En el caso de Cali y luego de la definitiva e importante adhesión de Diana Rojas a la campaña de Alejandro Eder, que le imprimió alegría y entusiasmo al debate que parecía ganado por Roberto Ortiz, se planteó una narrativa que se movió entre el miedo de volver a los desmanes del estallido social y las posibles alianzas de políticos que representaban a la izquierda y a la desfavorable gestión de Jorge Iván Ospina.
Fue fundamental la participación de Taliana Vargas, esposa de Alejandro Eder, para movilizar: amor, simpatía y pasión que jugaron a favor del candidato ganador. Las interacciones generadas alrededor de las publicaciones en redes sociales de Taliana, adicional a su contacto en la calle junto a su esposo, favorecieron la conversación positiva alrededor de la percepción que se tenía sobre Eder y le dieron un empujón.
Roberto Ortiz no pudo superar los temas obvios de campaña y se quedó hablando de las problemáticas y propuestas sin asociarlas a algún relato que fortaleciera su vínculo emocional con el votante. Terminó perdiendo esa aura que lo presentaba como ganador y jugaron en su contra las campañas de desprestigio que se le atribuyeron a él o sus simpatizantes. La percepción y el rol de víctima que adquirió su adversario, le quitó solidaridad a la campaña de Ortiz y se la entregó a su rival. Declaraciones del representante a la cámara Alejandro Ocampo, del Pacto Histórico, que solicitó investigar a Eder en procura de inhabilitarlo y que finalmente fue desmentido por el candidato y el Consejo Nacional Electoral, pudieron haber contribuido a ello.
En la ciudad de Medellín, en una elección cantada y en la que toda Colombia ya sabía que el candidato de Daniel Quintero, Juan Carlos Upegui sería el perdedor, se configuró una dinámica antinómica; de buenos y malos, izquierda versus derecha.
La rabia, odio e ira fueron predominantes en la campaña electoral en Medellín, a pesar de que el principal motivador para la aplastante derrota sufrida por Upegui, fuera la desfavorabilidad en imagen pública, señalamientos por mala gestión, escándalos de corrupción y posibles abusos de recursos públicos de Quintero, es evidente que la narrativa en la que el adversario muchas veces no fue Federico Gutiérrez, sino Álvaro Uribe Vélez falló. Federico Gutiérrez no tuvo que hacer mucho esfuerzo para ganar.
A pesar de que influenciadores reconocidos como: “Wally”, “Don Izquierdo” y “Celso Tete Crespo”, entre otros, que han sido asociados a campañas y estrategias de viralización del mensajes del gobierno del presidente Gustavo Petro, publicaron contenidos de descalificación desde el enojo y el rencor en contra de Fico Gutiérrez y a favor de Upegui, esto no fue suficiente para revertir el voto castigo a la administración del ex Alcalde Daniel Quintero y su candidato.
Al final Federico Gutiérrez ganó al sur de la ciudad, en estratos altos y en varios barrios populares. Además, logró elegir un Concejo mayoritariamente afiliado a partidos políticos y movimientos de representativos de la derecha en Colombia.
El proyecto político de Quintero y Upegui, que nació en la elaboración de contenidos emocionales y la aplicación indiscriminada de acciones de redes sociales, como la compra de seguidores, bodegas de replicadores e influenciadores como mecanismo de legitimación de su mensaje se truncó. Lo sucedido en la ciudad de Medellín confirma que el abuso de las redes sociales o la carencia de fondo en los contenidos políticos, buscando manipular a través de las emociones, es perjudicial para la construcción de un proyecto político.
Finalmente, el caso de la campaña de Bogotá mostró que si bien hay rabia por las condiciones en las que está la ciudad en temas como seguridad y movilidad, la gente estaba identificada más con la desesperanza. Candidatos que optaron por revestir sus propuestas y narrativas con emociones diferentes, que pudieron ser determinantes en otras ciudades, se equivocaron.
El mensaje y estrategia de Jorge Robledo nunca se conoció; “Es Tiempo de Bogotá” no logró superar la imagen misma del candidato y por eso su relato de campaña no trascendió. Robledo representó la experiencia y solidez conceptual de propuestas y discurso, pero no enamoró al votante porque no entendió cómo comunicarse con él desde un lenguaje empático.
Rodrigo Lara, que se presentaba como un candidato serio, se desdibujó por culpa de un “batimovil” que ridiculizó su imagen de anclaje inicial. Lara se dejó llevar por un discurso de confrontación, en el que se advirtieron la rabia y el odio, que muchas veces parecía personal con Carlos Fernando Galán. Se desenfocó por momentos y perdió la oportunidad de dejar ver su gran fortaleza; el conocimiento experto sobre la ciudad y sus propuestas viables para los habitantes. Nunca tuvo una estrategia sólida y solamente presentó hechos de opinión tácticos.
La campaña de Molano utilizó fórmulas discursivas que se movieron en el miedo buscando contraste con Gustavo Bolívar a través de la antipatía. Estigmatizar la protesta social y al candidato que más la representaba en la ciudad fue lo que primó en su campaña, pero nunca logró involucrarse con otra emoción y se quedó hablándole a un nicho pequeño.
Más allá de la impronta gráfica de su apellido asociada al libertador Simón Bolívar, que quizás quiso alejarlo de Gustavo Petro, Bolívar pudo haberse enmarcado en el proyecto bolivariano, que solamente apasiona a un nicho de electores y que genera ansiedad en la mayoría. Ser el candidato de un presidente con alta desfavorabilidad y que recurrentemente se confronta con la opinión pública y los medios de comunicación le restó y no le sumó. “No te robaré o “Will educate your children”, fueron propuestas huérfanas de una emoción transversal que recogiera sus declaraciones y discurso político.
Juan Daniel Oviedo conectó desde la calle con emociones como entusiasmo, alegría y pasión. Generó empatía y a pesar del desconocimiento de su imagen en muchos sectores de la ciudad logró conectar con los bogotanos. Equivocó la campaña de contraste y la dirigió al primero en las encuestas y no al que podría haber sido su antítesis, Gustavo Bolívar. Sin embargo, Oviedo finalizó su campaña con un sentimiento muy similar al de Galán y que lo llevaría a enfundar una emoción poderosa y envidiada por cualquier político, la esperanza.
Ponderar las buenas ejecuciones de alcaldes como: Gustavo Petro, lucho Garzón, Enrique Peñalosa y Claudia López, le permitieron a la campaña de Carlos Fernando Galán encontrar la llave emocional para identificarse con el elector aburrido de la polarización. El odio y la rabia sin soluciones más allá de la exhibición del ego fueron ajenos en la campaña de Galán, situación inusual para los estándares de las batallas políticas que se tejen para ganar las elecciones. La tranquilidad, en su discurso, comunicación no verbal y mensaje de concertación lograron la confianza para convencer al elector que era el momento de sumar y multiplicar en lugar de dividir y restar.
La comunicación política no es una receta que se aprende en cursos de redes sociales y que se aplica a destajo en cualquier contexto. Obedece al análisis, estudio y consideración de variables culturales, económicas, políticas y emocionales asociadas a las características de cada región y entorno político.