Entre el uribismo y el tiempo escaso: ¿qué plan seguir para salvar la paz? - Razón Pública
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Entre el uribismo y el tiempo escaso: ¿qué plan seguir para salvar la paz?

Escrito por Gustavo Duncan

Manifestaciones ciudadanas en busca de la paz.

Gustavo DuncanNadie estaba preparado para los resultados del 2 de octubre. Ahora todos improvisan  pensando en el acuerdo con las FARC al mismo tiempo que hacen cálculos para la  próxima elección presidencial. ¿Cuáles opciones son viables en medio de la urgencia?

Gustavo Duncan**

EafitEl plan de Uribe

El plan del uribismo era tratar de perder por una diferencia razonable el plebiscito para poder reclamar como suyos los votos del No y así dar fuerza al candidato del Centro Democrático en la campaña presidencial de 2018.

La idea era dejar en claro que el uribismo era la principal fuerza política que se oponía a las concesiones a las FARC, y apostarle a que estas concesiones serían cada vez más impopulares a medida que se fueran cumpliendo los acuerdos y el país viera a los guerrilleros haciendo política sin mostrar mucho arrepentimiento.

El plan se llevaría a cabo bajo la premisa de que el No no implicaba votar por la continuación de la guerra sino por la renegociación de los acuerdos. Este argumento era creíble por la respuesta que las FARC le dieron al presidente Santos cuando dijo públicamente que si el Sí perdía la guerrilla seguiría firme en su compromiso con la paz.

La apuesta del uribismo estaba fundada en la derrota del No, como lo vaticinaban las encuestas y lo auguraba la competencia tan desigual con los recursos del gobierno. Aunque todavía no tenían una figura presidenciable de peso, este escenario iba a ser el más conveniente para la proyección de un candidato uribista.

Un triunfo inesperado

El problema consistió en que aquel plan partía de la base de la derrota del No en el plebiscito, y el uribismo  no se preocupó por tener un plan B.

En principio, el triunfo del No podría parecer la situación ideal para el uribismo: ganar y tener que diseñar un plan B en condiciones mejores que las presupuestadas es más fácil que hacerlo cuando la derrota es mayor de lo previsto.

La apuesta del uribismo estaba fundada en la derrota del No.

Más aún, la victoria en el plebiscito contribuye al objetivo verdadero de la campaña uribista: las elecciones del 2018. En efecto, el domingo 2 de octubre por la mañana el panorama presidencial gravitaba en torno a dos figuras que opacaban al uribismo:

  • Hacia la izquierda estaba Humberto de la Calle, quien se suponía iba a salir tan fortalecido por la firma de la paz que iba a ser el candidato obvio de Santos. ¿Qué mejor presidente para implementar los acuerdos que quien los negoció en La Habana?
  • Hacia la derecha estaba Germán Vargas Lleras, aglutinando las posiciones críticas a los acuerdos desde el propio gobierno. Si bien en lo ideológico podía ser cercano al uribismo, Vargas Lleras era también su principal rival porque era un candidato con mayor capacidad de convocatoria hacia el centro del espectro político. Se avizoraba de ese modo un escenario donde el candidato uribista iba a ser absorbido en una segunda vuelta por Vargas Lleras.

Pero todo cambió aquel domingo por la tarde. Ahora, la candidatura de De la Calle está en suspenso hasta que no se resuelva el proceso de paz. Pero con seguridad ya no podrá decir que él logró el mejor acuerdo posible.

Por su parte Vargas Lleras dejó de ser el propietario del voto inconforme con los acuerdos. Los inconformes moderados no eran tantos como se suponía, de modo que el uribismo puede reclamar la representación de quienes se oponen a los términos del Acuerdo. Y ahora son los votos de la centroderecha de Vargas Lleras los que pueden ir a parar en manos del  candidato de Uribe en la segunda vuelta.

La encrucijada de Uribe

Campañas por el NO en el plebiscito lideradas por Álvaro Uribe.
Campañas por el NO en el plebiscito lideradas por Álvaro Uribe.  
Foto: Centro Democrático

Pero no todo es un camino de rosas para el uribismo. Con la victoria del No este sector político quedó en una verdadera encrucijada que, si no maneja bien, puede convertirse en un lastre para sus aspiraciones presidenciales y, sobre todo, para las aspiraciones de paz del país.

Para proyectar sus candidatos el uribismo encuentra muy conveniente dilatar lo más que pueda la firma de un nuevo Acuerdo final. De ese modo estarán en el centro del debate y la agenda política durante un buen tiempo. Pero si se exceden pueden dañar irreversiblemente el proceso de paz, y eso nunca se lo va a perdonar la sociedad a Uribe.

Los tiempos para salvar el proceso son exiguos. Ni siquiera dependen de la voluntad para renegociar de los mandos de las FARC en La Habana, pues no es claro por cuánto tiempo más estos podrán seguir manteniendo la unidad de la tropa rasa en Colombia. Sin un horizonte claro y con muchos temores de perder todo lo prometido por sus líderes, los combatientes estarán tentados a hacer parte de las bandas que se disputan las economías criminales en las regiones a medida que las FARC salen del tablero de la guerra.

Podría argumentarse que no tiene sentido hacer concesiones a la jefatura de las FARC en La Habana a cambio de acelerar la renegociación si al fin y al cabo son ellos los que perderán el control de la tropa, no el gobierno. Pero esto significaría perder la mayor ganancia del proceso de paz: sacar de la guerra a una decena de miles de guerrilleros rasos y milicianos (que en el fondo son víctimas: porque entregaron su adolescencia y su juventud a una causa por falta de opciones o porque fueron reclutados a la fuerza).

El gobierno tampoco tenía plan B

La sorpresa de la victoria del No fue peor para el gobierno, porque este tampoco tenía preparado un plan B no solo para salvar el proceso sino para disponer de un mínimo de gobernabilidad que le permitiera seguir cumpliendo sus funciones cotidianas. Pero Santos tuvo la suerte de recibir el Premio Nobel, lo que le dio una inyección de oxígeno.

No obstante, el gobierno no ha sido capaz de formular un plan consistente para llegar a un nuevo acuerdo. Hasta ahora no hay una hoja de ruta, un método o siquiera una propuesta de procedimientos para que el uribismo pueda interactuar con las FARC. Todo ha sido dejado a una dinámica espontánea donde las partes lanzan señales públicas y el gobierno actúa como un mensajero por protocolo.

En otras palabras, el plan es que los del No presentan sus propuestas de renegociación al gobierno, quien a su vez las lleva a La Habana. Pero luego ¿qué sigue? ¿Harán las FARC una contrapropuesta y volverá el gobierno a hacer de mensajero? ¿Puede un diálogo con esa fluidez tan paquidérmica llegar a alguna solución?

Las tensiones y los riesgos

Discurso del Presidente Juan Manuel Santos, luego de la derrota del sí en el plebiscito y la premiación del Nobel de Paz.
Discurso del Presidente Juan Manuel Santos, luego de la derrota del sí en el plebiscito y la premiación del Nobel de Paz.  
Foto: Presidencia de la República

La falta de un plan no debe confundirse con falta de voluntad por parte del gobierno. Su interés en salvar el proceso es muy claro. Un nuevo acuerdo sería aún más satisfactorio porque iría en contra de las pretensiones de las FARC. De paso, pasar la página de la paz le permitiría recuperar la gobernabilidad en lo que le queda de mandato y tener la posibilidad de lanzar un candidato viable a las presidenciales de 2018.

El desafío es poner de acuerdo a los otros. Al uribismo será difícil obligarlo a renegociar antes de que comience la campaña presidencial, pues sabe que tiene mucho que ganar si el debate en las próximas elecciones a Presidencia y Congreso son las concesiones a las FARC.

El gobierno no ha sido capaz de formular un plan consistente para llegar a un nuevo acuerdo. 

Y ya hay movimientos en ese sentido, como respaldar una refrendación desde el Congreso de los nuevos acuerdos a cambio de hacer campaña simultáneamente. Santos tendrá que hacerles ver que si el proceso se daña serán ellos quienes tendrán que responderle a la sociedad colombiana.

El riesgo de esta estrategia es que en el camino Santos acabe por tomar la vocería de las FARC en las negociaciones, lo que la opinión podría confundir con una entrega al adversario.  En consecuencia, el gobierno de Santos también debe lanzar el mensaje de que las FARC fueron las grandes derrotadas en el plebiscito, que deben abandonar su lenguaje pendenciero a la hora de considerar las propuestas del No, que las concesiones hechas en los acuerdos no son legítimas para la mitad de la población y que tienen renunciar a muchas de sus aspiraciones si de verdad quieren la paz y hacer política sin armas.

Por el momento, la situación es desesperante. Ni el uribismo ni las FARC han dado un paso definitivo para salvar el proceso. Y Santos no ha sido capaz de ofrecer un plan B. Por eso es urgente que la sociedad exija al gobierno que señale un derrotero. Después de todo y a pesar de sus problemas de popularidad y gobernabilidad Juan Manuel Santos sigue siendo el presidente de Colombia.

 

*Razón Pública agradece el auspicio de la Universidad EAFIT. Las opiniones expresadas son responsabilidad del autor.
** Máster en Global Security de la Universidad de Cranfield, investigador en temas de construcción de Estado, sociología, conflicto armado y narcotráfico en Colombia. 

 

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