El Vuelco del Cangrejo. Director Oscar Ruiz Navia - Razón Pública
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El Vuelco del Cangrejo. Director Oscar Ruiz Navia

Escrito por Ana María Trujillo

Ana Maria TrujilloUn día antes del estreno oficial de El vuelco del cangrejo tuve la oportunidad de ver a su director, Oscar Ruiz Navia, en la Universidad Nacional hablando sobre su trabajo y proyectando un documental sobre el rodaje de la película.

Ana María Trujillo

Un día antes del estreno oficial de El vuelco del cangrejo tuve la oportunidad de ver a su director, Oscar Ruiz Navia, en la Universidad Nacional hablando sobre su trabajo y proyectando un documental sobre el rodaje de la película. Algo en la intensidad y el entusiasmo que expresaba al hablar del proyecto me llevaron a intuir que el vuelco del cangrejo era una propuesta diferente, una búsqueda interesante, motivada y bien fundamentada que, juzgando por lo que pude ver de su realización y sus realizadores, prometía satisfacer mis preferencias cinematográficas, y me convencí de la necesidad de ir a verla.

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El Vuelco del Cangrejo fue filmada en La Barra, población del Pacífico colombiano.

El argumento de la película es simple: Daniel (Rodrigo Vélez), un joven caminante silencioso cuyo rumbo parece no ser otro que el del olvido llega a La Barra y ahí se queda esperando una lancha que lo lleve a otro lugar. Llega a la casa de ‘Cerebro' (Arnobio Salazar), carismático líder local, a quien propone ayudar en las labores que necesite a cambio del hospedaje. Poco a poco, Daniel va entrando en contacto con una serie de personajes y con las dinámicas propias del pueblo. Su condición de extranjero es la llave que nos abre también a nosotros la exploración del entorno; es su mirada la que nos concede la vista tranquila de los caseríos, los paseos por la selva y la playa, los juegos de los niños, la escasez de pescado, la exuberante belleza de Jazmín (Karent Hinestroza) y la dulce inocencia de Lucía (Yisela Álvarez), el malestar que suscita la llegada intrusiva de ‘El Paisa' (Jaime Andrés Castaño), quien trabaja en la adecuación de un hotel en la playa donde el Reggaeton nunca para de sonar a alto volumen. La suya es una contemplación pausada, tranquila, difícilmente crítica: él va de paso, no se compromete con nada ni con nadie, no se sorprende, no se asusta, no se entusiasma. Solo está, y su presencia cargada de enigma es ante todo pretexto para dar verdadero protagonismo a La Barra y sus habitantes. Al mismo tiempo y de manera subrepticia aparecen en clave recordatorios de las tensiones y los conflictos más profundos que de una u otra forma permean y definen la vida en el poblado: los televisores siempre prendidos mostrando esas noticias diarias que ya todos estamos acostumbrados a ver, del país que se devasta en la corrupción, la violencia y la miseria, se vuelven metáforas recurrentes, conectan a La Barra con su contexto nacional, situacional e histórico.

En un país (y en un mundo, a decir verdad) donde los registros de taquilla hacen más que evidentes las preferencias del público local por aquel cine comercial de fórmulas fáciles y certeras, contenidas en las lógicas de la industria cultural y sometidas a los dictámenes de lo que suele llamarse "entretenimiento", películas como El Vuelco del Cangrejo van a perturbar esas incautas expectativas de quienes buscan argumentos reciclados, personajes "buenos" y "malos", culebrones predecibles o vaticinios catastróficos y las muy comunes pero no siempre necesarias historias del tipo inicio-nudo-desenlace con final feliz. Pasa que en esta película la intención es muy distinta y no por ello menos valiosa: capturar una atmósfera, un lugar, su tempo, su ritmo, su gente, sus carencias, sus virtudes, sus silencios, sus fiestas, su comida, sus amenazas, sus posibilidades, sus colores, olores y sabores… un aquí y un ahora, o parafraseando a Walter Benjamin, un aura. La película exige, pues, concentración, paciencia, y un saber mirar para apreciarla en la deliciosa combinación de sutileza y grandilocuencia de sus imágenes.

Recuerdo que en alguna ocasión y por un medio que ahora no puedo precisar -conferencia, artículo, video, documental- me encontré con las palabras de la gran documentalista Marta Rodríguez, reprobando el hecho de que los jóvenes aspirantes a cineastas en este país ni siquiera se preocuparan por primero conocerlo. La anotación viene al caso para celebrar el hecho de que Oscar Ruiz y todo su equipo de trabajo se volcaran a la tarea de la exploración, pues en el resultado final se evidencia un proceso serio y comprometido con la población del lugar, su participación activa, además de la inversión en un trabajo continuo de retroalimentación, talleres y actividades fuera del rodaje. Sin duda, un plus que agrega a la película cierto magnetismo y cierta fuerza.

Bien pensada, bien producida, con una idea estética sólida e intencionada, El vuelco del cangrejo aparece con fuerza y con un sello propio en el panorama del cine nacional. No se trata de ver en ella una nueva esperanza o un nuevo manifiesto, ni siquiera una nueva dirección a seguir. Es, sencillamente, una película auténtica, característica que, personalmente, aprecio mucho. Teniendo en cuenta que en tanto ópera prima plasma mucho de lo que se ha logrado tanto como de lo que queda por mejorar, al finalizar esta reflexión saco dos conclusiones: por un lado, queda la evidencia de que las posibilidades del cine son tan numerosas como sean las intenciones, pasiones y propuestas de quien se proponga hacerlo; por el otro, la satisfacción de encontrar en el cine, esta encantadora máquina de contar historias, un medio promisorio y gratificante para acercarnos al conocimiento de nosotros mismos.

 

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