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El mundo sigue de espaldas al cambio climático

Escrito por Rafael Colmenares

Rafael Colmenares

Pese a desastres cada vez peores y a la creciente evidencia científica, las potencias y las “economías emergentes” no hacen nada para revertir el calentamiento global.  Balance de la última reunión mundial sobre el tema que – de modo diciente- pasó de agache.   

Rafael Colmenares*

Noticias desalentadoras

La semana pasada se llevó cabo días en Varsovia la XIX Conferencia de las Partes (COP 19) de la Convención de Cambio Climático. La reunión tuvo poca difusión en los medios de comunicación internacionales y casi ninguna en los nacionales. Esta falta de atención es desconcertante pues se trata de una reunión de la mayor importancia para el planeta si tenemos en cuenta que el cambio climático es el reto más complejo que enfrenta la especie humana en este momento.

Luego del estruendoso fracaso de la Cumbre de Copenhague en diciembre de 2009, ha sido evidente que las siguientes reuniones han despertado menores expectativas. Sin embargo, los hechos ambientales son tozudos: las inundaciones, huracanes y tifones, “niños” y “niñas”, cada vez más frecuentes e intensos, impiden que la comunidad internacional acuda tan fácilmente al recurso del “manto del olvido”.

La excepción fue, sin embargo, la participación del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, quien abogó por la solidaridad entre las ciudades y publicitó su Plan de Desarrollo y su modificación del Plan de Ordenamiento Territorial, que toman en cuenta el cambio climático. 

Sin embargo, las noticias que llegaron de la COP 19 no son alentadoras. Si bien en su inauguración las emotivas palabras del jefe de la delegación de Filipinas, Yeb Saño, llegaron a conmover a los participantes cuando señaló que la intensidad del tifón Haiyan, que azotó recientemente a su país y provocó más de diez mil muertes, tenía relación con el cambio climático, en los días subsiguientes la actitud de los demás delegados pareció ser contraria a su dramático llamado a una acción urgente.

En efecto, Japón diluyó las esperanzas al hacer pública la renuncia a su anteriores planes (reducir en un 25 por ciento sus emisiones en el 2020 respecto a 1990). Por el contrario, su delegado anunció que la nueva meta es aumentar sus emisiones en un 3 por ciento. Su argumento es que el desastre de Fukushima los ha obligado a depender más del carbón y el gas natural.

El propio país anfitrión, Polonia, es un decidido partidario del modelo energético que produce alrededor del 90 por ciento de su electricidad a partir del carbón y está entre las naciones de la Unión Europea más reacias a aplicar recortes en las emisiones de gases de efecto invernadero más allá de 2020. “La cumbre puede desarrollar señales claras de que el carbón es un componente importante de la política climática”, declaró el viceprimer ministro polaco Janusz Piechociski.

Es evidente que no son los países y las regiones pobres del mundo las que más contaminan la atmósfera, sino los centros del poder económico, político y militar, así como las regiones del “tercer mundo” vinculadas a la globalización neoliberal como economías emergentes.

El “clima” de la reunión, poco propicio para avanzar en acuerdos de reducción de emisiones que se concreten en Paris 2015, llevó al retiro de las delegaciones de importantes ONG como Greenpeace y Amigos de la Tierra. El propio Ban Ki Moon, secretario general de la ONU, señaló: "Estoy muy preocupado, pues nuestras acciones son todavía insuficientes para limitar el alza de la temperatura global bajo los 2° centígrados con relación a los niveles pre-industriales". Casi simultáneamente el Grupo de los 77 cuyo portavoz es Bolivia se retiró de la reunión por la poca importancia otorgada a su propuesta de crear un mecanismo que compense las “pérdidas y daños” ocasionados por el cambio climático a los países más pobres y más vulnerables al fenómeno.

Japón falló en su meta de reducción de agentes
contaminantes, en parte por su retorno a la energía
fósil a raíz del desastre en Fukushima.
Foto: M1K3Y

Santos, Petro

Por su parte, la participación colombiana fue lánguida, y solo alcanzó a anunciar un apoyo financiero de 20 millones de dólares para mitigar los efectos del fenómeno, provenientes del mecanismo denominado “Acciones de mitigación nacionalmente apropiadas” –NAMAS Facility-, una política internacional que se centra en la consecución de recursos sin proponer acciones efectivas. Por el contrario, el país se ha plegado a las evasivas posiciones norteamericanas, como ocurrió en Copenhague hace cuatro años.

La excepción fue, sin embargo, la participación del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, quien abogó por la solidaridad entre las ciudades y publicitó su Plan de Desarrollo y su modificación del Plan de Ordenamiento Territorial, que toman en cuenta el cambio climático. Estas promesas esperan las medidas que puedan concretarlas.

Evidencias innegables

Si bien este fue el balance de la cita de Varsovia, el entorno real es más apremiante. En septiembre se conoció la primera parte de la trilogía que compone el V Informe del Panel Internacional de Cambio Climático – IPCC – el cual ya no deja dudas sobre la gravedad del fenómeno del cambio climático.

La certidumbre sobre la existencia del mismo ascendió del 90 por ciento al 95 por ciento con relación al anterior informe. Igualmente, se afianzó la certeza de que este se debe a la “actividad humana”, sin precisar que dicha actividad corresponde al sistema productivo que ha dominado la organización social y política en los últimos dos siglos y que hace del mercado y la ganancia el eje y fin de su actividad.

Es evidente que no son los países y las regiones pobres del mundo las que más contaminan la atmósfera, sino los centros del poder económico, político y militar, así como las regiones del “tercer mundo” vinculadas a la globalización neoliberal como economías emergentes.

Nuestro cada vez más poderoso vecino, Brasil, se convertirá en el sexto productor mundial explotando sus ricos yacimientos petrolíferos submarinos.

El mencionado informe advierte igualmente que sobrepasar los dos grados en el aumento de la temperatura desde 1992 hasta el final del presente siglo sería catastrófico. Queda poco tiempo para reducir drásticamente las emisiones, condición necesaria pero no suficiente para garantizar una vida digna –o siquiera la supervivencia- a las generaciones futuras.

Respuestas insuficientes

Si bien el conocimiento de la gravedad del fenómeno ha aumentado a nivel mundial y nacional, ello no se corresponde con su comprensión cabal. En Colombia, por ejemplo, el problema climático ha servido para justificar la inacción del Estado, que lo ha asumido en ocasiones como una fatalidad: recordemos la imprecación contra la “maldita niña” a propósito de las inundaciones que se atravesaron en el delirio santista de la prosperidad.

También recientemente el expediente de negar el cambio climático ha servido para sustentar la no aprobación de la modificación excepcional del POT propuesto por el alcalde Petro, esta vez apoyándose en opiniones del profesor Behrentz de la Universidad de los Andes, quien en su columna de El Tiempo expresó dudas sobre la realidad del mencionado cambio y sus efectos.

En otras latitudes, la incomprensión de la magnitud y complejidad del asunto conforma una situación paradójica. Por los mismos días en que se conocía el alarmante informe del IPCC, el lobby energético de los combustibles fósiles adelantaba gestiones ante el Parlamento europeo para que retirara el apoyo a las energías renovables.

Entre tanto, el 12 de noviembre la Agencia Internacional de Energía publicó en Londres el informe Perspectivas para la energía mundial, en el que indica que la demanda de energía crecerá un tercio hasta el año 2035, por la expansión del consumo de China, India y Medio Oriente.

Igualmente, nuestro cada vez más poderoso vecino, Brasil, se convertirá en el sexto productor mundial explotando sus ricos yacimientos petrolíferos submarinos. Sin embargo, conociendo los rampantes casos de impunidad frente a los desastres ecológicos, como el que recientemente eximió a los responsables el derrame de petróleo del Prestige frente a las costas cantábricas (desastre solo superado por la explosión de la plataforma Deep Blue, en el Golfo de México), cabe preguntarse: ¿saldrán indemnes las legendarias playas de Ipanema del salto del Brasil a la megaprosperidad?

Tiene razón Ferrán P. Vilar cuando señalaba que estamos frente a un tema maldito y explica:

¨Es maldito por las limitaciones físicas, atávicas, psicológicas y culturales que nos impiden, no tanto la comprensión de sus mecanismos, sino la propia percepción del problema. Es maldito por la gran cantidad de malentendidos que residen incluso en personas con cierto conocimiento de los orígenes, dinámica y eventuales respuestas a la cuestión. Es maldito porque las únicas respuestas con alguna verosimilitud de eficacia significan un cambio tan sustancial en el status quo que requerirían, previamente, incluso una reconsideración de los valores fundacionales de nuestra civilización”.

La cumbre se caracterizó por el fracaso para llegar
a consensos con varios países.
Foto: Climate Change, Agriculture and Food Security

¿Hay esperanza?

La pregunta es ineludible y la respuesta incierta. Según Naomi Klein, en un importante artículo denominado “¿Por qué necesitamos una eco – revolución?”, la esperanza está en los movimientos sociales de resistencia y en el activismo proveniente de los grupos científicos.

Por ejemplo, la Coalición Clima, integrada por Greenpeace, Amigos de la Tierra, Ecologistas en Acción y Científicos por el Medio Ambiente, entre otros, ha presentado varias de sus exigencias en Varsovia, diciendo que “se deben incrementar inmediatamente los compromisos pre-2020 de los países desarrollados y establecer un calendario para asegurar que los compromisos que se incluyan en el acuerdo de 2015 (compromisos a 2030) serán suficientemente ambiciosos”.

A su vez, la presión de los grupos científicos y las organizaciones ambientalistas ha obligado a los gobiernos a extender la vigencia del Protocolo de Kyoto hasta 2020 y a asumir el compromiso de intentar un acuerdo definitivo que involucre a todos los países en la conferencia que se proyecta celebrar en Paris en 2015.

Sin embargo, aunque el acuerdo alcanzado en Durban en 2011 para extender el Protocolo de Kyoto hasta 2020 representó un alivio, pues es el único instrumento vinculante para la reducción de emisiones, se sabe que varios de los países que más gases de efecto invernadero emiten se han salido del mismo, entre ellos Rusia y Canadá. Además, Estados Unidos no suscribió la Convención de Cambio Climático ni ratificó el Protocolo de Kyoto.

En Colombia, los movimientos de oposición a la minería que amenaza destruir los páramos y alterar el ciclo hidrológico surgen por doquier.

En Colombia, los movimientos de oposición a la minería que amenaza destruir los páramos y alterar el ciclo hidrológico surgen por doquier. La defensa de Santurbán, Cajamarca y Piedras, amenazados por la minería del oro, la oposición a las megahidroeléctricas, la resistencia a la minería del carbón en Tinjacá y a la cementera en Gachantivá, para mencionar solo algunos casos, o la emergencia de movimientos como Reclame, Ríos Vivos y la iniciativa de Moratoria Minera, entre otros, son las expresiones nacionales del movimiento mundial que podría obligar a los gobiernos a tomar medidas efectivas de reducción de emisiones, como primer paso, y a adoptar una política de protección y gestión ambiental sostenible, mientras se construye la nueva sociedad en armonía con la naturaleza que el futuro reclama.

* Miembro de Unión Libre Ambiental

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