¿De qué trata el libro menos comentado y leído de Gabriel García Márquez? ¿Por qué no ha habido un editor que se atreva a volverlo a lanzar, ni siquiera después de la muerte del nobel? Análisis de la obra más desconocida de nuestro autor más conocido.
Darío Rodríguez*
Casi inédito
El secuestro es el único libro de Gabriel García Márquez que no ha sido reeditado después de la muerte del nobel. Quizás ningún editor de nuestros días, por lo menos en español, se arriesgue a perder su plata y su reputación pagando costosísimos derechos y volviéndolo a poner en librerías.
Es seguro que el libro crearía malestares y no pocas incomodidades, pues entre los ya provocadores y atrevidos textos literarios del premio nobel, este guion cinematográfico es una especie de flor panfletaria, una descarnada declaración de principios y un relato bélico convencional que no deja tranquilo a quien lo lee.
Después de una primera edición nicaragüense del guion que se tituló, por obvias razones, Viva Sandino, la primera edición colombiana de El secuestro data de enero de 1984 y fue coordinada por el polémico editor José Vicente Kataraín (otrora amigo de García Márquez, y quien llegó a publicar hasta dos millones de libros del nobel), cabeza de la editorial Oveja Negra.
Todavía pueden hallarse ejemplares del libro en puestos callejeros, librerías de viejo y en bibliotecas. Pero, que se sepa, García Márquez conservó hasta su muerte un silencio sepulcral en torno a este texto y nunca se realizó la película para la cual estaba destinado.
El más impopular de los escritos de García Márquez recrea la ocupación armada y la retención de un grupo de dirigentes por parte de los guerrilleros pertenecientes a la columna Juan José Quezada del Frente Sandinista de Liberación Nacional en la Nicaragua del dictador Anastasio Somoza.
El guion muestra hasta en su más mínimo detalle la preparación clandestina de los subversivos (manejo de armas, plan de ataque) narrada por un expresidiario político. A veces, debido al intenso y vívido ordenamiento de las escenas y escaletas, en la imaginación del lector queda la impresión de estar siguiendo menos un film que un documental.
El débil punto de quiebre de la acción exhibe las difíciles negociaciones entre los secuestradores y el gobierno (petición de cinco millones de dólares y un avión a Cuba, negativas del risible nuncio apostólico a quien el jefe de la operación llama “novio de Somoza”) hasta el desenlace, victorioso, en que los miembros de la guerrilla sandinista consiguen todo lo que se proponen y llegan al aeropuerto acompañados por una multitud de nicaragüenses agradecidos.
García Márquez panfletario
![]() Celebración del décimo aniversario de la revolución nicaragüense en Managua, en 1989. Foto: Wikimedia Commons |
Debido al ortodoxo modo de hablar de los guerrilleros y a la deliberada torpeza de sus víctimas, el manuscrito se convierte en una involuntaria cátedra socialista donde se les enseña a los espectadores que la única manera de eliminar las grandes desigualdades en una nación sometida y pauperizada es el uso de la fuerza, la presión de las armas y las vías de hecho.
Un lector contemporáneo del guion no podría dar crédito a la estampa mesiánica y heroica de los guerrilleros.
Los retenidos, por ejemplo, son personas privilegiadas por el dictador del país que escuchan atentas las razones de sus secuestradores, no solo para salvar sus vidas sino como alumnos prestos a que les develen la verdadera situación de su propio país.
Es posible que el interés de García Márquez al escribir esta maniquea historia haya sido dar cuenta de cómo se vivía en Nicaragua antes del triunfo del sandinismo a finales de los años setenta, y de cómo todavía se tenía esperanza en los levantamientos armados como solución a los problemas políticos y económicos.
De hecho, la escritura del guion coincide con la época de más fiero proselitismo político del autor, quien prometió no volver a escribir hasta que cayera Augusto Pinochet en Chile, contribuyó a fundar la célebre revista Alternativa y tuvo que irse de Colombia porque su existencia y la de su familia corrían riesgo.
La persona que escribió El secuestro era un famoso novelista con sus convicciones izquierda aún muy claras y con el afán de respaldar eso que hace muchos años se denominó “la revolución latinoamericana”. Ese escritor aún no había recibido el Premio Nobel de literatura y estaba muy lejos de transformarse en el íntimo amigo de jefes de Estado que sería después del galardón. Es comprensible, por tanto, que el guion sea tan propagandístico y pontifical.
Asimismo se entiende por qué no ha sido editado de nuevo. El secuestro, al igual que un par de compilaciones periodísticas escritas por García Márquez y del mismo tenor (Periodismo militante y Operación Carlota) toca sin anestesia una realidad que hemos aprendido a releer tras los bajones y ascensos de la guerra de guerrillas en nuestros países, especialmente en Colombia.
Un lector contemporáneo del guion no podría dar crédito a la estampa mesiánica y heroica de los guerrilleros. Del mismo modo, quedaría insatisfecho por las características endebles y sin solidez existencial con las cuales se presentan a las víctimas: opresores oligarcas vencidos en su conformación de personajes por el mero estereotipo. Poner a circular otra vez este volumen sería semejante a exhibir y a tratar de vender algo que no es aceptado hoy, una apología escrita de la lucha armada, un panfleto.
La pelea es peleando
Por estos días la concepción idealizada de las militancias, en particular de la militancia de izquierda, se hace patente dentro del universo del internet. No es raro ver que ahora pululan muchos “guerrilleros de cafetería”, simpatizantes del socialismo que no se enlistan en marchas ni movilizaciones, ni mucho menos en el monte, y que viven inmersos dentro de las lógicas citadinas del consumo, las oficinas o los cargos públicos.
Una gran mayoría de estas personas asumen automáticamente y de modo acrítico la indignación en Twitter, Facebook e Instagram, y se declaran continuadoras de las causas socialistas, comunistas o maoístas, pero solo desde una de sus aristas más inocentes: el respaldo ideológico mediante el teléfono y el teclado del computador personal.
La lectura de El secuestro podría recordarles a unos e informarles a otros que las revoluciones han costado cruentos sacrificios y que llevarlas a cabo implica importantes derramamientos de sangre e injusticias de todo orden. No fue con tuits como se forjaron las repúblicas socialistas que en el mundo han sido. El camino de las armas era prioritario al momento de imponer estos discursos, y tenía que pagarse un alto precio para llegar al poder.
Siguiendo esta óptica, el caso colombiano es menos sui generis de lo que parece porque las guerrillas nacionales han seguido desde sus orígenes patrones muy específicos en lo de continuar la guerra. Justamente, las consecuencias de los actuales diálogos de paz en La Habana son, en algunos casos, imprevisibles por escalofriantes.
Las ilusiones salvadoras de los grupos negociadores, el gobierno colombiano y las FARC, no distan demasiado de los aires todopoderosos pintados en el libro fílmico de García Márquez.
El libreto de la revolución
![]() El Presidente nicaragüense Daniel Ortega. Foto: Wikimedia Commons |
El secuestro debería ser cotejado como documento histórico, de manera que los lectores noten con cuánta astucia (y saña) guerrera se lograban los objetivos políticos en ese momento. Al mismo tiempo, el libro es una lección sobre cómo solucionar conflictos sin recurrir a las balas.
Pero tal vez lo más insólito de la historia que rodea a El secuestro es algo sencillo y al mismo tiempo desconcertante: todos los eventos narrados sucedieron en la vida real. El asalto guerrillero narrado en él es uno de los pilares de la historia guerrillera en Nicaragua y se celebra en ese país como un día memorable.
Los guerrilleros del Juan José Quezada aparecen en el guion con sus nombres reales y muchas de las situaciones establecidas para la película fueron relatadas por los propios secuestradores al escritor colombiano durante su permanencia en La Habana.
La literatura sirve, entre otras muchas cosas, como garante del debate público acerca de temas reales. Por eso el gran aporte de El secuestro, tras tantos años de haber sido publicado, es indirecto aunque muy valioso. En una situación de guerra y de repartos de poder los avances no lo justifican todo, y ni siquiera el poder mismo es una justificación.
Todos los eventos narrados sucedieron en la vida real.
Qué difícil era para aquellos héroes rebeldes vaticinar las mutaciones que experimentaría el sandinismo y con él los esfuerzos revolucionarios en toda Suramérica. Por ejemplo, el presidente Daniel Ortega – a quien se menciona en el guion – parece querer morir de viejo sobre la silla presidencial y la propia Nicaragua desde lejos se ve oprimida por algunos de los vicios del pasado.
En otras palabras, lo de siempre: un denodado trabajo bélico y militar que no supo capitalizarse en una sana administración del poder conquistado, que liberó a su patria entre golpes espectaculares pero no tuvo más remedio, desde el poder mismo, que convertirse en otro yugo del pueblo que dice defender y proteger.
Lo mismo podría decirse de muchas naciones suramericanas, africanas u orientales. La verdad del guerrero se desvirtúa cuando llega al poder. Quizá ese es otro de los costos de las revoluciones.
* Escritor y editor. Columnista de www.cartelurbano.com
@etinEspartaego