Nunca habíamos estado mejor: menos violencia, mayor estabilidad, mejores políticas públicas, más diversidad. Pero parece que cuando desaparece la guerra y debemos ser un país normal no sabemos cómo hacerlo. Peor todavía: son las élites quienes fomentan la desazón y los ciudadanos del común quienes ponen la sensatez.
Omar Rincón*
La paradoja
Habitamos un ambiente simbólico y político donde predomina la idea de que todo está mal, salido de madre, peor que nunca.
Pero este micro-clima es más un producto del trabajo de los medios de comunicación y de las elites políticas que del país que vive la vida. Y es que los medios y los políticos han encontrado que su rating, los clics y likes que reciben, aumenta en la medida en que vendan la idea de que todo está mal y que ellos son la solución.
La paradoja radica en que ahora tenemos un mejor país. Hacemos más el amor que la guerra, bailamos mucho más de lo que disparamos, reímos mejor porque hay menos violencia estructural. Aunque no lo queramos ver, este es un país que avanza en derechos sociales y humanos; nuestra economía se mantiene al nivel de los promedios mundiales; las ideas abundan gracias a empresarios jóvenes y creadores de alternativas de paz… Somos un mejor país.
Pero justo cuando deja de estar presente la guerra y llega el momento de la civilización, de disentir y de disputar sentidos conversando, reconociéndole verdad a la voz de los otros, construyendo en medianías y no en lógica de guerra (una lógica de usted o yo), justo en este momento, cuando nos hemos dejado de matar y renunciamos a las venganzas para ser un país de verdad, las élites nos han quedado mal. Y nos han sumido en esta desazón nacional que nos hace pensar que todo anda peor que siempre.
Los diez productores de desazón
![]() Dejación de armas de las FARC-EP. Foto: Radio Televisión Nacional de Colombia |
[10] La ausencia de autocrítica. En Colombia la culpa siempre es de otro. Cada uno es un gran señor o una gran institución y el mal siempre está en otra parte. Los corruptos son otros. La injusticia es de otros. Yo soy bueno, digo la verdad y soy honesto; los demás no. Un poco más de reflexión acerca de nuestras debilidades, incoherencias y dificultades para estar en este mundo sería ideal. Un poco menos de egoísmo y mucho más de comunidad para salir de esta desazón en que nos morimos.
[9] La colombianidad. “¿Usted no sabe quién soy yo?”, preguntamos porque de verdad no sabemos quiénes somos. Hacemos preguntas como “¿le parecen bonitas nuestras mujeres?”, “¿le gusta Medellín?” y “¿Nairo es un perdedor mientras James es un rey?” porque tenemos tan baja autoestima que buscamos algo que nos conforte públicamente. Buscamos que nos digan que nuestras mujeres son bellas, que Medellín es lo más y que James es un ganador. Un poco más de autoestima, de saber bien quiénes somos, y menos espejo extranjero serán necesarios para acabar con esta desazón.
Los medios y los políticos han encontrado que su rating, aumenta en la medida en que vendan la idea de que todo está mal.
[8] Los pecados de los pobres. Nos gusta no pensar, andar en nuestros líos de familia y de empresa y dejar que líderes autoritarios decidan nuestro futuro. En esta Colombia del alma andamos tan jodidos en nuestros líos íntimos (el dinero, la sobrevivencia, la moral, las envidias, los orgullos) que la sociedad en conjunto nos sale sobrando. Hay que pensar un poco menos en la familia y más en el Estado para romper la desazón.
[7] Los males de las élites. Somos un país donde las élites no se hacen cargo del destino de la nación porque solo piensan en su propio bienestar. Si a su negocio le va bien, todo bien. Y esto es propio de los empresarios, pero también de los académicos y de los miembros de ONG. Cada élite tiene un solo modo de pensar el país acorde con su pensamiento e intereses. Pensar en que a veces perder algo para uno es ganar para todos sería una forma de salir de la desazón.
[6] Los bienpensantes. No hay peor comodidad que la de los buenos, los que creen que piensan bien y que todos los demás piensan mal o actúan peor. Los bienpensantes están siempre seguros de su moral superior y de las fallas de los otros: el gobierno que no cumple, empresarios chupasangres, izquierda sin ideas. Dicen que todo funciona mal, y cada vez que lo dicen reafirman su autoridad moral. Son como la ONU del pensamiento: la nada que no dice nada pero tiene superioridad moral.
[5] Las iglesias. Son las más coherentes: todo es pecado. Todo atenta contra la fe. Todo va contra dios. Todo es contra la familia. Solo olvidan que por encima de la fe y la obediencia hay un país, hay una sociedad. Deberían pensar que si a todos nos va bien es mejor para la fe. Pero creer es muy difícil en estos tiempos del capital, por eso es mejor ignorar lo colectivo y refugiarse en la propia fe.
[4] Los medios. Han dejado de hacer su oficio que consiste en cuestionar, confrontar, contextualizar y verificar. Se mueren por un like, un clic o por ser tendencia en redes sociales, y por eso caen en el error de informar desde el odio, la venganza y el “nada sirve”. Renuncian a hacer periodismo para convertirse en megáfonos de los odios y la desinformación. Toda mentira vende. Todo da igual. Todo anda mal y lo denuncio. Y cada vez a menos gente le importa estar informada.
[3] Los políticos. Solo piensan en estafar, chantajear y agotar el erario público. No dicen nada constructivo, no producen leyes y viven para los medios.
[2] Santos. Abandonó al país. Se fue de viaje. Se perdió en su selfie. Le agradecemos la paz, pero sería bueno que tuviera al país como prioridad.
Un poco más de autoestima, y menos espejo extranjero serán necesarios para acabar con esta desazón.
[1] Uribe. Decidió secuestrar al país. Hace todo lo que puede para dividir, matonear, agredir, mentir y burlar la decencia. Su ego es para él más importante que el país. Colombia es su finca, y tiene asegurado el derecho para delinquir de palabra, con trinos y matoneo. Para él, el mesías, mentir y matonear son la ley y la verdad. “Miente y agrede y reñirás” es el evangelio uribista.
¿La solución?
![]() Presidente Juan Manuel Santos. Foto: Presidencia de la República |
En este contexto han pasado tres cosas:
- El ciudadano huyó de la información y de los medios y se convirtió al evangelio de sus redes de amigos.
- Los medios perdieron al ciudadano, pero ganaron al político como centro del espectáculo. En esto Uribe es el mejor.
- La desazón y la desconfianza en la democracia, en el Estado, en los derechos y en el futuro del país se convirtieron en actitudes adoptadas para sentirse inteligente y parecer interesante.
La desazón es real, y está bien porque no hay nada en qué creer o con qué conectarse. Pero, ¿y Colombia? ¿No nos hemos dado cuenta empresarios, finqueros, antioqueños, narcos, costeños, cachacos y uribes que sin país no somos?
Colombia está mejor que nunca, pero a nadie le gusta. Y eso es parte de la democracia, de la libertad, de poder pensar y disentir. La solución para la desazón que nos habita es: ¡Menos Uribe, más ciudadanos y más verdad! Esta es la consigna que nos sacará de la zozobra.
* Director de la maestría en Periodismo de la Universidad de los Andes. orincon61@hotmail.com