El ganador del Premio Cervantes de este año es un novelista que actúa con el rigor del historiador y que no tiene reparos en enfrentar a su lector con gruesos volúmenes o con un lenguaje exigente.
Darío Rodríguez*
Casi inabarcable
Se puede escribir lo que no es Fernando del Paso, pues resulta muy difícil abarcarlo, sintetizarlo, escribir lo que es.
Fernando del Paso no crea ligeros best–sellers, pese a que fue muy leído (sobre todo en México, su país de origen) durante dos épocas: los sesenta–setenta, por cuenta de su novela José Trigo; y los ochenta, cuando Noticias del imperio sorprendió a lectores de medio mundo.
Esta última novela era tan abrasadora, culta y desbordante como lo fue Palinuro de México, ese otro monumento novelístico suyo con muy pocos equivalentes en la literatura de lengua española y patrimonio literario universal.
No hay una sola gota frívola ni de descuido en sus libros; el lector siente que cada frase, cada renglón, han sido macerados y pulidos hasta el cansancio (de ahí también sus demoras: gasta cerca de diez años para elaborar sus obras capitales).
No hay una sola gota frívola ni de descuido en sus libros
Del Paso es un individuo totalmente ajeno a estos tiempos líquidos en que vivimos, no le teme a edificar novelas donde caben sin problema la erudición más rigurosa (incluso hasta la manía enciclopédica), giros del lenguaje insospechados que ya envidiaría cualquier poeta y sobre todo un saber hondo acerca del desventurado, festivo y extraño paso de los seres humanos por este planeta.
No tratamos aquí de un escritor fácil. Sus voluminosas novelas son de esforzada pero grata lectura y remiten al humanismo clásico tipo Goethe. Leer a Fernando del Paso es conocer o repasar la sociología, la antropología, la filosofía y el esteticismo refinado, en una insólita y tranquila mezcla con la oralidad, los idiomas indígenas, la picaresca mexicana o suramericana.
En ese sentido es tan de su tierra como el poeta Ramón López Velarde o el novelista Martín Luis Guzmán, pero tan universal como Jorge Luis Borges, Octavio Paz o César Vallejo. En suma, un portento inclasificable. Pero también es un escritor aún desconocido, no por culpa de la escasa difusión sino debido a su complejidad.
Además, cada cierto tiempo, Del Paso hace algo para despistar a sus lectores fieles: compone sonetos justo cuando el grueso de poetas intenta alejarse de modelos líricos tradicionales. Cuando esos lectores esperaban, tras la grandeza de Noticias del imperio, otra novela histórica, del Paso publicó en los años noventa Linda 67, un arduo experimento con la literatura negra y policíaca.
El novelista erudito
![]() Una calle de la Colonia Roma en Ciudad de México, lugar de nacimiento de Fernando del Paso. Foto: Angélica Portales |
Su condición intelectual a la antigua (esa figura del sujeto que ha leído todo y para el cual ninguna temática de la inteligencia es ajena) pudo llevarlo a esgrimir sus propias teorías acerca de Don Quijote. Sobre este escribió un ensayo titulado Viaje alrededor de El Quijote, resumen juicioso de lo que otros dijeron acerca del gran Caballero Andante, lección de cómo debe leerse un libro magno con ayuda de toda la cultura y ejemplo de humildad, un aspecto a veces inexistente entre artistas o literatos.
Durante la última década, Del Paso ha permanecido ocupado bajo una gigantesca documentación para el segundo tomo de unos ensayos acerca del judaísmo y del islam, titulado Bajo la sombra de la historia. No sorprende esa severidad y esa coherencia. Está cerrando su trabajo ininterrumpido de cincuenta años tal como empezó: con una profusa indagación en los esquivos vericuetos del pasado.
Todo novelista se enfrenta a los sucesos históricos con una reverencia no exenta de involuntaria solemnidad. Aunque algunos lo nieguen. Al fin y al cabo los eventos pretéritos son un paisaje siempre complicado de cercar.
Es raro quien logre modificar o desestabilizar esos hechos mediante lo literario, sirviéndose de una voz potente, contándolos no bajo el espíritu del fotógrafo (alguien cuya pretensión cruza por el calco) sino del pintor (alguien que crea una realidad brindándole atmósferas y pigmentos muy particulares), sin genuflexiones al mismo discurso histórico, sin pompa, hasta apropiarse de ellos y brindar versiones tan autorizadas como las oficiales o las cotejadas en los archivos. Su fuerza reside en que gesta esas versiones contra la aprobación general.
Una virtud indiscutible de Fernando del Paso es asumir la historia con osadía. La moldea para que el lector supere meras informaciones o contextos superficiales y entre a vivirla como un implicado más.
Sus novelas
![]() La Emperatriz Carlota de México. Foto: Wikimedia Commons |
Quizás no sea atrevido comparar el propósito que se trazó Del Paso al escribir José Trigo, su primera novela, con el de Los Pichiciegos, del argentino Rodolfo Fogwill. Ambas novelas tratan episodios violentos (la huelga ferrocarrilera de Nonoalco/Tlatelolco (1957) y la guerra de Las Malvinas) con un prisma personal, atado a las experiencias humanas más básicas, más directas y a una visión que está cuestionando con frecuencia la fijeza histórica.
Estos textos llegan a convertirse no solo en testimonios paralelos a los reales sino en planisferios para asumirlos con mayor consistencia. Los pichiciegos se ocultan dentro de la tierra mientras culmina el conflicto del exterior, y los obreros de José Trigo luchan de manera que no los borren ni los oculten, resisten siendo víctimas y organizadores del conflicto.
Al final, la fuerza se impone con crudeza y muerte, develando las características trágicas y marginales de estos personajes. La diferencia radical de estos dos relatos estriba en su tejido: Fogwill es descarnado, insolente aunque lúcido; Del Paso transforma lo escabroso en una suerte de canto, de festín del lenguaje.
Novela narrada por un coro equilibrado de voces bastante diferentes entre sí, José Trigo se pregunta por la posibilidad de hallar al ser humano, a su valía, en medio de las peores bajezas, recurriendo sin cortapisas tanto al pedestre timbre vocal del trabajador ferroviario como a la rumorosa entonación del fantasma indígena, vapuleado y destruido como aquél.
Fernando del Paso elevó su apuesta por producir lo histórico y la historia en Noticias del imperio. El libro narra un episodio que ya de por sí es un lance novelístico en la historia de México: el brevísimo tiempo, durante la segunda mitad del siglo XIX, en que se aposentó el emperador francés Maximiliano sobre el territorio azteca, su apoyo por parte de una Europa sedienta de riqueza y su posterior fusilamiento.
La novela está narrada en parte por Carlota, la esposa del emperador, que a veces sufre delirios semejantes a poemas en prosa, y otras se vuelve jueza de los políticos y demás buitres de la época que le tocó. El larguísimo monólogo está acompañado por cartas, informes y voces de los más variados registros.
Si Fernando del Paso va a perdurar por algún libro será por Palinuro de México, su obra maestra.
Noticias del imperio es una novela extensísima que no le ahorra al lector momentos de una ensayística parecida a la del historiador más avezado, así como escenas dignas de una novela folletinesca o de aventuras decimonónica.
Aquí la inspección es no solo a un trozo mexicano de la historia. No está mal aseverar que esta es una novela donde las actitudes coloniales y el orden de este mundo están siendo enjuiciadas y desenmascaradas de principio a fin. También es una máquina de virtuosismo idiomático.
Pero si Fernando del Paso va a perdurar por algún libro será por Palinuro de México, su obra maestra, uno de los artificios representativos no solo de la literatura mexicana sino de la literatura misma.
Es imposible decir en qué consiste su argumento, y tal vez no sea equivocado afirmar que la relación del Palinuro de la novela con el sacrificado piloto de Eneas, también llamado Palinuro, no es gratuita.
Barroca, desmedida, abundante hasta la extenuación, este libro que ya es un clásico recrea, entre otras, la vida del joven Palinuro, estudiante de medicina, su amor por la bella Estefanía, su muerte violenta durante la vergonzosa ‘Noche de Tlatelolco’ (1968), de nuestro continente enlazado y referido sin remedio al europeo, de la ciencia fisiológica como un pasaporte para ir por los pasillos de la realidad.
Pero esos son solo algunos de los temas que esta desmesurada e inagotable novela trata. Solo abordando ese mundo puede un lector saber con certeza cuál es el alma del libro.
¿La consagración?
Ahora le concedieron el Premio Cervantes a Fernando del Paso. Ojalá su precario estado de salud le permita asistir a la ceremonia de entrega en la Universidad de Alcalá de Henares. Hace poco un paro cardiaco y una enfermedad quisieron impedirle presentarse en su propia exposición pictórica (como si fuera poco lo mencionado atrás, Del Paso es un eximio pintor y dibujante).
Este galardón marca solo un poco de su consagración definitiva, que llegará cuando sus intrincados y nada complacientes volúmenes sean conocidos y amados por muchas personas; cuando abandonen su condición de joyas inaccesibles y empiecen a formar parte del habla de la calle, de los temas que se ven en clases de colegios, de esa historia mexicana (que tanto se parece a nuestra propia historia).
Lo bueno del importante reconocimiento literario es que volverán, durante alguna temporada, la promoción y distribución de sus novelas. Tal vez sea este el inicio de los viajes que necesitan emprender esos enormes y admirables libros del hombre que ha narrado todas las rosas, todos los animales, todas las plazas, todos los planetas, todos los personajes del mundo.
* Escritor y editor. Columnista de www.cartelurbano.com
@etinEspartaego