Según su hija Lina, antes de morir Botero pintó a una pareja bailando… quizás soñaba con un baile final, encuentro que se queda en la piel. El Maestro imaginaba ese momento, que se haría posible 4 meses después de la muerte de su esposa.
Antes de morir; su obra más cara fue “Hombre a caballo” subastada por Christies el 11 de Marzo de 2022 por US$4.3 millones. Después de su muerte según Óscar Mauricio Ochoa (Marchante de Arte) su obra puede aumentar de precio en un 20 o 25%, la historia lo revelará. ¿Entonces, el valor de su postulado estético se incrementará? ¿Trascenderá espacio y tiempo?
No existe una única verdad tras el arte. El arte como expresión libre del ser, presenta la posibilidad infinita de ser leído y por lo tanto el gusto y la valoración de una obra de arte es una postura subjetiva y hasta caprichosa. Las obras de arte se han convertido en bienes posicionales como expresión de estatus; especialmente cuando el precio de las mismas está lleno de ceros.
En 1958 el Salón Nacional de Artistas rechazó a Botero, y Marta Traba defendió su obra “La camera degli sposi” con la que participó y ganó. La obra de arte media entre el artista y el espectador, cuando éste deja de existir, su obra queda y nos habla. Nos resuena de forma inusitada, probablemente distinta. Podemos ver las entrevistas en vida del artista, leer sus diarios, hablar con sus hijos, contemplar sus obras; pero al artista de carne y hueso, no lo tendremos.
Hace unos años, conversaba con algunos colegas artistas, y mi opinión sobre Botero era algo así: Es sin duda un gran artista, ha creado un bien de lujo, una marca propia y la ha sabido vender mundialmente. Hoy, teniendo en cuenta que no habrá más obras nuevas suyas, es natural que el prisma a través del cual miro su obra sea diferente. Veo con relevancia la forma en que utiliza los cuerpos para conversar de manera irónica sobre nuestras realezas, costumbres, dolores y heridas, nuestro ayer y el hoy de siempre por los rincones de cualquier pueblo colombiano. El cuerpo como ese “debajo de la cama” donde se esconde lo que no se quiere mostrar, ese gran miedo a ser comparado con lo aparentemente perfecto, los modelos clásicos, los cánones estéticos. Mostrarnos y no intentar tapar nuestras imperfecciones tras el maquillaje, las cirugías, los trajes de fiesta, la faja o el corsé para que no se noten las medias nueves que nos comimos a destiempo o el helado con el que pecamos un martes por la tarde a la salida del cine.
En su obra el cuerpo, grandilocuente por el volumen ocupado en el espacio (tanto pictórico como escultórico) nos permite cuestionarnos sobre ¿Qué tanto más podemos aguantar? ¿Cuánto más podemos devorar? ¿Hasta dónde resisten nuestra mente y cuerpo en esta sociedad del continuo y seductor estímulo?
Su obra me habla hoy, de un gran temor vencido. El temor a ser auténticamente imperfectos, originalmente feos, únicamente grotescos. La belleza no siempre se encuentra en la cercanía al equilibrio, a los puntos de referencia previamente validados y posicionados como admirables por la mayoría. A veces la belleza está en eso que con amor y sencillez nos habla de nuestras vidas, de lo cotidiano, de lo no trascendental, y creo que esa es precisamente la grandeza de Botero, enfrentarnos como él lo hizo al desafío de ser auténticos.
Si el cuerpo es como una casa, y la casa está llena -de flores, de comida, de amor- el cuerpo se ve completo, perfectamente copado.
El cuerpo es sujeto y objeto, de observación de consumo, de inspiración y de abandono. ¿Qué es lo que comunicamos con nuestro cuerpo?
Se necesita coraje para habitar un cuerpo.
Llenar todo el espacio que deja la piel, sentir trozos que rozan y verlos, requiere coraje, amor propio y grandeza. No medir lo que sobra o añorar lo que podría ser, no compararse y liberarse, soltarse a la vida. Como dijo Juan Carlos Botero citando a su padre: “Vivir enamorados de la vida” y dejarse sorprender por ella en el último baile.