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El Museo Nacional del futuro

Escrito por 1r1cx
Nueva sala del museo nacional

Nueva sala del museo nacional

Catalina Ruiz DíazEl Museo Nacional de Colombia se renueva y quiere presentar una nueva e incluyente visión del país en su sala Memoria y Nación. ¿Alcanzan sus impresionantes logros museográficos para representar la nación colombiana en toda su complejidad?

Catalina Ruiz Díaz*

La idea del museo

Durante la segunda mitad del siglo XX los museos y galerías de Occidente optaron por una museografía de paredes blancas y pocas piezas que indujera al visitante a una silenciosa contemplación reverencial. Los guiones cronológicos, o en los que la colección se pudiera enlazar con la sacra historia del arte, se correspondían con la norma de “no tocar” y con la idea del museo como espacio para la alta cultura. Por fortuna, el efecto de la “nueva museología” y la proliferación de museos de arte contemporáneo están revaluando el camino del cubo blanco y la curaduría lineal.

Museos como el MOMA, la Tate Modern, y otros tantos en Europa y Estados Unidos, se han convertido en referentes de las nuevas prácticas expositivas, apostándole a presentar su colección permanente a través de distribuciones estético-temáticas y proponiendo correspondencias visuales entre piezas de diferente origen.

La voz de lo multicutural puede sonar estridente y confusa mientras se afina.

En América Latina, las iniciativas de museos estatales están haciendo a su vez versiones propias de museografías interactivas y guiones temáticos, impelidas al cambio por la redefinición de los estados (pluriétnicos, plurinacionales). Mientras Ecuador y Bolivia empiezan a plantearse el modo de representar su identidad nacional, Chile acaba de reinaugurar su Museo de Historia Natural y desde 2013 se plantea la renovación del Museo Histórico Nacional.

Sala de Grupos Sedentarios y Prehispánicos, una de las pocas salas que conserva la curaduría de 1989.
Sala de Grupos Sedentarios y Prehispánicos, una de las pocas salas que conserva la
curaduría de 1989.
Foto: Museo Nacional de Colombia

Museo y nación

En nuestro país, el Museo Nacional de Colombia trabaja desde 1999 en la renovación de sus guiones. La sala Memoria y nación, que acaba de abrirse, promete ser una síntesis de lo que será el resultado final de tan larga espera ¿Estamos a las puertas del Museo Nacional del futuro? ¿Encontraremos allí herramientas que ayuden a desentrañar nuestra idea de nación? Y, lo que es más importante, ¿se logrará con la renovación que la colección presente, decimonónica y blanca, les hable a los nuevos colombianos de su identidad plural y de su cultura popular?

El guion anterior, el que se quiere renovar, proviene de la curaduría de Beatriz González en 1989. En él se resaltaba el papel de científicos, escritores y artistas, y mostraba los hechos más relevantes de la historia política colombiana hasta 1948. La narración cronológica comenzaba en el primer piso con los hallazgos arqueológicos más antiguos, una presentación de los grupos indígenas que habitaron el territorio, y la reseña de la llegada de los españoles.

En el segundo piso, el período colonial, independentista, y la galería de próceres del convulso siglo XIX presentaban una nación cuyos padres: Francisco de Paula Santander, Simón Bolívar y Antonio Nariño, tenían sala y cultos propios. Y para terminar, el tercer piso concluía con “el Bogotazo” y una generosa muestra de arte académico y “moderno”.

El modo cronológico favorecería la necesidad de un criterio unificador para mostrar las colecciones de arte, historia y arqueología como un todo. Los grandes hitos de la historiografía colombiana estaban contemplados y el museo seguía los lineamientos de la vanguardia académica del momento.

Sin embargo, la firma de la Constitución política de 1991 redefinió las claves de la identidad nacional, y una nueva noción “pluriétnica y multicultural” cambió la forma de ver administrativamente el territorio. Se acabaron las intendencias, comisarías y también la idea de que los indígenas eran habitantes del pasado.

La voz de lo multicutural puede sonar estridente y confusa mientras se afina.

El Museo Nacional organizó entonces el simposio internacional “Museo, memoria y nación” en noviembre de 1999, en el que expertos nacionales e internacionales aportaron sus reflexiones con el fin de “alimentar la estrategia de renovación del museo filosófica y políticamente”. También se plantearon las “Bases para el Museo Nacional del futuro”, consignadas en el “Plan estratégico 2001-2010” y adicionalmente, entre 2000 y 2003 se realizaron consultas nacionales que indagaban por los acontecimientos, personajes y objetos que el público quería ver representado en su museo.

Los encuestados y grupos focales arrojaron interesantes y novedosos resultados. Se propuso incluir el conflicto interno, la cultura popular, el origen de ciertas fiestas patrias, desastres naturales, así como la participación de Colombia en eventos deportivos y los aportes de las regiones a la historia del arte.

Fue por esta época que surgió el debate de la toalla de Manuel Marulanda, y la opinión pública, agitada por el objeto, popularizó en prensa y radio inquietudes sobre el patrimonio, el museo y la nación. En favor o en contra, los colombianos despertaron su sentimiento de pertenencia patrimonial y lo hicieron parte de sus charlas cotidianas. Se cuestionaron las razones por las que un colombiano merecía hacer parte de la narrativa del museo, se enarbolaron posturas éticas y por supuesto políticas, y se planteó la cuestión de si el museo debía coleccionar fragmentos de presente para la historia futura, o solo valorar (como anticuario en el sentido nieztcheano) el pasado conocido.

Sala Nuevo Reino de Granada en el Museo Nacional.
Sala Nuevo Reino de Granada en el Museo Nacional.
Foto: Guillermo Vasquez 

Un nuevo museo

La toalla finalmente no se hizo pieza, pero las salas permanentes empezaron a experimentar cambios y la curaduría de Cristina Lleras trajo consigo una nueva etapa conceptual. Se abrieron exposiciones temporales sobre telenovelas, fútbol, rock, religiosidad afrocolombiana, se sacaron a la luz las piezas del Palacio de Justicia y se desacralizó la imagen de Bolívar y Santander al permitir la intervención artística de Nelson Fory, quien les puso sendas pelucas afro.

Por último, se cambió la sala Primeros modernos por Modernidades y se extendió su cronología. Esta vez, al igual que en 1989, el Museo seguía lineamientos de la vanguardia académica, de los estudios culturales, de historia del arte y de las corrientes de la subalteridad.

En 2011, todas estas acciones desencadenaron otro debate sobre el deber ser del Museo Nacional. Lastimosamente, la Revista Arcadia lo presentó como un conflicto personal entre las dos curadoras cuando la coyuntura mostraba otra cosa: que la renovación del Museo Nacional a través de la experimentación (afortunada y desafortunada) ya estaba sucediendo, y que la voz de lo multicutural puede sonar estridente y confusa mientras se afina.

Ese mismo año se inició un nuevo capítulo para la historia de la renovación del Museo: se dividió en dos la que antes fuera Curaduría de Arte e Historia y, por invitación de la ministra de Cultura, Mariana Garcés, y de la entonces directora del Museo, María Victoria de Robayo, se conformó un nuevo equipo interdisciplinario de expertos para asesorar el rediseño de los guiones y el montaje museográfico.

La sala Memoria y nación, que está abierta al público, es la primera entrega de esta nueva estructura institucional y un abrebocas de lo que veremos en los años sucesivos. Recorrerla genera una mezcla de emoción y desconsuelo. Conmueve el bordado de las mujeres de Mampuján al lado del cuaderno de campaña de Peregrino Rivera, lo que muestra la constante de la guerra. Emociona la imprenta de Nariño, luminosa después de su restauración y engalanada con una explicación formidable de su uso. Enternece el árbol de Abel Rodríguez y su ficha elaborada especialmente.

Pero, por otro lado, están la pila de fotografías que se suceden una tras otra sin autor visible ni título, anónimas y en fila, queriendo decir sin poder decir nada, así como el muro de la diversidad, suma de imágenes de minorías históricas.

En ella se pueden ver piezas fabulosas y un despliegue tecnológico que, sin embargo, carecen de un discurso contundente. Aunque existen relaciones entre algunas piezas, no se puede recoger un mensaje completo o, mejor dicho, no es inteligible la intención. Las piezas y su museografía no desarrollan el tema de la sala (memoria y nación) y parecieran decir más bien: “un poco de esto y otro poco de aquello”.

Tras dieciséis años de cuestionamientos, documentos, políticas, debates y una sucesión de expertos y curadoras, se esperaría que el Museo ya hubiera subsanado los embates de la representación y pudiera mostrar en sus salas una postura madura y lograda. Sin embargo, el Museo del futuro, tal y como nos promete su primera sala, será un espacio para la contemplación y el disfrute, pero difícilmente la construcción de identidad nacional.

 

* Investigadora en historia y museología. Consultora independiente. Escritora de libros para niños. catalinadiazr@gmail.com

 

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