El nuevo libro de Juan Manuel Santos sobre la historia de la paz ha puesto feliz a Uribe: otra vez tiene a alguien en quien descargar su furia para recibir tratamiento de rey mediático.
Omar Rincón*
Furia inmarcesible
La política se personalizó: más que de partidos o de ideas, es de celebrities mediáticas y de redes.
Uribe es el rey de la política y los medios en Colombia, y para poder existir debe tener enemigos que le permitan exhibir su papel de justiciero vengativo. Primero fue “la FAR”. Después ha sido Santos.
Por eso, ahora que salió el libro de Santos, La batalla por la paz, Uribe, sin leerlo (no suele leer ni el Acuerdo de paz), dice que este libro es un ataque a él. No es un libro de Santos, no habla de la paz, no cuenta una versión de la historia, es un libro sobre Uribe, porque todo lo que pasa en Colombia es sobre él: el mesías y dueño de esta comarca.
Lo que lo hace sentir en su terreno es luchar cuerpo a cuerpo con “las FAR” y Santos.
Uribe andaba triste, su gobierno Duque parece un chiste malo. Todo está llevado al madrazo y al despiporre. No hay leyes, no hay gobierno, solo muerte y caos. Y no puede pelear con su muñeco. Entonces, cada día se dormía casando peleas con males menores: que una periodista, que un ciudadano, que un medio. Y eso lo había llevado a bajar su imagen, ya parecía solo un perro ladrador que no asustaba a nadie.
Su angustia era muy grande por no tener enemigos mediáticos a la altura de sus venganzas. Pero se le apareció la virgen con el libro de Santos y, otra vez: oh furia inmarcesible, oh odio inmortal, en surcos de venganzas, Uribe germina ya.
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Sin villanos no hay héroes
Los héroes se crean y construyen sobre la base de los enemigos que tengan o que se imaginen.
Uribe ha construido su heroísmo político con los villanos que ha creado y que los medios de comunicación, de manera cómplice, han narrado. Su figura creció luchando contra “las FAR”, se acrecentó con la idea de que Santos lo había traicionado y se mantiene con las posibilidades que le brinda Petro. Una sola performance, un mismo enemigo con diversos rostros: el comunismo y el castrochavismo.
La lucha contra “las FAR” nace de que ellas le mataron al padre y él juró vengar esa muerte. Su vida estará dedicada a esto hasta que el último de ellos muera. Y a eso ha dedicado su política: a hacer posible esa venganza.
Para eso ha usado todas las formas de lucha posibles: gobernar, desgobernar, atacar, vilipendiar, calumniar. Para eso ha tenido como bufones de la corte a los medios de comunicación que “le pasan” todos sus mensajes sin preguntar por la verdad, por los datos o por los contextos. Sus fieles gozan su cruzada moral y viven esta guerra como propia. Y los de “la FAR” lo ayudan con sus diversas maneras de ser cínicos, mentir, agredir, vilipendiar e ignorar el dolor de un pueblo.
A ese dolor de hijo (por la muerte del padre) le sumó otro odio, otra aventura de venganza: el dolor del capo que ve que su hijo (político) lo traiciona y es desleal al mandato de su odio. Entonces, el odio a “las FAR” se junta con el odio a Santos. Por eso junta en esa misión esos dos odios y los adoba de “castrochavismo”, “comunismo”, “derechos humanos”, “ideología de género”, etc.
Esos dos motores emocionales lo llevaron a sobrevivir como rey político y mediático durante los ocho años de gobierno de Santos. Y su misión tuvo éxitos políticos inmensos: la derrota del plebiscito por la paz (2 de octubre del 2016) y la presidencia de Duque (17 de junio del 2018).
En medio de toda esta historieta que ha secuestrado a los medios en Colombia, Uribe ha encontrado enemigos menores para sobrevivir: un periodista como Daniel Coronell que le gana hurras de sus abogados, un caricaturista como Samper Ospina que le saca canas con humor, un político igual de sectario y vengativo que Petro, que solo le sirve para pequeñas peleas. Pero lo que lo hace sentir en su terreno es luchar cuerpo a cuerpo con “las FAR” y Santos.
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![]() Foto: Presidencia |
Cuando el villano no lo es
Santos es villano porque no fue leal a sus odios.
La lealtad es un valor esencial en las sociedades mafiosas y de familia. Más que ser leales al proyecto de sociedad, a las leyes, a los derechos humanos, al bien colectivo, a la norma comunal, se debe ser fiel al patrón. La deslealtad duele tanto porque traiciona el honor de la familia y la mafia, dos valores premodernos.
Y Santos fue desleal. Traicionó los odios de Uribe. Le cumplió a la democracia colombiana. Pasó de ser patrón de finca a estadista internacional. Y lo hizo por ego, por orgullo, por querer pasar a la historia. Fue una deslealtad basada en principios de su propio yo.
Pero Uribe sigue triunfando en la parroquia: los medios de comunicación nacionales, las plazas y pueblos de Colombia y la política local. Él entiende que su heroísmo se juega a lo mero macho y carroñero propio de nuestra estirpe. Ese de la buena gente que cuenta Antonio Caballero:
“Cuando lo interrogan los periodistas de farándula, todo el mundo dice, sea visitante extranjero o gloria nacional, futbolista o neurofísico o actriz o príncipe heredero de Noruega, todo el mundo dice que lo mejor de Colombia es “la gente”. Yo digo que no. Que de todo lo que hay en Colombia lo peor es la gente. Nosotros. Y que todo lo bueno que había en Colombia —ríos, mares, montes, cielos, selvas, animales— ha sido destruido por la gente. Somos los colombianos quienes hemos destruido a Colombia: la gente”. Y de ese gen destructor, Uribe es el mesías.”
Santos es un mal contrincante porque no sabe pelear en la calle, en la plaza, en la finca. La fuerza de Santos es su heroísmo de coctel, ese que le permite relacionarse con la gente bien del mundo, esa gente que le dio el Premio de Nobel de Paz, esa gente que hizo posible el Acuerdo de paz, esa gente que hoy lo ve como un gobernante histórico.
La deslealtad duele tanto porque traiciona el honor de la familia y la mafia, dos valores premodernos.
Ese Santos no es bueno para pelear por tuits, por arengas de odio, en entrevistas de medios, en periodistas apasionados. Santos es un mal rival en el cuerpo a cuerpo, en el golpe con golpe. Por eso es muy fácil derrotarlo y ganarle en la cotidianidad mediática.
En este escenario Uribe es el rey de la pelea, pero el derrotado de la democracia. En democracia y paz, Santos es el rey. La pelea la ganó Santos en el proyecto de hegemonía política, ya que somos un nuevo país, el de la paz.
Pero la política y los medios son de Uribe. Santos podrá ser el rey para el mundo por la paz, pero pierde en la lucha local. Uribe seguirá buscando la camorra, y ahí Santos es un triste y pusilánime contrincante.
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La tusa de Uribe
![]() Foto: Senado |
La mejor forma de derrotar a Uribe sería ignorándolo, haciendo chiste de su irascibilidad por Twitter, poniendo en contexto sus odios.
Así, Uribe cada vez se verá más como el despechado del poder, como el loquito enfermo de venganzas, el gran político que vive una tusa enorme por la traición de Santos.
Santos es un mal contrincante porque no sabe pelear en la calle, en la plaza, en la finca.
Trump dijo de Duque: “Es un buen tipo, pero no ha hecho nada”. Uribe, en cambio, es un gran político que nos hace pensar que hizo y hará todo. Y los medios y las redes le creen. El emperador está desnudo, pero mientras pueda tuitear y ser mediático seguirá secuestrando la política en Colombia.
El lanzamiento del libro de Santos nos deja dos moralejas: Uribe debe tener villanos a quien culpar de sus odios para existir (y Santos es un villano pusilánime), y Uribe sigue en el despecho y entusado con Santos (y ahí Santos será un gran héroe de la paz).
*Profesor de la Universidad de los Andes, Colombia.
orincon61@hotmail.com