En esta época de encuestas abundantes, resultados inestables y disputas ideológicas es importante recordar para qué sirven -y para qué no sirven- estas mediciones, cómo se deben -y como no se deben – recolectar, procesar, interpretar y difundir sus resultados.
Andrés Felipe Segura*
Bajemos las expectativas
Cuando las expectativas superan la realidad resulta fácil caer en frustraciones.
Esto suele ocurrir con las encuestas sobre intención de voto que crean expectativas en tanto las divulgan los medios de comunicación, pero cuyos resultados pueden y suelen diferir de los que arrojan las urnas. Por razones como esta, los candidatos y otros interesados afirman a menudo que “yo no creo en las encuestas, pero…”.
Más allá de las expectativas y de las interpretaciones parcializadas de las encuestas, es por eso importante examinarlas como herramientas de investigación que siguen siendo de gran importancia para estudios asuntos muy diversos y – en este caso particular- para el diseño de estrategias electorales.
No eres tú, soy yo
En primer lugar hay que decir que las encuestas no están diseñadas para predecir los resultados de las elecciones. Las encuestas miden las percepciones de una población determinada, en un momento y un lugar específico, frente a un estímulo particular.
Así como las fotografías de un viaje pueden registrar los lugares visitados o los gestos de los participantes, las encuestas pueden describir de manera precisa lo que está sucediendo en un lugar y un momento determinados.
Si se quieren hacer proyecciones a partir de las encuestas sería preciso complementar su información con análisis de tendencias históricas, información de medios, diagnóstico del contexto y otros materiales.
Las encuestas no están diseñadas para predecir los resultados de las elecciones.
Resulta entonces que las encuestas no se equivocan: quienes se equivocan son quienes sacan titulares basados en ellas y sin tomar en cuenta otros aspectos.
En este orden de ideas, es preciso evitar una serie de errores a la hora de leer las encuestas:
- Se analiza una sola encuesta y muy pocos analistas retoman los resultados de las anteriores más allá de una diapositiva con datos comparados.
- No se tiene en cuenta la totalidad de los resultados sino que el análisis se hace a partir del resumen en unos pocos cuadros. En otras palabras: los medios pagan millones por una encuesta para leer apenas el resumen ejecutivo.
- No se analiza todo el resumen. Los “expertos” de noventa segundos se enfocan en unas pocas cifras vistosas, dejando de lado información valiosa.
Estas encuestas no son las ideales para hacer el análisis esperado. Los estudios contratados por los medios de comunicación son limitados metodológicamente en comparación con los que las firmas de investigación ofrecen a sus clientes; la razón principal es su alto costo.
Aun si se hiciera una encuesta perfecta (que no existe), sería difícil que la ciudadanía entienda sus resultados de manera rigurosa. El alto volumen de la información y la velocidad con la que fluye hacen que la opinión pública sea muy sensible a cualquier acontecimiento o cambio en la posición de los medios.
Lo mismo pero distinto
![]() Uso de medios de comunicación para la creación y difusión de encuestas. Foto: Instituto Nacional para Ciego |
Los estudios de opinión pública están reevaluando sus metodologías frente a los cambios sociales, y esto incluye a las encuestas. Algunas de las críticas sí tienen asidero, pero es necesario orientar las inquietudes que existen al respecto.
Uno de los principales retos en la investigación estadística radica en la segmentación de la población de estudio, es decir, en cómo categorizar a las personas. Tradicionalmente se ha hecho bajo parámetros demográficos, principalmente socioeconómicos, con lo cual, por ejemplo, se puede decir que los jóvenes de 18 a 25 tienen una tendencia específica.
Esa categorización, indispensable para el diseño de la muestra, debería complementarse por ejemplo con variables psicológicas o con información sobre la historia del individuo en materia electoral. Pero este trabajo requiere estudios sólidos que sustenten la relación de estos factores con el objeto de estudio y su contexto. Las encuestas generales que buscan explicar escenarios muy amplios son cada vez más difíciles de hacer y tienen mayores riesgos de caer en el error.
Por esto el diseño de encuestas es un arte que demanda experiencia en metodología estadística y en análisis social. El valor de las encuestas está en el diseño y clasificación de la información. Hoy es indispensable involucrar los datos de otras fuentes, como las digitales, que ofrecen información valiosa a bajo costo. Por ejemplo:
- En una eventual elección para revocar al alcalde de Bogotá, categorizar a los votantes por género o edad sería insuficiente, pero incluir una segmentación basada en las rutas utilizadas para movilizarse puede ser pertinente en vista de que el tema de movilidad afecta mucho la imagen del alcalde.
- Miguel Olaya planteó un ejercicio para entender hacia dónde iban los votos en los comicios de 2014 y 2015, y hacer una apuesta por las cifras que alcanzarían los candidatos. El resultado fue más cercano a los votos definitivos que lo que se pronosticó en los medios. Olaya utilizó el Twitter para preguntar por quién votó cada persona la vez anterior y por quién tenía ahora la intención de votar, de manera que sus inferencias resultaron más confiables.
En Colombia hay buenas encuestadoras y buenos estadísticos, pero el conocimiento estadístico de asesores, analistas y periodistas no es aceptable. Hoy existen personas y empresas que hacen un cuestionario en Google, lo llaman encuesta y cobran por ello. No es de extrañar entonces que las encuestas hayan perdido su credibilidad.
La herramienta es el mensaje
¿Cómo logran las encuestas convertirse en un arma política durante las campañas?
Ninguna encuesta es totalmente imparcial, siempre estará sesgada por las preguntas que se plantean a los encuestados. Esto es muy útil desde el punto de vista académico, pero también las vuelve fácilmente manipulables.
En Estados Unidos existe la leyenda de que una encuestadora tradicional llegaba a donde sus clientes diciendo: “dígame la hipótesis que quiere demostrar y nosotros hacemos el estudio que le brinde los datos que necesita”. Es sencillo dudar de las firmas de investigación de opinión pública en cuanto la cantidad de encuestas “manipuladas” es considerable.
Pero más allá de la a veces infundada paranoia hay que aterrizar estas inquietudes:
- Las encuestas normalmente se hacen para clientes que desean hacer un seguimiento a lo que les interesa y no a la opinión pública; quién decide cómo usar la información es la persona a quién va destinada.
- La extrapolación de esos resultados es responsabilidad de quien las publica. Un ejemplo es la “interpretación alternativa” que dio Ernesto Macías sobre un artículo de Aldo Civico donde analizó unos datos (no una encuesta) de una firma de análisis de opinión pública. Civico resalta cómo los nombres de algunos candidatos están relacionados con el concepto de Presidente en búsquedas digitales, lo cual se relaciona con los resultados electorales, principalmente en Estados Unidos. Macías recogió esta información y afirmó que era el resultado de una encuesta de intención de voto, lo cual fue desmentido por la firma.
Los resultados de las encuestas envían un mensaje directo a la opinión pública, mensaje que acaba por influir sobre la percepción de la campaña como una “carrera de caballos”. Los sondeos apoyan la idea de que un candidato específico tiene opciones de ganar, lo cual estimula los votos a favor de él – o viceversa-: las investigaciones al respecto dan resultados contradictorios en este importante punto.
El alto volumen de la información y la velocidad con la que fluye hacen que la opinión pública sea muy sensible.
Por eso los analistas tienden a convertirse en voceros de los candidatos en lugar de ofrecer un panorama claro. Por supuesto que los medios pueden disponer espacios dedicados a hacer campaña; lo delicado es que ese ejercicio no sea transparente y que se utilice “la ciencia de las encuestas” para hacer propaganda política.
Al final las damnificadas son las encuestas, las cuales pierden valor investigativo, y las firmas de investigación para quienes “equivocarse” significa un golpe a su reputación. Gallup ha estado debatiendo si vale la pena seguir haciendo encuestas electorales.
El cambio es posible
![]() Elecciones 2018. Foto: Consulado de Colombia en Milán |
Existe la posibilidad de incluir en las encuestas elementos que beneficien a un candidato, suspicacia que en Colombia se refuerza por las relaciones familiares o de amistad entre algunos encuestadores con políticos y empresarios. Sin embargo el costo para una encuestadora de manipular los datos es muy alto porque de comprobarse su reputación podría irse al piso.
Los sondeos apoyan la idea de que un candidato específico tiene opciones de ganar, lo cual estimula los votos a favor de él o viceversa.
Por todo lo anterior, la satanización de las encuestas se ha convertido en el combustible de más estudios sin soporte, los cuales alejan a los ciudadanos del uso de estas herramientas metodológicas para hacer análisis sociales y políticos – en un país donde el rigor científico brilla por ausencia, y en especial en estos asuntos-.
Trabajar con información empírica confiable exige un cambio en el proceso; este trabajo lo estamos aprendiendo y aplicando en nuestro diario vivir. Debemos apropiarnos de estos procesos para no cometer los mismos errores, ni seguir poniendo nuestra inteligencia sobre los hombros de una herramienta. Hoy podemos ver que muchos cambios están ocurriendo, ojalá las expectativas no sean demasiado altas.
*Asesor en Asuntos Públicos, Gobierno y Comunicación estratégica. Profesor universitario
@arnaiz