La escogencia del candidato para enfrentar al presidente Obama tiene divididos a los republicanos y ha empujado al partido hacia una derecha extrema, sin los votos decisivos de los latinos y de los indecisos, sin soluciones a los verdaderos problemas y… ¡sin plata!
Sandra Borda Guzmán *
Una larga indecisión
No es novedad para nadie que -en democracias donde ello es permitido – el mandatario que busca hacerse reelegir siempre lleva una ventaja considerable. Pero en el caso de las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos, Barack Obama puede contar con una cierta ventaja no tanto gracias a las facilidades y comodidades que le otorga el poder del ejecutivo, sino debido al desgaste al que se ven sometidos los precandidatos republicanos, fruto de la indefinición de las elecciones primarias, que amenaza con prolongarse algo más.
¿Cuál es la razón para que el partido republicano parezca tan confundido y desorientado? ¿Qué hay detrás del cúmulo de empates técnicos entre sus candidatos? ¿Podrán sobreponerse los republicanos a todo este embrollo y salir victoriosos en las elecciones de noviembre?
El Tea Party y su efecto boomerang
Es preciso decir que la actual crisis del Partido Republicano se debe principalmente a la emergencia de un ala radical (e intransigente) liderada por el Tea Party. La gran paradoja es justamente que lo que resurgió con fuerza como una forma de oposición destructiva y rapaz frente a la administración Obama, ahora se esté constituyendo en el obstáculo más difícil de superar en el intento de los republicanos por recuperar la Casa Blanca.
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El problema no es de poca monta: el Tea Party está obligando al partido a repensar su agenda y está presionando fuertemente para moverla aún más hacia la derecha. El argumento es simple: un conservatismo moderado como el de John McCain facilitó la llegada a la Casa Blanca del actual gobierno, que muchos han calificado de socialista y antiamericano.
Si los republicanos quieren volver a gobernar, la única forma de hacerlo es apelando a un discurso ‘duro’, radical y evangelizante, cuya principal audiencia es el electorado que vive en el centro y en el sur del país, la clase trabajadora, la más insatisfecha con el desempeño económico del actual gobierno, la más religiosa y por tanto, la más fácilmente impresionable mediante dogmas oscurantistas y un toque de populismo económico.
La tensión actual entre Mitt Romney y Rick Santorum expresa la distancia entre el centro pragmático del partido, que entiende que con semejante giro hacia la derecha se corre el riesgo de entregar las elecciones a Barack Obama, y un Tea Party cuyo conservatismo social ha tocado límites insospechados y ha alienado efectivamente a independientes y republicanos moderados.
Pero eso no es todo. Para colmo de males, la versión centro de los republicanos, Mitt Romney, es muy poco inspiradora. Este precandidato se ha presentado a sí mismo como un plutócrata que hace apuestas de miles y miles de dólares con sus competidores en televisión nacional, que ha sido incapaz de conectarse con la clase media trabajadora, y que cuenta con unas credenciales conservadoras que empezaron a ser cuestionadas cuando puso en marcha una reforma al sistema de salud en el estado de Massachussetts (del cual fue gobernador), reforma que no puede parecerse más a la impulsada por… el gobierno Obama.
Responsabilidad de los Republicanos moderados
El establecimiento republicano no podría estar más descontento con Romney y dicho descontento se ventila todos los días por los medios de comunicación estadounidenses. A tal punto que a estas alturas Sarah Palin todavía sigue amenazando con participar en la contienda electoral, y Donald Trump envía señales anunciando que no descarta ser candidato presidencial cada vez que puede.
![]() ![]() ![]() Jeff Bush, Sarah Palin y Donald Trump envían señales de que pueden ser parte de la carrera republicana. |
Por su parte, Fox News nombra constantemente a Jeff Bush y lo contempla como una posible opción en la carrera por la nominación republicana —pues sí, el fenómeno de los delfines no es exclusivo del Tercer Mundo—. Los ganadores en medio de esta ambigüedad y falta de apoyo contundente a Romney son entonces los sectores de derecha extrema representados por Santorum y Newt Gingrich.
Ahora bien, hay algunos factores a favor de la candidatura de Romney, que pueden contribuir a consolidarla de aquí a agosto. Aunque su desempeño durante las primarias en lugares como Michigan y Ohio — en donde se esperaba que obtuviera una ventaja sustancial frente a Santorum — no fue muy satisfactorio [M1], la negativa de Gingrich a abandonar la contienda le resta fortaleza a Rick Santorum.
El discurso recalcitrante de Santorum no le va a permitir la ampliación de su base más allá del segmento cristiano evangélico, y sólo la salida de Gingrich le ayudará a reunir los votos suficientes para vencer a Romney. Pero Gingrich ha dicho que no abandonará el ruedo y en realidad, tiene pocos incentivos para hacerlo: entre más tiempo se mantenga, tendrá más capacidad de acumular delegados y de influir más eficazmente sobre la Convención del partido en agosto, que decidirá finalmente la nominación.
Lejos de la realidad y de los votos
Como si no fueran suficientes el desgaste que resulta de los ataques constantes y virulentos que se lanzan entre sí los precandidatos republicanos y el tibio respaldo al candidato puntero, el partido va a llegar a las elecciones presidenciales con los bolsillos casi vacíos, mientras Obama tendrá las arcas llenas para adelantar su campaña. Romney, el candidato que más recursos ha logrado acumular, ya está empezando a sentir el apretón, debido a unas primarias competidas, difíciles e indefinidas aún, por tanto, tremendamente costosas.
El otro factor que amenaza la llegada al poder del partido republicano es su ya casi completa desconexión con las preocupaciones reales del ciudadano promedio estadounidense. Una infinidad de encuestas ha mostrado una y otra vez que el tema central para los votantes en la actual coyuntura es la recuperación económica y el empleo.
Mientras tanto, los republicanos siguen enfrascados en sus pequeñas guerras culturales, discutiendo temas usuales para los conservadores sociales, pero que no podrían distar más de ser una prioridad para la sociedad en general: insisten en la inmoralidad de la anticoncepción y le siguen pidiendo a los ciudadanos que se abstengan de mantener relaciones sexuales a menos de que planeen tener hijos (¡!); siguen condenando las relaciones homosexuales y promoviendo la prohibición del aborto incluso en casos de violación. Estas posiciones y la insistencia en hablar de esos temas no les va a permitir acceder a la franja de indecisos independientes, que jugarán con toda seguridad un papel crucial en las elecciones en noviembre.
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Con los latinos, la cosa tampoco va bien. Aunque se trata de una minoría que ha votado en algunos estados a favor de los republicanos, el discurso a ratos racista y supremacista de la derecha radical (Gingrich definió el español como ‘el lenguaje del ghetto”) y la falta de una propuesta seria y coherente en materia de migración han terminado por alienar el voto latino.
Y no es un voto menor: en el 2008 votaron 9,7 millones de latinos (solo 50 por ciento del 19,5 habilitado para votar en ese año). Para el 2012, hay 21,7 millones de latinos habilitados para votar y se estima que el número de votantes crezca. Ya en el 2008 los votantes latinos constituyeron el 7,4 por ciento del total de los votantes y se estima que en las elecciones de este año ese porcentaje también aumente. En una competencia reñida, la decisión del electorado latino puede resultar crucial.
Los problemas de Obama
Ahora bien, nada garantiza a Obama que contará con suficientes argumentos para convencer a los indecisos y a los latinos. El muy lento proceso de recuperación de la economía, los altos niveles de desempleo, la inactividad que ha resultado del constante intento de negociar y armar consensos con unos republicanos intransigentes y dogmáticos, y una política inmigratoria errática y a ratos puramente represiva, han producido gran decepción entre los votantes indecisos y los latinos demócratas.
La inspiradora campaña del ‘Change We Can Believe In” con seguridad no va a poder repetirse. Al contrario, Obama tendrá que convencer a los estadounidenses de que él es la opción menos contraproducente para el futuro del país.
Entre la crisis de los republicanos y la frustración generada por la promesa de un cambio que nunca llegó, los estadounidenses se enfrentan a una elección entre un malo conocido y otro peor, por conocer.
*Profesora Asociada del Departamento de Ciencia Política y Co-directora del Centro de Estudios Estadounidenses de la Universidad de Los Andes.