Esta semana se apagó uno de las mentes más brillantes del siglo XX. Invitación de un gran conocedor del historiador inglés a conocer o a repasar una obra inmensa, panorámica, profunda, monumental.
Adolfo Atehortúa*
Paz en su tumba
El pasado lunes 1º de octubre, Eric J. Hobsbawm dejó de existir en Londres: el historiador universal más citado, traducido y reconocido en los últimos tiempos. Declarado marxista desde su juventud hasta el último de sus días y miembro del Partido Comunista Británico, no fue por ello omitido en las cátedras universitarias del mundo entero. Al contrario, su obra se tradujo a más de veinte idiomas y, a sus 95 años de edad, sus libros más recientes seguían circulando y leyéndose en el ámbito académico.
¿En qué radica su prestigio? La respuesta habría que buscarla a partir de una franca comparación con quienes le antecedieron en la producción histórica sobre su área. Su reconocimiento reside en la ruptura dentro de su persistencia, en la forma seria y novedosa de abordar la realidad mundial de los últimos siglos, en su aporte para comprender el devenir de la humanidad.
El hombre en la historia
Aún a finales del siglo XIX se discutía el carácter de la historia como producto de la “conciencia” o de la “voluntad” humana. La vieja ideología alemana, contra la cual Marx levantó sus Tesis sobre Feuerbach, estaba presente todavía en la historiografía germana con autores como Niebuhr, Ranke o Droysen.
Otros historiadores como Michelet, Renan y Taine en Francia, o Macaulay, Carlyle y Buckle en Inglaterra, reclamaban su ascendencia sobre la posibilidad de crear representaciones justificadoras del poder del capital.
En cierta forma, los historiadores del siglo XIX fueron para la burguesía lo que Miguel Ángel fue para la iglesia o Velásquez para la corona española: su producción legitimó el poder existente, se encerró en sus convenciones, se convirtió en su prisionera.
Su reconocimiento reside en la ruptura dentro de su persistencia, en la forma seria y novedosa de abordar la realidad mundial de los últimos siglos, en su aporte para comprender el devenir de la humanidad.
La historiografía del siglo XIX reivindicaba a Hegel y su teoría sobre la relación sujeto-objeto en el mundo histórico, levantada frente a la reflexión epistemológica kantiana. Pero, a partir de Marx, el análisis de Hegel relativo a la “reificación” del sujeto en el objeto se puso “patas arriba” como toda su dialéctica.
La presencia del ser humano en las cosas hizo posible comprender la realidad histórica. Se subraya la afirmación, porque a menudo se confunde el esquema de la realidad histórica marxista y la participación del hombre en la historia, con el concepto de totalidad social de la corriente “de los Annales” y, peor aún, con las explicaciones globales del destino de las culturas humanas que intentaron Toynbee o Spengler.
No es así. La clave histórica de la obra de Marx reside en el materialismo histórico y dialéctico. Su fuerza se encuentra en la dialéctica hegeliana, que Marx volteó al revés. Gracias a ella el ser humano entra en la historia, se convierte en su protagonista.
No es el “espíritu”, no es la “conciencia”, no es el documento escrito – per se – lo que define el surgimiento de la historia: es el ser humano. Hombres y mujeres somos y hacemos historia, desde que aparecen – aparecimos – sobre la faz de la tierra. Y lo somos en sociedad, tanto en la producción de bienes materiales como en la construcción de culturas e imaginarios.
La teoría del valor, que ubica al ser humano en las cosas, en la mercancía, es la teoría por excelencia que estructura El Capital: se dibujan los mecanismos esenciales de todo un sistema social, sin acudir a esquemas de tipo metafísico y abstracto.
Marx propone un método que en una de sus obras — Miseria de la filosofía — aplica a la “historia real, profana, de los hombres en cada siglo”, para representarlos “como actores y autores de su propio drama”.
La trilogía marxista sobre Francia: La lucha de clases, La guerra civil y El dieciocho de brumario de Luis Bonaparte, fue el ensayo más puntual que Marx procuró dejar sobre la aplicación de su método para interpretar la historia.
La historia como ciencia social concreta
Su obra se tradujo a más de veinte idiomas |
Pues bien, esto que en Marx aparece como programa, se convertirá en el quehacer de Hobsbawm, en el proyecto de su larga vida. Su propósito es el dominio de la historia. Y se acerca a ella con obras monumentales.
Hobsbawm será el historiador del nuevo siglo, el prototipo del nuevo historiador del siglo XX que se perpetúa hasta el presente. Hobsbawm sepulta en la historia universal a sus antecesores.
Hobsbawm muestra con su análisis concreto de situaciones concretas el superfluo estilo literario de Michelet, deja al desnudo el sofisticado andamiaje ideológico de Ranke, destroza las secuencias acontecimentales de Toynbee y reduce al cuarto del olvido a la plana mayor de los historiadores burgueses del siglo XIX. Después de Hobsbawm ninguno de ellos fue citado más que como recuerdo o clásico en la historia de la historiografía.
Si el marxismo construyó una teoría de la realidad histórica y de los seres humanos como motores de la historia que se superpuso al iusnaturalismo y a la cosmología positivista, fue Hobsbawm quien, con su obra historiográfica, le dio forma y sentido. Marx trazó la orientación, puso el esqueleto. Hobsbawm, como ninguno, la aplicó para la historia de la cual Marx no alcanzó a ocuparse.
La era de las revoluciones 1789 – 1848, La era del capitalismo y La era del imperio, tres de las grandes obras de Hobsbawm, constituyen la más clara interpretación del marxismo y su método para el análisis histórico. Hobsbawm abrió la historia universal sin ataduras, la liberó de cadenas y prisiones, la situó en el campo de la ciencia, de la objetividad manifiesta, en la reificación de hombres y mujeres en tanto constructores de la misma historia.
Una obra monumental
En Hobsbawm no encontramos la secuencia, el acontecimiento en detalle, la descripción; hallamos la estructura, pero sin culto a ella. Su producción viaja por los hechos, pero también por las ideas. Por la producción de bienes materiales, pero también por la cultura.
Y no podía ser de otro modo. La madre de Hobsbawm intentó escribir novelas y él mismo fue un amante ilustre del jazz. Con Past & Present — el diario que publicó junto a Christopher Hill, Rodney Hilton, George Rudé, V.G.Kiernan y E. P. Thompson — lideró un uso analítico flexible del marxismo y propuso la transformación y modernización de la práctica académica.
En La era de las revoluciones 1789 – 1848, Hobsbawm pasa de los levantamientos populares al nacionalismo, del mundo industrial al problema de la tierra. Se detiene en la ideología religiosa, pero también en la secular, en las artes y en las ciencias. La transformación del mundo entre 1789 y 1848 es vista en su totalidad. La doble revolución impacta al mundo y Hobsbawm lo recrea. En la revolución dual encuentra el motor del capitalismo liberal que permanece.
No escribe para un público cualquiera; como él mismo lo dice, escribe “para lectores formados teóricamente”, “para el ciudadano inteligente y culto que no siente una mera curiosidad por el pasado, sino que desea saber por qué el mundo ha llegado a ser lo que es y hacia dónde va”.
En La era del capitalismo, Hobsbawm parte de una premisa fundamental: la historia mundial en las décadas posteriores a 1848 es la historia del triunfo mundial del capitalismo, tal como lo demuestra Marx en El Capital: “era el triunfo de una sociedad que creía que el desarrollo económico radicaba en la empresa privada competitiva y en el éxito de comprarlo todo en el mercado más barato (incluida la mano de obra), para venderlo luego en el más caro”. Su obra recorre el “gran boom” del capital, la unificación del mundo como preludio de la globalización, la “fabricación de naciones” y los resultados desalentadores del mundo burgués.
![]() Foto: esserecomunisti.it |
En La era del imperio, Hobsbawm observa los cambios de ritmo en la economía y muestra las transformaciones que alcanza la humanidad: la política de la democracia y sus falsas ilusiones, las incertidumbres de la burguesía, las crisis del capitalismo, la nueva mujer, la razón y la sociedad, el camino de la revolución en diversos países del mundo tras la Primera Guerra Mundial, el papel de los trabajadores y la dicotomía entre la paz y la guerra.
Su historia del siglo XX planteó hipótesis que hoy son referencia obligada en el mundo entero. Tal vez la más ingeniosa fue afirmar que el siglo XX fue el siglo más corto de la historia y también el de mayor esperanza: nació con el triunfo de la revolución rusa en 1917, y terminó con la caída del muro de Berlín en 1989; fue “la edad de los extremos”.
Su propósito es el dominio de la historia. Y se acerca a ella con obras monumentales. Hobsbawm sepulta en la historia universal a sus antecesores.
Su autobiografía Años interesantes. Una vida en el siglo XX, se convirtió en otra obra sobre el siglo del cual se ocupó. Con una diferencia que el mismo Hobsbawm advirtió: “la historia habla de los hechos que suceden, vistos desde fuera, y las memorias hablan acerca de lo que sucede visto desde dentro”.
Su primer libro Rebeldes primitivos, uno de sus más literarios — Bandidos — y algunos artículos sobre América Latina, que incluyeron referencias al bandidismo social en Colombia, inspiraron investigaciones sobre el tema y trazaron el camino para muchos estudios ulteriores de la Violencia en nuestro país y en nuestro continente.
Un hombre de convicciones profundas
Sus escritos más recientes indagaron sobre las realidades actuales y mostraron su preocupación por el cambio. Algunos párrafos sobre su vida, tomados de su autobiografía, ilustran sobre sus convicciones y recrean su existencia:
“Los meses de mi estadía en Berlín hicieron de mí un comunista para toda la vida o, como mínimo, un hombre cuya vida perdería su carácter y su significado sin el proyecto político al que se consagró siendo un estudiante, a pesar de que dicho proyecto ha fracasado de forma patente, y de que, como ahora sé, estaba condenado a fracasar. El sueño de la Revolución de Octubre permanece todavía en algún rincón de mi interior, como si se tratara de uno de esos textos que han sido borrados y que siguen esperando, perdidos en el disco duro de un ordenador, que algún experto los recupere. Lo he abandonado, mejor dicho, lo he rechazado, pero no he conseguido borrarlo. Hoy en día me doy cuenta de que sigo tratando el recuerdo y la tradición de la URSS con indulgencia y ternura (….) pues pertenezco a una generación para la que la Revolución de Octubre representaba la esperanza del mundo…”
"Quitarme de encima el sambenito de pertenecer al Partido habría mejorado mis perspectivas de éxito profesional, especialmente en Estados Unidos. Me habría resultado fácil escabullirme a la chita, callando. Pero logré probarme a mí mismo que podía alcanzar el éxito como comunista reconocido -independientemente de lo que signifique eso del "éxito”… Así que me quedé".
El título de su último libro lo ubica en la categoría de lectura obligada: Cómo cambiar el mundo: Marx y el marxismo 1840-2011. Su hipótesis principal sostiene que hoy, más que nunca, el análisis de Marx sobre el capitalismo está vigente en este mundo globalizado y salvaje.
Eric J. Hobsbawm vivió y vivirá para la historia.
* Decano de la Facultad de Humanidades, de la Universidad Pedagógica Nacional. Historiador, Doctor en Sociología. Autor de diversas obras en torno a los conflictos en Colombia, entre las cuales sobresale “El poder y la sangre. Las historias de Trujillo, Valle”.