Lo cual nos trae a un tema grueso: hay un divorcio entre los movimientos sociales y el sistema político, y mientras ellos no se organicen y utilicen la vía electoral no habrá reformas de veras en Colombia.
-Pero entretanto y ante la ausencia de proyectos nacionales que pasen por el aumento masivo de los empleos productivos, se seguiría agravando el ciclo de estallidos sociales cada vez más intensos, indolencia o ineptitud de los gobiernos e incapacidad del sistema político para canalizar de modo constructivo las pretensiones legítimas de la ciudadanía.
En resumen
Propondría que los sucesos posteriores al 28 de abril han puesto de presente:
- La ceguera poderosa y extendida que imponen las ideologías;
- La gran debilidad y dispersión del movimiento social;
- La pérdida de representatividad de los partidos políticos;
- El tránsito retardado desde el “conflicto armado interno” hacia la conflictividad propia de un país de ciudades, y
- La insistencia en un modelo energético-minero que no tiene futuro, sin que nadie se ocupe seriamente de aumentar la productividad de nuestra gente.
Estos cinco son procesos de vieja data y de larga duración, que ayudarían a entender el paro como un evento menos dramático de lo que dijeron en general los forjadores de opinión, pero más significativo de lo que da a entender su lánguido final.
Son cinco realidades duraderas que no invento ahora, sino que hallé en el intento de explicar nuestra historia centenaria en Entre la Independencia y la pandemia. Colombia, 1810 a 2020, un libro que por eso y con respeto sugiero consultar a los interesados.