Empleo perverso: ¿una solución al desempleo? - Razón Pública
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Empleo perverso: ¿una solución al desempleo?

Escrito por Francisco Thoumi
Francisco Thoumi

Francisco ThoumiA raíz de una noticia reciente, una reflexión perturbadora sobre lo que somos y las maneras como interactuamos, sobre nuestra concepción de la riqueza y nuestra organización para la economía, sobre nuestra soledad y las reformas que necesitamos.

Francisco E. Thoumi 

Contratando bandidos

0160La gobernadora de Córdoba Marta Sáenz hizo recientemente una afirmación interesante que Razón Pública recogió en su sección Caza de Citas: “…las bandas criminales sí les están pagando un salario mínimo a los jóvenes del departamento. Contratan a los jóvenes para que estén vigilando y reportando si hay personas extrañas. Las BACRIM son las que generan empleo en Córdoba (elespectador.com, 9 de agosto de 2011)”.

Este aserto lleva a reflexionar sobre lo que en el imaginario colombiano se considera como empleo, porque no cabe duda de que tanto los que reciben remuneración de las BACRIM como la gobernadora y el resto de la sociedad concuerdan con que esas actividades son un empleo.

Colombia es un país con una economía de mercado donde se ha prestado muy poca atención a las características que las transacciones deben tener para que el capitalismo mejore el bienestar de la sociedad.

Mano invisible, “simpatía” visible

Las raíces de este tema son muy antiguas y subyacen a los dos libros importantes de Adam Smith, el padre de la ciencia económica moderna: la Teoría de los Sentimientos Morales y la Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones. Sin duda el segundo ha recibido mucha más atención que el primero y ha llevado a generalizar la creencia en la bondad de la mano invisible: si cada individuo busca su bienestar, el mercado competitivo es la manera más eficiente de utilizar los recursos económicos y lograr los mayores niveles de ingresos. En otras palabras, no hay conflictos entre el individualismo egoísta y el bienestar general. De acuerdo con esta interpretación, el capitalismo “salvaje” al que muchos se refieren en Colombia, sería perfectamente justificado porque llevaría al mayor bienestar de la sociedad.

Sin embargo, en el libro sobre los sentimientos morales Smith resalta la importancia de la “simpatía”, definida como el sentimiento que aprueba o desaprueba una acción. Esta es un factor importante que contribuye al bienestar social. En términos más modernos, se diría que los controles sociales son factor importante que contribuye a restringir los comportamientos individuales que perjudican al resto de la sociedad.

Infortunadamente, este libro de Smith no tuvo la misma difusión que la “riqueza de las naciones” y la bondad de la “mano invisible” se convirtió en creencia generalizada y lugar común entre los economistas, especialmente después del fracaso de los países socialistas y la caída del muro de Berlín.

Empleos destructivos

Lo anterior lleva a hacer una pregunta fundamental: ¿es posible confiar en la “mano invisible” de manera que si sabemos que alguien tiene un empleo, también sabemos que eso contribuye al bienestar social? La respuesta es un resonante ¡No!

-Veamos un caso simple: el sicariato. Comúnmente se afirma que el sicario simplemente presta un servicio: recibe un dinero a cambio de asesinar a alguien que para él es anónimo. El sicario “produce un servicio” por el cual cobra. El servicio “tiene un consumidor”, la persona que paga. Después de todo, “cuando hay demanda, hay oferta” y “como de cualquier manera lo iban a matar, el sicario no es el que mata sino el que paga por matar”. Si esto fuera todo, esta paga debería considerarse como valor agregado nacional y sumarse al producto interno bruto. Por consiguiente, si los sicarios asesinaran a la mitad de la población, el ingreso nacional aumentaría enriqueciendo al país y acrecentando el bienestar de todos. Es claro que en estas cuentas la muerte de la víctima del sicario es simplemente un “producto” que contribuiría al ingreso nacional.

Claro que para que esto fuera válido sería necesario deshumanizar a la victima puesto que estaría excluida de las personas cuyo bienestar debe tenerse en cuenta: ¡simplemente sería una cosa desechable!

-Otro ejemplo. Las BACRIM generan su propia demanda, aunque no en el sentido pregonado por el viejo economista francés Jean Baptiste Say. Una de las demandas que generan es por seguridad, precisamente para protegerse de la inseguridad causada por quienes alegan proporcionar los servicios de seguridad. Así, los grupos criminales van a la tienda del barrio y cobran una “vacuna” que protege al dueño y al negocio de las acciones de dichos grupos. O cobran “peaje” al bus que pasa por “su” calle bajo la amenaza de destruir el vehículo. En estos casos se satisface una “necesidad” del consumidor artificialmente creada por quien cobra la “vacuna”. Esto no es sino una expropiación o robo disimulados como la prestación de un “servicio”. Los empleos generados por estas actividades consisten en vigilar y reportar a personas extrañas que transitan por la ciudad o el barrio, extorsionar (cobrar “vacunas” o “servicios de seguridad”) y en casos actividades peores como asesinar.

En la literatura sobre la Gran Depresión de hace 80 años se hablaba de programas del gobierno que creaban empleos poco o nada productivos y que no eran nada más que “desempleo disfrazado”. El “empleo” creado por las BACRIM es mucho peor porque no solamente transfiere fondos a desempleados sino que además ahuyenta la inversión, destruye riqueza, disminuye otras posibles fuentes de empleo productivo, desplaza ciudadanos y frecuentemente los asesina.

¿Para qué los empleos?

En un sistema democrático, la meta fundamental de la actividad económica es producir bienes o servicios demandados por consumidores soberanos. Es decir por individuos que sin presiones del Estado ni de los conciudadanos deciden cómo gastar su dinero. Y la justificación para adoptar la economía de mercado y para que la gente se emplee es precisamente que los empleados contribuyen al bienestar social. Pero los comportamientos descritos anteponen las necesidades del prestador de servicios a las del consumidor.

Las transacciones económicas descritas son simples transferencias forzadas del ingreso, que no generan valor agregado. De hecho en muchos casos destruyen riqueza en cantidades superiores al valor de la misma transferencia. Por ejemplo, para poder cobrar “vacuna” a los transportadores o comerciantes es necesario demostrar que el grupo que lo hace está dispuesto a utilizar la violencia; para eso el grupo empieza por quemar algunos vehículos y por asesinar a algunos dueños de tiendas, pues solamente así sus amenazas son creíbles.

Delitos sin víctima

Los empleos creados por actividades criminales pueden o no generar bienes o servicios deseados por los consumidores. En los casos de “crímenes sin víctimas” -como la venta de drogas ilegales o la prostitución- es posible alegar que estos servicios son semejantes a los servicios comunes y que el problema es que las leyes convierten en crímenes comportamientos consensuales entre vendedores y consumidores.

Sin embargo en estos casos es necesario alertar sobre los posibles costos sociales de las actividades: la adicción de los usuarios a las drogas y las deshumanización e indignidad de las prostitutas y de sus hijos indeseados. Es curioso que si se aplica la teoría económica a estos casos la “solución” sería equiparar esos efectos a fenómenos como la polución industrial y cobrar impuestos al valor agregado (IVA) para cubrir dichos costos.

Empleo perverso, raíces muy hondas

Sin embargo, en el caso de las BACRIM, la mayoría de los “servicios” prestados no corresponde a delitos sin víctimas sino precisamente a todo lo contrario. Estos “empleos” acarrean costos enormes para la sociedad y han de considerarse como “empleo socialmente perverso”.

¿De dónde surge tal empleo perverso? Me atrevo a afirmar que esta clase de empleo surge en una sociedad donde haya gran carencia de sentido de pertenencia, empatía y solidaridad, o simplemente de controles sociales al comportamiento individual. Una sociedad donde al “otro”, en el mejor de los casos, se lo considera como un competidor y no como un colaborador, y dónde es frecuente ver al “otro” como un enemigo que se debe vencer. Por eso, en Colombia muchos se jactan de “tumbar” al otro, de “coronar” (yo gané, los otros perdieron) y todo mundo reconoce que “el todo vale” es un comportamiento generalizado.

Dichos comportamientos son consistentes con una sociedad donde, en opinión de muchos, la riqueza se captura o se encuentra, pero no se crea. La riqueza a menudo se encuentra en recursos naturales que son “nuestros”, aunque no hayamos podido desarrollarlos. Otras veces esta se encuentra en la contratación estatal como tristemente se ha demostrado en los últimos años.

Y así, mientras no se logre generar cohesión y capital social para que los colombianos nos tratemos de manera más razonable, el ingreso podrá crecer, los colombianos podrán tener más bienes y servicios, pero la calidad de vida no necesariamente será mejor.

La cultura sí importa

El ser humano es simultáneamente un ser social e individualista. La tensión entre estas dos fuerzas es algo que todas las sociedades tienen que resolver. En sociedades autoritarias los deberes del individuo se exageran y se sacrifican sus derechos. En sociedades donde el individuo prevalece, donde no tiene deberes hacia el resto y donde cada quien se considera un competidor, quien pierde es la sociedad en su conjunto. El gran desafío es como balancear las dos fuerzas para lograr una sociedad razonable.

Sé que la posición anterior es rechazada por economistas brillantes y reputados para quienes la “cultura” – es decir las actitudes, creencias y valores- es irrelevante para explicar la criminalidad, y para quienes apelar a estos conceptos es evidencia de ignorancia de la ciencia económica, confianza en otras ciencias sociales débiles que no usan los métodos rigurosos de las matemáticas o simplemente muestra de poca inteligencia. Ojalá ellos tuvieran la razón. Bueno sería que la simple teoría económica neoclásica explicara todos los comportamientos importantes de los individuos; así podríamos quemar todas las copias de la Teoría de los Sentimientos Morales y quedarnos solamente con la Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones. 

Buen moridero

Infortunadamente, hoy en Colombia lo más que puede lograr una persona o familia económicamente exitosa es comprar una jaula de oro donde vivir protegida del mundo exterior. Tendrá muchas cosas y vivirá con gran confort dentro de su vivienda, protegida por sistemas de seguridad privada, pero andará temerosa fuera de ella.

Para sobrevivir en este entorno el colombiano tiene que anestesiarse frente a la realidad y confinarse a entornos pequeños entre familiares y amigos donde se aísla del resto y termina por decir que “este es el mejor vividero del mundo”. Sin embargo, todos los colombianos hemos conocido parientes y amigos que han sido asesinados; muchos hemos conocido a secuestrados y extorsionados, y todos hemos nacido y crecido con niveles de violencia muy altos.

Hay quienes alegan que esto no es cierto, que Colombia tuvo periodos de violencia baja y que fue la “llegada” de las drogas las que causó los problemas actuales. Basta recordar que desde que terminó la Segunda Guerra Mundial la tasa de homicidios más baja en Colombia fue de 16,8 por 100.000 habitantes en el período 1973-1975. Todos saben que México padece una tasa de homicidios “enorme”: la de 2010 fue de 17 por 100.000 habitantes. La tasa de homicidios de Colombia es hoy mucho más alta de la de México – y sin embargo no tenemos una crisis de violencia.

Por eso parecería que Colombia más que un buen “vividero” es un buen “moridero” y seguiremos así hasta que el control social complemente los esfuerzos del Estado para controlar los comportamientos individuales. Sin duda, sin reformas sociales drásticas que cambien los comportamientos generalizados de desprecio por el otro, esto no ocurrirá.

 *Cofundador de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí. 

 

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