El triunfo del socialismo en Francia: entre la cólera y la esperanza cauta (2) - Razón Pública
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El triunfo del socialismo en Francia: entre la cólera y la esperanza cauta (2)

Escrito por Ricardo García Duarte
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ricardo garciaFrançois Hollande –el candidato socialista que acaba de rubricar un triunfo histórico con el 51,7 por ciento– llegará al Elíseo en hombros de tres sentimientos, a saber: la cólera, la decepción y la esperanza.

Ricardo García Duarte *

El voto de la solidaridad reencontrada

En primer término, la cólera de los desastrados por la crisis; en segundo lugar, la frustración de los desilusionados con el dinamismo virtuoso, prometido para el quinquenio que termina y que se encontraron apenas con una hiperactividad del presidente a menudo vana. Y claro, en tercer término, la expectativa optimista, aunque moderada, de quienes veían en la alternativa del ganador una morigeración para los que han visto oscurecer su futuro y para los descontentos con la crispación política, la discriminación social y el miedo frente al otro en el orden de las identidades.

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El voto de castigo

La rabia y la frustración, por igual, se tradujeron en un voto-castigo contra el presidente Nicolas Sarkozy. Por otra parte, la actitud desplegada en términos positivos (más por alguien que contra alguien), la de los más cercanos a la opción del ganador, se expresó en un voto de adhesión programática: en una simpatía reiterada.

El voto de castigo recogió el descontento profundo ante la degradación social que se ha manifestado en una enfermedad, cuyos síntomas han sido entre otros:

  • el cierre de 400 fábricas durante los últimos tres años,
  • un desempleo en ascenso que ha llegado al 10 por ciento,
  • la competencia ruinosa en la agricultura,
  • una pérdida en el poder de compra, o al menos su muy débil incremento, el cual en los últimos años solo ha aumentado en un 0,6 por ciento anual, hechos desde luego los descuentos del caso dentro del ingreso bruto.

 

Con razón, las mediciones sobre las percepciones de los franceses no han hecho sino mostrar el pesimismo que los acosa y que se extiende como una mancha de aceite, sobre todo por la inseguridad para armonizar sus gastos con los ingresos obtenidos.

Por cierto, muchos de ellos votaron con rabia en la primera vuelta, no solo castigando al gobierno, sino a todo el sistema, al apoyar a la extrema derecha representada en un “Frente Nacional”, portador de contravalores que por momentos atentan contra los propios fundamentos republicanos.

Por otra parte, una franja de ciudadanos –moderados y quizá más acomodados al perfil de las clases medias– que se ven como el “centro-centro” del espectro político, se desplazó esta vez hacia una opción que no era precisamente la de Sarkozy, por quien había votado hace cinco años, pero a quien acaba de abandonar, decepcionada al verlo superado por una crisis que enfrentó equivocadamente, llevando a la economía a un déficit fiscal record del 7,5 por ciento del PIB en el 2009, cuando el indicador para el 2007 había sido del 2,7 por ciento, y lo que es peor, con una alarmante deuda de 1,7 billones de euros.

Una economía estancada, las finanzas públicas amenazadas por una deuda peligrosamente alta, más el deterioro social con más de 2,5 millones de desempleados, son todos factores capaces de obrar como fuerzas incontrolables, difusas y fragmentadas que pusieron contra la pared al presidente–candidato y lo derrotaron.

De hecho, se convirtieron en un flujo de votos a favor de Hollande, no tanto para que este fuera presidente, sino más bien para que Sarkozy no lo fuera, a cualquier precio.

 

El poderoso “partido de la crisis”

Las cosas suceden como si ahora en Europa, un nuevo partido, oscuro, quizá invisible, tumbara y pusiera gobiernos: el “partido de la crisis”. Desata sus energías de tsunami contra gobiernos de izquierda o de derecha; aunque para hacerlo tenga que encarnar en el cuerpo ajeno de algún partido existente, al que se trasladan la legitimidad y las ilusiones.

En este caso, ha tumbado a uno de derecha y ha tenido que obrar por interpuesta persona; esto es, por Hollande y su partido de centro-izquierda, respaldado no solo por sus votantes socialistas, sino por izquierdistas radicales, por centristas y seguramente por más de un conservador, sin descartar algunos segmentos enclavados en la extrema derecha.

Lo que esto prueba es que el “partido-crisis”, ha hecho correr los linderos de las identidades partidistas: gran parte del conservatismo fue conquistada por la extrema derecha, adelgazando así los terrenos de la UMP, el partido que ha tenido el poder durante los últimos quince años; y gran parte del centro-derecha se movió hacia la izquierda en la segunda vuelta.

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La “familia” política que se vio más afectada, en consecuencia, fue la de la derecha. Dividida durante mucho tiempo en dos alas, ambas conservadoras pero republicanas, y cuyo eje más caracterizado era el gaullismo (por Charles de Gaulle), vio cómo desde los 80 le surgió por uno de sus costados un partido ultranacionalista, fundado por Jean Marie Le Pen.

Posteriormente, hace unos seis o siete años se desprendió por el otro costado, un movimiento de centro, orientado por François Bayrou, candidato que compitió en las elecciones de 2007, tratando de establecer su propio centro de gravedad; y que ahora repitió con la denominación de “Movimiento Democrático”. Lo que ahora vinieron a mostrar los comicios de primera vuelta fue el mantenimiento de este centrismo como opción con identidad propia (con un 9 por ciento de los electores).

Pero sobre todo sorprendió una auténtica galopada del ultraderechista Frente Nacional, con avances que lo llevaron de la mano de Marine Le Pen, su nueva candidata, a tocar el impensado techo del 18 por ciento en la votación; esto significa acumular el apoyo de 6,4 millones de sufragantes, fenómeno en el que se incluyen casos casi aberrantes, como el de Alsacia, en donde la hija de Le Pen supo alzarse con la escalofriante cifra de 22 por ciento de la votación.

Lo anterior significa que los casi 2,5 millones de votos del nuevo caudal, ganados por Marine Le Pen, quien corrió la cerca en los predios de la derecha convencional, constituyen una franja enorme que le arrebata a esta última, no necesariamente inclinada a votar con disciplina de familia en la segunda y definitiva vuelta. Son sufragios de dispersión, no orientados en una u otra dirección, pues Madame Le Pen dio libertad a sus viejos y nuevos adeptos para que votaran por quien quisieran.

Significa también que los casi 4 millones de votantes del centrista Bayrou debieron conducirse, en su mayoría, hacia el socialista Hollande, dado que su propio jefe anunció que votaría a favor de éste, gesto que lo podría catapultar a un puesto de primer orden en el nuevo gobierno.

Afectadas de esa manera las fronteras internas en la derecha, la indisciplina por ambos costados, es decir, la deslealtad de los votantes con respecto a su campo natural ha movido también los linderos entre sus dos grandes “familias” políticas.

En este caso, ha sido a favor de una izquierda que por mucho logró sumar un 43 por ciento en la primera vuelta, pero que ha visto cómo su candidato terminó siendo premiado con un 9 por ciento suplementario, unos 3,5 o 4 millones de votos nuevos, venidos del lado opuesto en medio del ansia de cambio y bajo el signo de la fuga: la de escapar del miedo.

Era el inevitable corolario de dos factores que se integraron: a saber, la rabia contenida en buena parte del voto popular expresado en el Frente Nacional de Le Pen y la decepción experimentada por el voto centrista volcado hace cinco años hacia la derecha conservadora.

La identidad y la esperanza en el votante de izquierda constituían la base que podía aportar un 42 o 43 por ciento del apoyo electoral, este 6 de mayo de 2012. Una familia política que había quedado vapuleada en la elección presidencial anterior. Pero había también el flujo proveniente del centro y cierta dispersión de la extrema derecha.

Todos ellos fueron los materiales que terminaron armando el triunfo político de François Hollande, un discreto alumno de François Mitterrand, quien fuera el primer presidente socialista de la Quinta República. Pero claro, gracias a la ayuda de ese partido indomable que es la crisis económica.

Un partido ubicuo, fantasmal y corrosivo como el ácido nítrico, que en adelante sobrevolará como una sombra los pasos del nuevo presidente, quien tendrá que hacerse cargo de una ímproba tarea: aliviar la austeridad que reduce el gasto oficial y proteger los ingresos del ciudadano, mientras evita al mismo tiempo el déficit y la deuda que nacen de ese mismo gasto.

* El perfil del autor lo encuentra en este link.

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