En Estados Unidos la disputa en realidad no es por lo que Obama ha hecho sino por cuáles asuntos se debaten en política. Análisis de la polarización entre demócratas y republicanos y de la nueva estrategia de Obama.
Hernando Gómez Buendía *
El voto que decidía
El legendario senador Ted Kennedy dedicó los últimos 30 años de su vida a luchar por la reforma del sistema de salud. Su estado, Massachusetts, tiene el servicio de salud pública más eficiente y más aplaudido de Estados Unidos. Y el número de votantes demócratas en Massachusetts más que duplica al de republicanos. Por eso la elección de Scott Brown, el republicano que basó su campaña en atacar el proyecto bandera del gobierno – el de salud- fue una triple derrota para Obama.
Esa derrota además implica perder el voto que aseguraba la mayoría demócrata en el Senado. Y la mayoría tan precaria del gobierno nos remite a su vez a la raíz del frenazo de Obama: la partición de Estados Unidos en dos mitades exactas y enconadas.
Los dos Estados Unidos
Es un empate que se venía gestando desde hace décadas y en cuyos altibajos se decide el rumbo de Estados Unidos -o el rumbo del mundo entero. Bush venció a Gore por el dudoso puñado de votos de Florida y cuatro años después venció a Kerry por menos de 1% de la votación. Obama ganó por 2.3%, y ningún presidente desde Reagan ha ganado por más de un 3%. En el Senado y la Cámara las mayorías cambian con bastante frecuencia, hay tantos gobernadores demócratas como republicanos, y en las encuestas cada partido se mantiene cerca de un 40% de adherentes.
Debajo de esas cifras está la brecha que parte en dos a los norteamericanos. No es la brecha entre pobres y ricos ni tampoco es la brecha entre blancos y no blancos -aunque la clase y la raza por supuesto pesan y se entrecruzan con la brecha que desde tiempos de Reagan ha dominado en la política de Estados Unidos: una brecha cultural entre la izquierda y la derecha.
O para ser un poco más precisos, la brecha entre quienes piensan que la política es para ampliar los derechos de los ciudadanos y quienes creen que es para achicar el Estado y devolverles responsabilidades a los individuos. Reagan lo dijo con tres frases magistrales: "Yo no propongo aumentar el bienestar porque pretendo expandir la libertad"; "El Estado no resuelve los problemas; se limita a subsidiarlos"; y "El Estado no es la solución: es el problema".
Religión y política
Hay más pobres que ricos por supuesto, y los blancos en Estados Unidos día por día están dejando de ser la mayoría: la derecha, en sana lógica, llevaba y lleva aún las de perder en la política norteamericana. Pero entonces sus jefes apelaron y apelan a la carta religiosa, que puede más que la clase y que la raza.
La paradoja de ser el primer Estado laico (1776) y ser también la democracia donde la religión pesa más en la política, ha sido atribuida a distintos factores:
- Según algunos esto se debe a que las sucesivas olas de migrantes que desde el Mayflower hasta los hispanics o los vietnamitas han ido formando los Estados Unidos llegan a un país extraño y encuentran en su religión originaria un factor de consuelo y también de identidad en sus luchas políticas.
- Otros dicen que paradójicamente fue el estado laico lo que nutrió la religiosidad de los estadounidenses: mientras una iglesia oficial como la anglicana (o como el catolicismo en América Latina) se queda en el ritual sin permear las conciencias, el pluralismo religioso implica convicción personal y competencia pública por tener más conversos.
- Yo por mi parte encuentro cierto mérito en la hipótesis de que la religiosidad politizada de los norteamericanos tiene raíces en su sistema de estratificación social, donde los varios estratos tienen distintas filiaciones religiosas y por lo tanto indican cuál estilo de vida es superior.
Las guerras culturales
Lo cierto es que la carta religiosa es decisiva en la política de Estados Unidos y que los republicanos desde Reagan la han usado para tener al país envuelto en permanentes "guerras culturales". Simplemente se trata de plantear cuestiones reales o imaginarias que tocan a la conciencia, al sexo, a la familia o al carácter sagrado de un estilo de vida "americano", cuestiones simbólicas que sin embargo y en realidad tienen más poder que cualesquiera otras para despertar pasiones y para movilizar el sectarismo.
Por eso en los últimos veinte años los debates más calientes de la política estadounidense se han referido a cuestiones como el aborto, la plegaria religiosa en las escuelas, los derechos civiles y sociales de los gay y las lesbianas, la investigación con células embrionarias, la tortura, la enseñanza del darwinismo o el creacionismo en los colegios oficiales, el derecho de portar armas, la bandera exhibida en sitios públicos, la existencia del cambio climático por obra de los hombres, o a la maldad incurable del Islam. Si hasta el escándalo de Monica Lewisnky que ni los europeos ni nosotros logramos explicarnos tuvo en su fondo la cuestión de la responsabilidad del individuo -del individuo Bill Clinton en este caso.
Quién impone la agenda
Esas "guerras culturales" son el secuestro de la política como espacio de discernimiento entre alternativas de organización social y distribución de las oportunidades para vivir mejor (o peor), y su remplazo por una anti-política que reduce y convierte al Estado en jardinero o en podador del Árbol del Bien y el Mal moral.
En las guerras culturales no se trata de cuál sea el mejor argumento racional, la mejor solución técnica o el interés tangible de la ciudadanía, sino de que una forma de vida es superior, de que la política es más que todo o es tan sólo simbólica, y de que lo que cuenta es estar del lado de los buenos y en contra de los malos.
En un país de pobres y de ricos, de blancos y no blancos, habría que debatir -y resolver- asuntos tan mundanos como el empleo, la salud o los impuestos en vez de los asuntos trascendentes que desde esta o aquella religión se traen al debate nacional. Pero esta escogencia es de por sí la escogencia central de la política. Como hace mucho tiempo escribió Schattschneider: "En política, igual que en todo lo demás, importa sobre manera el juego de quien jugamos… Lograr que un conflicto sea sustituido por otro conflicto es la estrategia política más devastadora"[1].
La intentona de Obama
Y los republicanos desde hace tiempo han logrado que unos conflictos sean sustituidos por otros conflictos. Han logrado que la agenda de expandir los derechos sociales y reducir las desigualdades materiales sea sustituida por la del sexo y otras cuestiones bioéticas o simbólicas.
Por el color de su piel y por su apuesta olímpica al futuro, por evitar que lo empantanen en las peleas simbólicas (Guantánamo, los gay en el Ejército, los cargos penales contra el ex vicepresidente Cheney…) y por haber aterrizado la política en las cuestiones terrenas de la economía, Irak, Afganistán…y la salud, Obama es el intento de que en Estados Unidos se descubra de nuevo la política.
Ese intento fracasó en el primer round. Y fracasó porque los republicanos lograron que hasta los demócratas de Massachusetts creyeran que la tibia reforma de salud que estaba a punto de salir del Congreso era un engendro "socialista" y donde Obama -como lo dijo la inefable Sandra Pahlin- iba a erigir " paneles de la muerte para decidir quién vive y quiénes mueren" o, por si faltan detalles, que "el Estados Unidos que conozco y amo no es uno donde mis padres o mi bebé con el Síndrome de Down deban comparecer ante un panel de la muerte donde burócratas de Obama decidirán -sobre la base de una opinión subjetiva acerca de su ´nivel de productividad social´- si merecen recibir cuidados de salud. El sistema (de Obama) es simplemente diabólico (downright evil)"[2].
¿Un segundo aire?
Por eso en el discurso del Estado de la Unión que conmemora su primer aniversario de gobierno, el presidente Obama hizo dos cosas. La una fue hablar muy poco de salud y admitir que el revés se debió a que no logró cambiar la agenda: "Bueno, sé que éste (la salud) es un tema complejo, y en cuanto más tardó el debate, fue aumentando el escepticismo entre el público. Y yo acepto mi parte de la culpa por no haberlo explicado al pueblo estadounidense con mayor claridad. Yo se que con todas las peleas y el cabildeo y las prebendas, este proceso dejo a la mayoría de los estadounidenses preguntándose ´¿en qué me beneficio yo?´".
La otra cosa que hizo el presidente fue empujar con más fuerza hacia el lado mundano del debate: los 40 minutos del discurso del miércoles pasado (Enero 27) y las cuatro intervenciones que ha hecho hasta hoy domingo estuvieron dedicados a una cuestión de pan y mantequilla: cómo sacar del desempleo a los 15,3 millones de norteamericanos que los siguen padeciendo y cómo cambiar el miedo al "socialismo" que mercadearon los republicanos por la esperanza de un mañana con empleos.
De si esta vez Obama logra "explicárselo al pueblo estadounidense con mayor claridad" dependerán la suerte de su mandato, su eventual reelección en 2012 y finalmente su lugar en la historia.
*Director y editor general de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí.
Notas de pie de página
[1] A Realist View of Democracy in America, Fort Worth, Harcourt, 1975, pp. 47 y 74.
[2] http://www.huffingtonpost.com/2009/08/07/palin-obamas-death-panel_n_254399.html