Restablecer las relaciones entre Colombia y Venezuela será beneficioso para sus economías, pero el gobierno colombiano no debe sumarse al discurso de Maduro ni debe negar el fenómeno migratorio.
Ronal F. Rodríguez*
El paso más importante
Retomar relaciones bilaterales con el régimen de Maduro es quizás el reto diplomático más importante para el gobierno de Gustavo Petro.
Pero Venezuela y la revolución bolivariana no son las mismas de hace tres años, y sin embargo sigue siendo frágil el equilibrio necesario para convivir con un país con grandes diferencias en los modelos políticos y económicos.
Los cambios no se deben a la pequeña recuperación económica, a la consolidación del régimen o a la transformación demográfica —según la plataforma multi-agencial R4V, Venezuela perdió entre el 20,39 % y el 23,33 % de su población en los últimos años—. El régimen de Maduro cambió y el gobierno de Petro tiene que considerar su realidad actual para restablecer las relaciones.
Hoy se adelanta en Colombia un proceso de integración de la población migrante venezolana, a la par de la “Paz total”, que pretende negociar con los grupos armados que llevaron el conflicto colombiano a Venezuela.
Además, se avanza en una agenda bilateral que pasa por la reinstitucionalización diplomática, el comercio bilateral, la normalización de la frontera y la construcción de confianza entre las autoridades colombianas y venezolanas.
Estas agendas son un paso importante para que la transición diplomática beneficie a Colombia y sea lo más efectiva posible.
Un repunte, no tan grande, del comercio
La economía venezolana se está recuperando.
Ya no hay desabastecimiento y la economía se ha dolarizado de facto. Además, el gobierno chavista adopta medidas discrecionales de liberalización en importantes sectores económicos, y la recuperación del PIB podría llegar a los dos dígitos en 2022.
A pesar del denominado “cerco diplomático” y las sanciones de la comunidad internacional, el país vecino se adaptó a las difíciles condiciones y se estabiliza en la precariedad. La situación es mucho mejor que en 2018 y 2019, los peores años de le emergencia humanitaria, pero dista mucho de ser la recuperación que muestra el discurso oficialista venezolano.
La designación de Benedetti como embajador en Venezuela envía un mensaje implícito al régimen de Maduro y es que el responsable de la recuperación diplomática y comercial es alguien muy cercano al presidente de los colombianos. Dicha recuperación es una de las prioridades del nuevo embajador quién, en un trino, afirmó que llegarían a los diez mil millones de dólares en intercambio comercial.
El comercio bilateral cerró el año pasado con 391 millones de dólares, según información de la Cámara de Comercio Colombo-venezolana. En el primer semestre de 2022, se llegó a los 400 millones de dólares y este año se puede cerrar con más de 800 millones.
No obstante, si se logra la apertura de la frontera entre Norte de Santander y Táchira antes de noviembre para el paso de transporte de mercancías y personas, podría llegar a los mil millones de dólares.
En el mejor de los escenarios, las proyecciones indican que la relación comercial para finales de la administración Petro llegue a los 4.000 millones de dólares, lo que dista mucho de las declaraciones del nuevo embajador.
El mayor intercambio comercial entre Colombia y Venezuela fue de 7.221 millones de dólares en 2008, cuando Venezuela producía más de tres millones de barriles diarios de petróleo y el precio internacional era superior a los 110 dólares, llegando incluso a superar los 140 dólares.
Asimismo, a pesar del retiro de Venezuela de la CAN en 2006, aún nos cubría su estructura institucional en 2008, dado que el retiro sólo sería efectivo cinco años después. Era la época dorada de la Revolución Bolivariana.

La precaria economía venezolana
Hoy Venezuela produce menos de 700 mil barriles diarios de petróleo y ha perdido más de la quinta parte de su población, lo que de facto significa una contracción de su mercado.
La infraestructura venezolana se ha deteriorado aceleradamente, sus carreteras necesitan grandes inversiones de mantenimiento y su parque automotor se ha reducido por la falta de repuestos, sin contar con los problemas de seguridad por la piratería terrestre que agravan esta situación.
El Estado colombiano no puede sumarse al discurso del oficialismo venezolano para reestablecer las relaciones comerciales y sacrificar siete años de política de solidaridad, recepción e integración migratoria.
Las sanciones norteamericanas dificultan el acceso a la inversión al régimen de Maduro, pero también de los privados. La sensibilidad del tema en el sector financiero internacional limita el acceso a servicios por temor al lavado y testaferrato del oficialismo.
Por otra parte, Colombia ha diversificado sus mercados. Algunos de los productos que se vendían en Venezuela hoy llegan a países de Centroamérica y a otras latitudes.
La débil industria venezolana tiene miedo de que los productos colombianos inunden el pequeño mercado y no ha tardado en proponer algunas medidas proteccionistas. Asimismo, varios de los jerarcas del chavismo están nerviosos por la formalización del comercio bilateral que, durante los últimos años, estuvo en manos de la ilegalidad, de quienes recibían porcentajes, participaciones o con quienes incluso estaban involucrados directamente.
Ganancias en la región fronteriza
Sin embargo, la reactivación del comercio seria fundamental para la región de los Santanderes.
Los productos de Norte de Santander tardan entre 12 y 14 horas para llegar al puerto de Barranquilla y entre 17 y 20 horas para llegar al puerto de Buenaventura si no se presenta ningún contratiempo en la vía. En cambio, los mismos productos tardan entre 7 y 8 horas para llegar de Cúcuta al puerto de La Ceiba, en el estado de Trujillo de Venezuela, al sur del lago Maracaibo. Pero dicho puerto, como toda la cadena de transporte, requeriría una gran inversión venezolana.
La economía en Venezuela está mejorando marginalmente y los Santanderes podrían beneficiarse de ello puesto que podrían proveer eficientemente productos colombianos para la canasta básica. Pero existen redes de corrupción para la importación de alimentos en Venezuela que no les interesa afectar el actual estatus quo.
Seguridad energética
Venezuela no es un buen aliado en esta materia.
Los países que se beneficiaron de los suculentos acuerdos de Petrocaribe, pieza fundamental de la diplomacia petrolera que dirigió Maduro como canciller de Chávez, fueron los primeros afectados con la crisis venezolana.
Es ingenuo suponer que Venezuela es un proveedor fiable para el mercado colombiano porque tiene gas. Por una parte, como sucedió con los países de Petrocaribe, el régimen venezolano instrumentalizaría la dependencia energética. Por otra, la incompetencia del régimen pondría en riesgo la alimentación de los sectores más humildes de Colombia.
Además, los norteamericanos están dispuestos a levantar las sanciones para sus petroleras que tienen una capacidad instalada inoperante para el refinamiento del petróleo pesado y extrapesado de Venezuela. Pero levantarlas para un acuerdo entre Colombia y Venezuela es otra cosa.
El gran error de Benedetti
El comercio puede ser un instrumento para construir confianza entre ambos países, pero la relación diplomática debe centrarse en el tema migratorio.
Nuestro nuevo embajador se alineó con la posición venezolana al decir que la migración está regresando a su país y que el supuesto “éxodo” no existe; y la desidia del gobierno Petro por el tema migratorio sólo es comparable con la desidia del gobierno Duque ante el Acuerdo de Paz. Pero Colombia es hoy un país en movilidad humana.
Hay más de 2,4 millones de venezolanos en Colombia y más de 3,4 millones de colombianos en Venezuela. Más de 12 millones de personas conviven en los 2219 kilómetros de frontera por el que cruzan entre 20 y 50 mil personas diariamente. Si se recupera el transporte público entre Norte de Santander y Táchira, esa cifra podría llegar a las 70 mil personas.
El Estado colombiano no puede sumarse al discurso del oficialismo venezolano para reestablecer las relaciones comerciales y sacrificar siete años de política de solidaridad, recepción e integración migratoria.
Fue una torpeza de la anterior administración permitir la ruptura de relaciones diplomáticas, consulares y de todos los canales de comunicación, pero tampoco se pueden hacer valoraciones equivocadas y contrarias a los intereses de Colombia. Negar el fenómeno migratorio ha sido el peor error del embajador Benedetti.