Detrás de un personaje que parece gracioso y que ahora es debatido se esconde una dolencia social que es penetrante, sutil, y sumamente dañina. Por qué el Soldado Mikolta es un serio enemigo de la paz.
Ana María Ferreira*
Ya paso er tiempo
re loj eclavos
somo hoy tan libre
como lo branco.
“Serenata”
Candelario Obeso
Ser negro en Colombia
Mucha gente supone ingenuamente que Colombia no es una sociedad racista porque somos mestizos, y está creencia está tan arraigada que los chistes sobre personas negras se ven como algo normal y, de hecho, como algo muy gracioso. Son comunes los gracejos sobre las características físicas o la manera de ser de los afrodescendientes, y estos chistes o expresiones suelen describirlos como si fueran iguales entre sí: todos son perezosos y todos son tontos.
Pero debajo de los chistes, el racismo es una realidad apabullante en nuestro medio: para los afrodescendientes es más difícil coger un taxi, entrar a un bar de moda o ingresar a una universidad. Y en nuestras calles los negros son objeto de requisas policiales con más frecuencia que los demás ciudadanos.
El blackface
En estos días la actitud anterior fue puesta en tela de juicio a propósito de un personaje del humorista Roberto Lozano: el Soldado Micolta. Este soldado es un afrocolombiano que habla con marcado acento del Pacífico y es obviamente medio perezoso y medio tonto. Debido a la controversia, Lozano tomó una decisión medio tibia: dejará de pintarle la cara negra a su personaje más famoso. Esta decisión no se debe a un cambio en su manera de pensar sino a la presión del colectivo Chao Racismo y otros sectores de la sociedad.
Con el fin de subrayar el origen étnico de su personaje, Lozano pinta su cara y su cuerpo de color negro – un recurso conocido en Estados Unido como el “blackface” (“cara negra”), que resulta ser uno de sus rasgos más ofensivos para los afroamericanos. Lozano podría argumentar ignorancia, pues en Colombia no tuvimos esta práctica, pero la ignorancia no puede ser una excusa: el blackface se usó durante mucho tiempo como un modo de burlarse de las personas negras. En Estados Unidos y en muchas otras sociedades racistas, los personajes negros eran ridiculizados casi exactamente de la misma manera que el Soldado Micolta. Pero la práctica del blackface fue vetada hace ya mucho tiempo en todo el mundo porque se reconoce de manera explícita que ella es una de las múltiples formas del racismo.
Del humor a la exclusión
Los medios de comunicación masiva y en apariencia también la mayoría de los colombianos se enfurecen si un programa de televisión chileno, una periodista española, un locutor argentino o un político norteamericano hacen un chiste sobre los colombianos, si algún extranjero hace un comentario humorístico sobre nuestra relación con las drogas o sobre las mujeres colombianas.
La pregunta por supuesto es por qué estos mismos medios de comunicación o estas mismas personas no se indignan cuando alguien se burla de los gays, de los pastusos, de los negros, o de las personas con Síndrome de Down.
Este es un humor perezoso, tonto y especialmente innecesario.
Por supuesto que no intento hacer la apología de lo políticamente correcto. El humor es casi necesariamente irrespetuoso y puede incluso ser grotesco, vulgar o corrosivo. Pero no hay mérito en burlarse de alguien por el color de su piel, por su filiación religiosa o por su preferencia sexual. De hecho este es un humor perezoso, tonto y especialmente innecesario.
El humor es un arma poderosa. La caricatura, la burla, los chistes, la parodia, no son sólo catárticas y liberadoras, sino que son necesarias, casi obligatorias cuando se intenta expresar la alegría y la libertad. Buenos ejemplos de este humor pueden ser “Tola y Maruja”, los personajes inventados por Carlos Mario Gallego (Tola) y Sergio Valencia (Maruja). Tola y Maruja (desde el 2008 Luis Alberto Rojas es quien representa a Maruja), son dos hombres disfrazados toscamente de mujeres, pero sus chistes no buscan burlarse de las mujeres o de las comunidad transgénero. De hecho, ellos utilizan el humor y el disfraz como una herramienta para criticar y reflexionar inteligentemente sobre la política en Colombia. Por oposición al personaje de Lozano, Tola y Maruja utilizan el humor como una expresión de su agudeza.
En una sociedad como la nuestra donde las cosas más disparatadas hace parte de la realidad y donde la violencia es parte de la vida cotidiana, el humor puede ser un recurso especialmente eficaz para enfrentar y para transformar aquella realidad. Pero la mera frivolidad de la risa, como en el caso de Lozano, el afán inmediatista y superficial, no pueden ser excusas para humillar o denigrar a algunos de los miembros la sociedad colombiana.
Candelario Obeso
![]() El poeta momposino Candelario Obeso. Foto: Biblioteca del Banco de la República |
El poeta, quien fue también un talentoso traductor, escribió parte de su obra desde Bogotá donde vivió -al igual que muchos colombianos negros hoy en día- los prejuicios de esta sociedad. Cuenta por ejemplo su biógrafo Vicente Caraballo que el futuro presidente liberal Francisco Javier Zaldúa, a quien Obeso no conocía, le hizo un comentario racista mientras caminaba por la Plaza de Bolívar. Al comentario Obeso respondió: “¿Soy un macho negro? / ¡Pues de ello me alegro! / Soy negro y soy macho, /como dice usted. / Y siempre prefierser un macho negro a ser un burro blanco / como su merced”.Uno de mis poetas colombianos favoritos, el momposino Candelario Obeso (1849-1884) conocía muy bien el poder del humor. En muchos de sus poemas, Obeso se burla de la anquilosada poesía colombiana y de las asfixiantes reglas de la gramática, y escribe casi copiando el habla de los bogas negros del Magdalena: “-Negra re mi vira / A ronde va?/ Quérate en mi rancho / No te queje má; / Mira que me aflige / Tu infelicirá… / Oye mis arrullo / Palomita ama!“ (Cuento a mi ejposa).
En uno de sus poemas más famosos, “Canción del boga ausente”, Obeso hace uno de los mejores chistes de la literatura colombiana al dedicarle su poema -lleno de palabras que no están en el diccionario- a “Los señores Rufino Cuervo y Miguel Antonio Caro” máximas autoridades de la corrección del lenguaje. Candelario Obeso como un hombre inteligente, como un poeta negro, utiliza el humor como una reflexión.
Incapaces de entender
Lo paradójico del racismo, precisamente en un país como Colombia, es que pocas personas pueden definirse como blancas, de modo que el racismo no es solo un resultado de la ignorancia y el prejuicio, sino además una forma de negar la propia identidad. Incluso muchas veces el racismo pone de presente la incomodidad de ser quienes somos, la ingenua pretensión de querer ser más norteamericanos, más europeos, en últimas más blancos.
Esta incapacidad de entender el problema tiene todo que ver con el problema
Dentro de esa misma lógica, mucha gente se ha expresado en favor de mantener el personaje del Soldado Micolta, y el propio Lozano se ha mostrado sorprendido por la reacción de algunas personas negras. Esta incapacidad de entender el problema tiene todo que ver con el problema: el Soldado Micolta en sí mismo no es el quid de la cuestión, es solo su reflejo; el problema real es el racismo y la discriminación, es la incapacidad de ver la realidad por fuera de nuestra única y limitada perspectiva.
Tanto Lozano como sus fans piensan que el personaje no es racista, pero muestran su ceguera cuando se niegan a reconocer la opinión de las personas negras que se sienten ofendidas. Es una lógica perversa, encerrada en sí misma o basada en el supuesto de que si yo no considero que algo sea ofensivo, entonces no lo es para ninguna otra persona. El problema tiene que ver también con nuestra incapacidad de empatía: es hora de entender que el personaje medio perezoso y medio tonto de esta historia no es el Soldado Micolta, sino el propio Roberto Lozano y sus fans.
Otra forma de violencia
Colombia es un país donde la violencia está tan generalizada, que muchos actos de agresión son pasados por alto. Debido a la normalidad de la violencia en nuestras relaciones cotidianas, ya no sabemos diferenciar entre el humor y la agresión. Hay muchas formas de violencia simbólica y nuestra sociedad las ha venido normalizado poco a poco; están presentes en nuestro lenguaje, en la forma como hacemos fila, como celebramos un partido de fútbol, como conducimos un carro o como nos comportamos en Transmilenio.
Estamos en un momento decisivo de la historia nacional, estamos cerca de un acuerdo que puede poner fin a la guerra en Colombia. Podemos empezar a soñar en una sociedad que se sacude de años y años de violencia, pero la paz no son los soldados de ambos bandos, no son solo los políticos y las firmas. La paz va a ser un trabajo de todos porque tiene que pasar por desarmar el lenguaje, por las escuelas que forman a los ciudadanos del mañana. La paz será dejar atrás el racismo y la exclusión. Para la paz tendremos que pensar en los otros, necesitamos el esfuerzo de comprender que si una situación es denigrante para un miembro de nuestra sociedad debe ser un problema de todos.
* Doctora en Literatura y Estudios Culturales de la Universidad de Georgetown. Es profesora en la Universidad de Indianápolis, donde enseña e investiga sobre América Latina. anaferreira1810@gmail.com
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