Para conmemorar los treinta años de su partida, debemos recordar algunas de sus apuestas imprescindibles para el momento político que atraviesa el país.
Darío Rodríguez*
Un pensador de actualidad
La mayoría de los problemas que planteó Estanislao Zuleta se encuentran todavía sobre la mesa.
Una prueba de esta afirmación se encuentra en el final de “Sobre la guerra”:
(…) Para mí una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De conocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Que sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz”.
Estas palabras rompen con el idealismo que suele acompañar los discursos en contra de la guerra ya que, a diferencia de estos, Zuleta aterriza en la realidad de la condición humana y acepta, de entrada, lo inevitable del conflicto en la sociedad.
Actualmente, las altas esferas del poder siguen negando la guerra vivida por Colombia durante más de medio siglo, e impiden la opción de discutir caminos que permitan curar las heridas que ha dejado ese conflicto.
En estos momentos, el pensamiento democrático de Estanislao Zuleta, basado en el acuerdo, el diálogo y la razón, se hace más urgente que nunca.
La agenda abierta y la necesidad de discusión
Los intereses intelectuales de Zuleta no se limitan al tema de la paz. Su trabajo trazó incontables rutas de argumentos y debates, que todavía esperan por lectores atentos e interlocutores firmes para ser exploradas en toda su riqueza.
La revisión de algunas de sus tesis asombra no solo por su singularidad sino por la profundidad de lo pensado. Para Zuleta, por ejemplo, el consumo de sustancias psicoactivas era un modo de protesta social y el desarrollo industrial contribuía al fracaso educativo de los países.
Para Zuleta, el consumo de sustancias psicoactivas era un modo de protesta social
También consideraba que el proselitismo político enmascaraba un alma enferma, que el amor sin aceptación de la realidad sólo se resolvía con la muerte, y que el dedicarse sólo a un oficio degradaba y deformaba a la persona.
Estos postulados son apenas una muestra del complejo entramado de pensamientos y afirmaciones del filósofo colombiano, ya que irónicamente su obra escrita es mínima. Zuleta fue, ante todo, un maestro oral que prefería la conversación o la conferencia dialogada.
La mayoría de sus libros son, en realidad, transcripciones de conferencias públicas, charlas, entrevistas o clases impartidas entre Bogotá, Medellín y Cali, las ciudades donde vivió y se desarrolló como pensador.
Autodidacta y educador
Estanislao Zuleta Velásquez nació el 3 de febrero de 1935 y mostró desde temprano un gusto particular por la lectura y el autoaprendizaje. Su padre era íntimo amigo de Fernando González, filósofo y escritor que encontró en Zuleta hijo un fiel discípulo.
Abandonó pronto el colegio y todo tipo de educación formal para dedicarse a ser autodidacta. Es célebre el argumento que empleó frente a su madre para no terminar el bachillerato: “El colegio no me deja tiempo para estudiar”.
Este camino autoformativo lo condujo, para finales de la década de los cincuenta, a la temprana militancia política de corte izquierdista y a la producción de textos que tejían el análisis político con el debate artístico y filosófico.
Fue profesor de la Universidad Nacional de Colombia, de la Universidad Libre y de la Universidad del Valle, donde recibió un doctorado Honoris Causa en Psicología. El afán por ahondar en la temática educativa lo llevó a fundar una “contraescuela” en el Valle del Cauca, donde se educaron sus hijos y los hijos de sus compañeros de proyecto, siendo profesores los propios padres y madres de los niños.
Durante su última década de vida trabajó como asesor del presidente Belisario Betancur y de instituciones como el INCORA.

Foto: Research Gate
Elogio de la dificultad
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Marxismo, psicoanálisis y literatura
Sus búsquedas eran intensas e infatigables. A los veintitrés años, tras aprender por sí mismo el francés, se convirtió en un divulgador del existencialismo, del psicoanálisis y del marxismo. Incluso el historiador Álvaro Tirado Mejía recuerda que leyeron y discutieron juntos “El Capital”.
Para principios de los sesenta, Zuleta publica un artículo titulado “Marxismo y psicoanálisis” en la revista Estrategia, el cual, según Alberto Valencia —editor y transcriptor de la obra de Zuleta— define su programa de pensamiento.
Su interés en las teorías de Freud lo llevó a crear un círculo psicoanalítico en Cali y a coordinar tertulias o conversaciones en distintos lugares, en las cuales se leían y comentaban libros completos, sobre todo de corte literario. De allí nace uno de los libros capitales de Zuleta, “Thomas Mann, la montaña mágica y la llanura prosaica”.
En este texto, Zuleta relaciona, desde la ética ciudadana, una cosmovisión de lo real a partir de la novela de Mann. El libro es una transcripción de clases, pero se deja leer como el amplio ensayo que en realidad es y denota una de sus ideas principales: la literatura como referente clave para entender la sociedad. Desde su perspectiva, la literatura aporta modelos vitales y vidas en sí mismas, que nos permiten entendernos y vernos desde el otro y desde la diferencia.
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Filósofo colombiano
Su pensamiento es heterogéneo e impredecible, de ahí su complejidad. Su obra intenta un diálogo entre saberes sin aparente afinidad para pensar mejor, con hondura, el paso del ser humano sobre la Tierra. Así, por ejemplo, para abordar la poesía del Tuerto Luis Carlos López apela al psicoanálisis, a las tirantes relaciones con los mayores y a las pulsiones de muerte con la ciudad natal.
Otros aportes de Zuleta, ya no solo al pensamiento colombiano sino al pensamiento en general, pueden hallarse en su estudio de un pensar socrático, un pensar por uno mismo, adaptado a las necesidades de nuestro presente, sin dogmas y con el valor de aceptar conflictos internos o externos en la búsqueda de ese razonamiento.
Igualmente, en el necesario examen de lo psicológico y de los mecanismos de la persona antes de dar el paso al compromiso político.
Estanislao Zuleta también ha sido tildado de poco riguroso, antiacadémico y charlatán; se puede estar o no de acuerdo con sus ideas, pero resulta imposible desconocer su trabajo y sus apuestas. Es preciso darle una oportunidad.
En tiempos de la llamada “posverdad”, cuando la mentira y el embuste retórico sirven para fortalecer poderes, cuando una polarización drástica anula cualquier diálogo, el saber democrático y de alteridad que propone el autor de “Elogio de la dificultad” es saludable para ir recuperando el rumbo, sobre todo en el debate público, tan desvirtuado en estos días.

Foto: Unimedios A Zuleta se lo conoce más por su legado oral que escrito.
Hay una anécdota, relatada por William Ospina, que dibuja íntegramente a este pensador nuestro fallecido hace treinta años. Le leía la “Fenomenología del espíritu”, del filósofo alemán G.W. Hegel, a un niño con pocos meses de vida. Zuleta explicaba a la madre del pequeño que, aunque la criatura no entendiera, era conveniente que fuese recibiendo el conocimiento desde una edad prematura.
Colombia ha tenido pocos filósofos, se les puede contar con los dedos de una sola mano. Estanislao Zuleta es y seguirá siendo uno de ellos.
* Escritor y editor, columnista de la revista Cartel Urbano.