Las “zonas de normalización” proyectadas para estos municipios donde nacieron las FARC podrían ser un ejemplo de convivencia y democracia. Pero la gente tiene temores y persiste el fantasma de una historia violenta que no se puede pasar por alto*.
John Jairo Uribe S.**
Tensa calma
En Planadas y Villarrica, municipios del sur del Tolima, crece la ansiedad entre la población, las autoridades y los propios guerrilleros ante la inminente instalación de dos Zonas Veredales Transitorias para la Desmovilización (ZVTD) de las FARC. Allí, los terrores de la guerra todavía deambulan como fantasmas y se vive una tensa calma frente a lo que viene.
Es cierto que el cese del fuego bilateral creó un ambiente de tranquilidad que permitió que las voces de algunos sectores sociales volvieran a oírse. Además, ahora es posible viajar de noche a los pueblos de esta región. Pero no hay que olvidar que en Planadas y Villarrica ganó el No en el plebiscito (aunque el Sí venció en las veredas donde se ubicarán las zonas destinadas al desarme y desmovilización de las FARC).
Pese al ambiente de calma y libertad que se respira en este momento, se rumora que la guerrilla ejerció presión sobre el voto del 2 de octubre y que, al mismo tiempo, hubo llamadas amenazantes para que los líderes de organizaciones sociales votaran por el No. Es decir, ambos bandos presionaron a la población en el pasado plebiscito, aunque esta presión no llegó a los niveles de las épocas más duras del conflicto.
Además de estas presiones, los campesinos de la región han tenido que enfrentarse a la cancelación de algunos proyectos que les prometieron para mejorar sus condiciones, así como a la presencia de personas armadas que en cualquier momento podrían emplear la fuerza.
Para los pobladores las preguntas sobre el futuro son motivo de ansiedad: ¿los guerrilleros usarán las armas para resolver los problemas de alimentación que puedan enfrentar?, o, por el contrario, ¿serán las fuerzas estatales las que encenderán la pólvora? Estos asuntos son importantes, pues en medio de todo están los campesinos, que serían los más grandes perjudicados si la situación se sale de control.
Historias de guerra
![]() Marulanda Vélez, alias Tirofijo, cabecilla del frente en Marquetalia. Foto: Banco de la República |
Estos temores no se fundan solo en los resultados del plebiscito, sino en la historia de los actores violentos de la región. Vale la pena detenerse en algunas escenas de la guerra en el sur del departamento para comprender los fantasmas que pueden reavivar las amenazas de unos y otros en este momento, así como para valorar la importancia del cese del fuego y entender lo que estos obstáculos significan frente al reto de desarrollar las instituciones democráticas de la región.
El sur del Tolima tiene un alto valor simbólico para las FARC, pues allí se dieron varios procesos históricos que llevaron al surgimiento de esta guerrilla. Allí nacieron las guerrillas liberales que dejaron las armas tras la amnistía de Rojas Pinilla en 1953, pero que volvieron a activarse cuando fue asesinado el Charro Negro, en 1962, a manos de “El Policía” (un guerrillero liberal que pasó a trabajar con el Ejército).
Ambos bandos presionaron a la población en el pasado plebiscito.
Después de este incidente, estos grupos armados empezaron su constitución como guerrilla comunista. En 1964 el grupo de Tirofijo se concentró en Marquetalia, al sur del departamento, y constituyó un espacio que se volvió referente de las llamadas “repúblicas independientes”. Por su parte, el Ejército apoyó la creación de grupos de autodefensa para enfrentar a los guerrilleros. En junio de 1964 el Ejército incursionó en estas veredas, y luego avanzó hacia Riochiquito (Cauca), El Pato (Caquetá), Guayabero (Meta) y Sumapaz (Cundinamarca), con acciones militares y civiles que buscaban eliminar la insurgencia. En el norte del departamento las guerrillas liberales se convirtieron en bandoleros. Algunos campesinos se unieron a los guerrilleros, y otros huyeron.
El conflicto en la región se mantuvo hasta el nuevo siglo. En el año 2001 los habitantes de las zonas cercanas a Gaitania (corregimiento cercano a la zona donde se ubicarán las FARC) solo podían ir hasta Las Señoritas (corregimiento en la vía hacia Ibagué) pues los paramilitares, después de verificar su procedencia, los desaparecían. En el corregimiento de Puerto Saldaña, municipio de Rioblanco, ocurrió un fenómeno similar: quienes provenían de las zonas altas donde se ubicaban los refugios de la guerrilla (como en el sector de La Herrera) acababan en manos de El Cirujano, un paramilitar cuyo apodo proviene de las técnicas bárbaras que empleaba con sus víctimas.
En esta parte del país, el Bloque Tolima de las Autodefensas castigó con sevicia a quienes fueron acusados de apoyar a los guerrilleros. Un trágico ejemplo fue el de Éder Vargas, sacristán de la inspección de Policía de La Herrera, quien fue asesinado por El Cirujano, quien narró así los hechos: "Lo maté porque tenía hermanos en la guerrilla. Lo mandé a traer, lo piqué y lo mandé en una bolsa a la familia para que entendiera que la situación era grave y que debían irse del municipio".
Pero los guerrilleros no se quedaron atrás en horrores: los días 1 y 2 de abril del año 2000 empezaron el cerco y el bombardeo de Puerto Saldaña, que terminó el 27 del mismo mes con la casi total destrucción de su casco urbano.
En una finca de la vereda San Miguel (donde se ubicará la ZVTN de Planadas) se reunió Alfonso Cano con los comandantes de la región para planear la expulsión de los paramilitares y fortalecer el corredor entre los Llanos y el Pacífico, que para la época estaba bajo el control de la guerrilla. Allí se planeó la toma del corregimiento Santiago Pérez, en el municipio de Ataco, que se efectuó el 21 de enero de 2000.
Durante la toma de Puerto Saldaña, los paramilitares se atrincheraron en el casco urbano, mientras la Policía resistía los disparos y los ataques de los cilindros bombas. Las acciones empezaron el 1 de abril, pero los guerrilleros no pudieron tomarse el corregimiento y, para el 3 de dicho mes, el Ejército ya controlaba la situación. Las FARC decidieron volver unos días después para asesinar a los presuntos colaboradores de los paramilitares. Cuando volvieron, advirtieron a la población sobre futuras acciones y pidieron “apoyo” en la consecución de medicamentos a través de los “conciliadores” o guerrilleros encargados de hacer el “movimiento de masas”. El 27 de abril reiniciaron los hostigamientos contra los paramilitares que permanecían atrincherados en el pueblo.
Mientras tanto, a otros guerrilleros del Frente 21, entre ellos el Indio Efraín, se les ordenó atacar de forma indiscriminada a los pobladores de las veredas, porque supuestamente eran auxiliadores de los paras.
Democracia en vilo
![]() Villarrica, Tolima, una de las zonas veredales. Foto: Villarrica Tolima |
Como se puede ver, en esta región hay una larga historia de ataques y contra-ataques. Y todavía hoy algunas de las fuerzas que se la jugaron por el Sí o por el No en el plebiscito siguen apelando a la coacción a través de amenazas abiertas o presiones indirectas para conseguir sus objetivos.
Por eso, en la práctica, el resultado del plebiscito revivió los temores de la guerra, pues los guerrilleros esperaban el respaldo en las zonas donde sucedería el desarme y ahora ven con cierta desconfianza a sus pobladores.
La tarea de educación para la paz no solo debería apuntar a la explicación del Acuerdo Final, sino a la construcción de confianza entre las autoridades, los ciudadanos y los desmovilizados. Se trata de propiciar escenarios de encuentro. La pregunta es, entonces: ¿cómo construir instituciones democráticas en este escenario donde abunda la desconfianza?
Es cierto que algunos campesinos han construido relaciones de confianza con las FARC, ya sea porque sus familiares están en sus filas o porque sufrieron las acciones de los paramilitares. Pero también es cierto que muchos soportaron el señalamiento de los guerrilleros y que se pueden encontrar casos de relaciones cercanas de pobladores con paramilitares. En el sur del Tolima hoy conviven los “amigos” de unos y de otros y, entre ellos, los muchos que no se involucraron con ningún bando.
En algunos casos se han superado las heridas de la guerra, pero en otros sobrevive el miedo soterrado. Así que no se trata solo de un problema político sobre el uso de recursos indebidos durante la campaña electoral; se trata de un asunto de vida cotidiana, de la posibilidad de confiar y convivir con el vecino.
En esta región hay una larga historia de ataques y contra-ataques.
Las zonas veredales pueden contribuir a la construcción de relaciones de confianza entre las FARC (ya desmovilizadas) y los pobladores siempre y cuando las autoridades operen democráticamente, es decir, si garantizan a los amigos y a los enemigos la vida, la honra y la participación social.
También es urgente que los programas y proyectos prometidos a esta región se desarrollen partiendo de las dinámicas locales y recojan la amplia experiencia de supervivencia de sus veredas. El futuro político en la región debe superar las relaciones clientelistas tradicionales y crear nuevos escenarios de interacción entre los municipios, el departamento y la nación. De otro modo, la firma del Acuerdo de paz no hará ninguna diferencia.
El impulso a las instituciones democráticas exige construir nuevas relaciones con las personas que se desmovilizarán, con las que ya se desmovilizaron y con las que no se involucraron directamente. Nada justifica la presión armada ni las amenazas contra los activistas y líderes, provengan de donde provengan.
El posconflicto implica una agenda cultural, política, productiva y social orientada al respeto por la vida, al respeto por el agua, al reconocimiento de las capacidades locales y al diseño de estrategias de mercadeo y de producción para el cacao, los frutales y el café. Y el sur del Tolima cuenta con organizaciones capaces de producir café de excepcional calidad.
Hay que enfrentar las memorias del miedo con la construcción de espacios de esperanza. Se lo debemos a las miles de víctimas que abandonaron la región y a sus descendientes. Nos lo debemos como país.
*Razón Pública agradece el auspicio de la Universidad de Ibagué. Las opiniones expresadas son responsabilidad del autor.
**Antropólogo, magister en Ciencia Política, profesor de la Universidad de Ibagué