¿Cuántas ciudades hay en una ciudad? En todas las grandes urbes del mundo luchan la antigua y la nueva, la tranquila y la violenta, la rica y la pobre… Estambul no es la excepción.
Freddy Cante *
Entre el terrorismo y el terror
No todo lo urbano genera violencia y destrucción. De hecho lo que ha impedido que las ciudades se hayan convertido en infernales guerras de todos contra todos, es que en ellas existen espacios y tiempos de integración (inclusión, participación) y cultura, que dan sentido a la vida y hacen posible la convivencia.
El exacerbado consumo de energía (petróleo, electricidad, biocombustibles, etc.), la exigente dieta de citadinos sobrealimentados, la inmisericorde contaminación del agua y del aire, son temas sustantivos en la guerra silenciosa generada por las urbes como un colosal aparato de consumismo y acumulación. Pero entre nosotros apenas se mencionan.
En Global Collective Action, el bestseller de Tod Sadler publicado por la Universidad de Cambridge en 2004, sólo se insinúan temas capitales como la “guerra del centavo” y la obsesión por la velocidad en el transporte urbano. En el capítulo sobre la posibilidad de coaliciones internacionales contra el terrorismo, Sandler afirma que en el año 2001 (recordado por el ataque a las Torres Gemelas) los muertos por actos terroristas no ascendieron a más de 10 mil, mientras que anualmente mueren más de 42 mil personas en las autopistas, así como en las calles de las ciudades norteamericanas, diseñadas sin piedad alguna para la gente de a pie.
De Bizancio a Constantinopla a Estambul
Escribo este artículo a manera de reseña del libro de Orhan Pamuk, Istambul, Memories and the City, y lo hago a raíz de una breve estadía en la que fue en siglos pasados una ciudad inolvidable.
Localizada entre Europa y Asia, continentes a los que separa en las cercanías el estrecho del Bósforo (el cual une a su vez al Mar Negro con el Mar de Mármara), Estambul es una auténtica metrópoli. Su historia data del año 660 a.C. Fue capital de colosales imperios como el romano, el bizantino y el otomano. Antes de su actual nombre se llamó Bizancio y luego Constantinopla.
La historia misma de la urbe es un espacio de controversia. Dice Pamuk que para Occidente y sus partidarios, el 4 de mayo de 1453 significa el derrumbe de Constantinopla, mientras que para Oriente y sus partidarios significa la recuperación de un territorio. El enfrentamiento ha sido largo. El siglo XX se caracterizó por una lucha a muerte entre distintos grupos étnicos, con la consecuente destrucción de vidas, arquitecturas y ritos culturales de profunda significación.
Ataturk, el modernizador
El aterrizaje en el aeropuerto de Ataturk (nombre del líder que a comienzos del siglo pasado impuso el alfabeto occidental, instauró una sola lengua, suprimió rituales y vestimentas del imperio otomano, y puso en marcha la maquinaria para imitar a un mundo que se creía desarrollado) hace poner bruscamente los pies sobre la tierra. No se aterriza en un paraje legendario y misterioso: se llega a una metrópoli enorme, con propagandas en inglés y música rock o heavy que sale de algún local ruidoso.
Para Pamuk la empresa modernizadora de Ataturk significó el entierro de la religión y el esfuerzo por mantener a raya la pobreza. El escritor advierte el vacío espiritual que viven muchas familias ricas, secularizadas y occidentalizadas, que mantienen un silencio profundo alrededor de los temas religiosos. Fácilmente hablan de los éxitos que logran en batallas laborales, educativas, deportivas y sexuales, pero guardan un corrosivo mutismo en relación con temas capitales como el amor, la compasión, el significado de la vida e, inclusive, los celos y el odio.
¿En dónde estoy?
La obsesión de Pamuk es la de expresar los sentimientos de angustia, frustración y culpa que sufren cada día los habitantes al presenciar la limpieza cultural y étnica que ha sufrido su ciudad. En términos eufemísticos esa limpieza se denomina “occidentalización” o “modernización”.
El novelista, que en 2006 fue el primer premio Nobel de Turquía, afirma que aunque el deseo de los habitantes de Estambul para abrirse a la occidentalización ha sido grande, más desesperada y potente ha sido su necesidad de enterrar la memoria de su cultura ancestral. Algo comparable a lo que un amante despechado hace cuando arroja a la hoguera los vestidos, recuerdos y fotografías de quien fuera su gran amor.
Es fácil sospechar cuál puede ser el profundo sentimiento de melancolía de quienes presencian la muerte de una cultura. Largas caminatas de observación ayudan a hacer un contraste entre la arquitectura sobreviviente de la ciudad histórica y el abigarrado perfil de la urbe moderna. Hoy impera en Estambul un estilo de grandes, uniformes y monótonos edificios, que albergan una población de más de 14 millones de habitantes. A veces el viajero no sabe si está en lo que fue la ciudad más esplendorosa del Medio Oriente, o en Nueva York… o Shangai.
El mundo es de los ricos
Cientos de kilómetros de la ciudad están cubiertos por grandes edificios de apartamentos y oficinas. Entre tanto, en las Islas Príncipe, ubicadas en el Mármara, que no sucumbieron a la colonización occidental, los millonarios se disputan la vista al mar y la tranquilidad de habitar en un pequeño paraíso sin carros. Otro refugio para ricos es el de las colinas desde donde puede verse el paisaje hacia el Bósforo, el Mar Negro y el Mármara.
El visitante que ama la naturaleza se frustra al comprobar la mezquindad de las zonas verdes públicas comparadas con los grandes parques privados que rodean los chalets y mansiones de los poderosos. A esta frustración se suma el sinsabor de no hallar playas para tomar el sol y gozar de la orilla del mar. Dada la suciedad del puerto, los bañistas de alguna capacidad económica deben emprender un crucero para visitar las islas cercanas, donde les espera una nueva sorpresa: la creciente privatización de las playas, que han caído en manos de propietarios de hoteles y restaurantes o, inclusive, de “empresarios del rebusque”, que viven de alquilar trozos de sombra.
Los hermanos enemigos
En Estambul hay una competencia a muerte por ostentar. Los palacetes, playas, fundos y autos son la máxima expresión de rivalidad y muestran la exclusión que caracteriza a la propiedad privada.
La desigualdad se exacerba con la existencia de resentimientos, venganza y odio. Pamuk habla de los vestigios de un feudalismo sangriento y demuestra que los ricos tradicionales descreen de lo público pues, no sin razón, saben que el Estado es un saqueador y ven en el vecino o aún en el hermano a un enemigo.
El escritor afirma que los ricos de Estambul han tenido una tradición de competencia alrededor de feudos que defienden a sangre y fuego. Aparte de su enfermiza imitación de la cultura europea (que es, según él, sólo aparente alrededor del consumo de unos pocos bienes culturales), los millonarios se caracterizan por su enorme propensión a la rivalidad.
Y nosotros lo mismo
El turista que anhela empaparse de la historia apenas puede manosear la epidermis de gigantescos cadáveres arquitectónicos como las contadas mezquitas y castillos. Acá ocurre algo parecido a la visita a otras ruinas famosas como la Gran Muralla, los templos y pagodas en China o los pintorescos castillos en Bordeaux y Lisboa.
Lo mismo pasa, guardadas proporciones, con las románticas zonas de la arquitectura colonial que se preservan en Bogotá, Cartagena o Popayán. La poca personalidad urbana parece habitar en esos recodos del pasado, mientras la inmensa mayoría de sus habitantes se acomodan en la uniformidad y mezquindad arquitectónica de las urbes modernas.
En Bogotá, salvo la zona de La Candelaria, se ha pretendido borrar de manera radical el pasado, sin dejar algún vestigio, ruina o monumento que ayude a la memoria histórica. El antiguo y esplendoroso Palacio de Justicia, en inmediaciones de lo que fue la Calle del Cartucho, sólo existe en el recuerdo de quienes atravesamos esos sitios en nuestra niñez o adolescencia. Antes de que la ciudad inaugurara las obras que hoy pretenden hacerla menos fea, los antiguos habitantes atravesamos días enteros de sinsabores al contemplar las demoliciones. Esa fue toda una labor de limpieza y destrucción de la memoria histórica.
De los muertos vivientes
Las antiguas y vistosas edificaciones son una evidencia de la guerra urbana. El choque entre lo moderno y lo antiguo denota que los espacios públicos entrañan disímiles interpretaciones del mundo. Lo que en el pasado fue un espacio para el culto y la convivencia particulares, es hoy objeto de explotación turística y de creciente trivialización. Pamuk no pretende olvidar que al igual que la efímera vida de la gente, las civilizaciones son también contingentes, y no hay posibilidad alguna de volver a un pasado glorioso.
El escritor afirma que su ciudad, aquella donde nació y ha vivido gran parte de su vida, le parece un lugar ajeno. En ella se siente pertenecer a los muertos vivientes. El visitante puede hacer un contraste entre las ruinas a las que circunda la arquitectura moderna, y la ciudad extraña que se levanta en las inmediaciones, aparte de vivir la enorme tensión auditiva que se genera al escuchar los lamentos que emergen de las mezquitas junto a la estridente música moderna de las discotecas.
Tal experimento es una versión más de la extraña convivencia entre vivos y muertos, típica de la magistral literatura de Juan Rulfo, grande entre los grandes escritores latinoamericanos.
Del color del cristal con que se mire
Un contacto con el trato rudo en algunos de los mercados turcos y una mirada al rostro amargado y endurecido de niños que desde muy pequeños deben trabajar como vendedores, permite corroborar la siguiente afirmación de Pamuk: Estambul está atrapada en la tensión entre la cultura tradicional y la occidental. Como Nueva York, ha sido un foco que atrae múltiples oleadas de inmigrantes de diversas etnias, y está habitada por una minoría de ultra millonarios, que contrasta con una inmensa mayoría de gente empobrecida y desarraigada.
Los mecanismos de limpieza (descongestión, despeje) del espacio público para ocultar incómodos vendedores ambulantes de algún bien o servicio (incluidos los sexuales), y disimular la presencia desagradable de vagos o mendigos, son apenas la punta del iceberg de los enormes conflictos que existen en las ciudades.
Los episodios de la llamada violencia estudiantil o popular, manifestados en la toma de algún lugar significativo y adobados con dosis de destrucción a pequeña escala, son apenas un inocente juego de niños comparado con los enormes conflictos que se generan en los diferentes espacios públicos.
Algo reconfortante
Pero, en Estambul, al igual que en la mayoría de las ciudades del mundo, ese es sólo uno de los aspectos de la vida urbana. El otro consiste en ir a los inmensos mercados de artesanías, sedas y música; dejarse tentar por los olores y sabores del mercado de los condimentos; caer atrapado por la extraña y rica diversidad de sabores y colores de la comida; sufrir y gozar con un buen masaje y baño turco; y fantasear mientras se escuchan melodías orientales y se goza de la pipa de agua…
Todo ello constituye el experimento más reconfortante de la visita a Estambul. El viajero que disfruta esos resquicios de una cultura milenaria, desea que sean ellos los que eviten la desaparición (léase occidentalización) de una magnífica metrópoli.
*Economista de la Universidad Nacional, profesor asociado de la Facultad de Ciencia Política e investigador del Centro de Estudios Políticos e Internacionales de la Universidad del Rosario.