En Colombia no hay mucha cultura literaria, y la Feria del Libro de Bogotá vuelve a mostrarlo este año. Pero pasaron cosas interesantes.
Darío Rodríguez*
Una feria de segunda
La Feria Internacional del Libro de Bogotá (FilBo) no es comparable con otras ferias del libro en América Latina.
La FIL de Guadalajara entrega el premio literario más notable del continente, obtenido por figuras como Nicanor Parra o Enrique Vila-Matas, y la de Buenos Aires, cuyo poder de convocatoria es impresionante, cuenta con la presencia de autores de gran prestigio, reúne a la casi totalidad de sellos editoriales en nuestro idioma y, quizá lo fundamental, ejerce gran influencia sobre la opinión pública.
Esto último se comprobó durante la última versión de la FilBA: cuando el tema del aborto estaba siendo intensamente debatido en Argentina, el polémico discurso inaugural de la escritora Claudia Piñeiro captó la atención de muchos ciudadanos. Piñeiro reivindicó además el aspecto laboral del oficio literario y, haciendo suya una frase de Griselda Gambaro, insistió en la necesaria lejanía del poder que debe guardar todo autor literario.
En Argentina, por lo menos, las plumas aún tienen cierta presencia en el debate público, así como en México hay un lugar para consagrar a quienes publiquen buenos libros en español. Al fin y al cabo en México existe una tradición editorial sofisticada y a la cual no le ha hecho mella la violencia que sacude a ese país.
México es un país donde existe una importante tradición editorial a la cual no le ha hecho mella la angustiosa situación de violencia que viven sus habitantes.
Nuestra FilBo no tiene estas características, quizás porque en Colombia -un país que está armándose y desarmándose casi todos los días- las prioridades son muy diferentes. Por ejemplo, esta edición de la FilBo ha coincidido con una enconada campaña presidencial y con un histórico proceso de paz que sin embargo sigue siendo objeto de controversias.
Si a esto agregamos la explosiva inmigración de venezolanos y el regreso de violencias derivadas del narcotráfico, el panorama para públicos lectores y para el fomento de la lectura parece muy reducido, contrariamente a lo que sugiere por ejemplo la Encuesta Nacional de Lectura de este año.
Al denominado Plan Lector le fueron asignados seiscientos ochenta y siete mil millones de pesos en el último año. Este plan consta de inversiones en bibliotecas públicas de toda la nación y de campañas de motivación lectora.
Hay más lectores, sí, pero nunca para sostener una industria editorial fuerte, ni para lograr que el libro esté presente en las impredecibles y agitadas situaciones nacionales.
Un acto de populismo
![]() Visitantes a la Feria del Libro Foto: @Anyelik |
Desde la escuela, la universidad o los entornos laborales se lee, de eso no hay duda, pero las visiones del libro como un soporte del entretenimiento, por un lado, y el matiz quizá elitista de la literatura (debido a los elevados precios en circulación y distribución de los libros) por otro, impiden que crezcamos como una sociedad lectora.
Mucho de esto se vio reflejado en la versión 2018 de la FilBo:
- El gancho publicitario central del evento se confundió con su espíritu o fundamento. Proponer una cancha futbolística como eje focal, para subrayar la presencia de Argentina en calidad de país invitado, fue simplemente un desatino.
- Desde luego, la carnada del balompié opacó a la producción editorial e hizo un énfasis innecesario sobre el elemento de espectáculo.
- De contera, el discurso inaugural del escritor argentino Eduardo Sacheri consiguió, aunque involuntariamente, convalidar la presencia de un campo de juego como templo central y meta de la feria al centrarse en la pasión por el futbol que une a Colombia y Argentina.
El hecho pasó desapercibido para los medios colombianos, cada vez menos interesados en armar polvorines culturales. Hacia el cierre de la feria, fue el escritor argentino Alberto Manguel quien pidió que disculparan a sus compatriotas por el gesto de “populismo”: «Pido disculpas en nombre de todos los argentinos por el vergonzoso escenario de un estadio de fútbol montado en una fiesta del libro; celebramos seguramente esos notables futbolistas Borges, Bioy Casares, Alejandra Pizarnik, Cortázar, desde el Martín Fierro en adelante… pero les pido de nuevo disculpas por ese gesto tan absurdo de populismo».
Actos de calidad
Sin embargo, como no conviene señalar sólo los aspectos frívolos -por lo demás propios de estas actividades comerciales (hasta la feria de Fráncfort, la más importante del planeta, suele caer en este tipo de ligerezas)- también cabe mencionar algunos aciertos, en algunos casos de alta calidad:
Hay más lectores, sí, pero nunca para sostener una industria editorial fuerte, ni para lograr que el libro esté presente en las impredecibles y agitadas situaciones nacionales.
- La visita de Irving Welsh comprobó que su voz, su tono e historias siguen siendo uno de los soportes más lúcidos y singulares de la literatura en cualquier idioma. Honesto y escueto, el autor de ‘Trainspotting’ disertó acerca de límites, conservadurismo y adicciones. Vale decir que la frescura de sus libros no desmerece del personaje público que el propio Welsh ha forjado para sí mismo, un individuo valiente que no teme ignorar lo “políticamente correcto”.
- Pese a ser muy especializados, encuentros como el Seminario Internacional de Derecho de Autor y el Salón Internacional de Negocios son espacios que no solo informan y contribuyen a afianzar los acuerdos editoriales de corte comercial sino que ponen de presente cuál es la situación real del mundo del libro, sobre todo en el ámbito iberoamericano.
- La poeta rumana Ana Blandiana hechizó al público, algo que suele conseguir cada vez que se dirige a un auditorio. El poder de su palabra, nacida entre las restricciones de una dictadura, y la altísima elaboración de sus poemas hicieron de su conversación con el escritor colombiano Juan Cárdenas un momento excepcional de la FilBo.
- Lisa Randall tiene el don de traducir el abstruso lenguaje de la física y la astrofísica a quienes desconocen todo acerca de estas disciplinas. Su intervención le obsequió a un público deseoso de entender los misterios del universo una extraordinaria – y curiosamente sencilla – cátedra erudita en torno al Cosmos.
Literatura oculta
Dos actos sin impacto mediático ni muchos asistentes son la demostración de que la FilBo es también un espacio que aglutina cierta literatura oculta o poco difundida, bien hecha, que no transa con poderes ni monopolios.
El poeta Álvaro Marín presentó su libro de ensayos ‘Sobrevuelo a la poesía colombiana’, publicado por Alejandría, una pequeña editorial boyacense. El libro recopila algunos ensayos cuyo tema es la inspección polémica y crítica de la literatura colombiana. Rescata, en contra de juicios académicos, a figuras como Estanislao Zuleta o Fernando González Ochoa.
En ese mismo tenor, y con el mismo escaso público, se les rindió homenaje a los poetas de la llamada Generación sin nombre, cuyo debut se dio hace cincuenta años, a finales de los sesentas. A la cita asistieron José Luis Díaz Granados, Álvaro Miranda y Augusto Pinilla, poetas y autores también de novelas, con una obra sólida, pero sin el favor de grandes editoriales.
En ese mismo tenor, y con el mismo escaso público, se les rindió homenaje a los poetas de la llamada Generación sin nombre, cuyo debut se dio hace cincuenta años, a finales de los sesentas.
Sin proponérselo, esta generación de escritores (a la cual también pertenecen María Mercedes Carranza, Juan Gustavo Cobo y Henry Luque Muñoz) le cambió el rumbo a la literatura colombiana y poco a poco fue instalándola en la modernidad. Actitud contraria a la de los nadaístas, sus casi contemporáneos, que recurrieron al escándalo para ser reconocidos como autores. Es curioso el silencio de academias e instituciones frente a este grupo de poetas.
Un escenario ambiguo
![]() Conferencia e invitados en la FILBO. Foto: @Anyelik |
Mención aparte merecen algunos personajes y sucesos ambiguos, inspiradores de amores y odios.
Ejemplo de lo anterior son las obvias incomodidades que despierta el novelista Mario Vargas Llosa por donde quiera que pasa. Este año vino a bendecir a un candidato presidencial y a inaugurar una biblioteca escolar. Se comporta como el jefe de Estado que nunca pudo llegar a ser.
Asimismo la novela que le publicaron a Laura Restrepo con ocasión de una indescriptible tragedia colombiana (el sonado caso de la violación y asesinato de una niña por parte de un individuo de clase alta) que habla más de cómo ciertas coyunturas son usadas para vender más libros.
Finalmente Carolina Sanín, una escritora que se ha construido a partir de sus opiniones en redes sociales y cuyo talento novelístico ha ido mermando mientras crece su talante de figura pública, dio una conferencia muy concurrida. Su carácter polémico, más que su producción literaria, la ha convertido en una representación del autor en nuestra época: se conoce más su persona que su obra.
En últimas, la FilBo es una cita ineludible para examinar cómo van la literatura y el mundo del libro en nuestro tiempo, y para comprender cómo va la atmósfera intelectual de este país, aún esquivo a la lectura como fenómeno masivo pero siempre dispuesto a dejarse sorprender.
Nuestra esperanza: que en el futuro existan no muchos sino mejores lectores.
*Escritor, editor y columnista
@etinEspartaego