El Museo Nacional está exponiendo una muestra del trabajo temprano e inédito de Fernando Botero. ¿Cuál fue su trayectoria antes de decidirse por “los gordos”? ¿Qué influencias lo ayudaron a encontrar su propio estilo?
Luisa Naranjo H. *
Primeras boteradas
Entre todos los artistas plásticos colombianos, Fernando Botero es el único que todo el mundo conoce, pues incluso los que no han visitado un museo ni han visto alguna de sus obras, han oído su nombre y saben de su fama de “pintor de gordos”.
Esta descripción es la manera más sencilla e inmediata de aproximarse a la pintura de Botero. Sin embargo, hay más. La exposición El joven maestro, que se puede ver por estos días en el Museo Nacional de Bogotá, reúne obras tempranas, poco conocidas, que son los antecedentes de su trabajo artístico.
La obra de Botero expuesta en el Museo Nacional puede resultar una sorpresa pues los personajes que viven en estos cuadros, más que de gordos tienen mucho de “monstruos”, como escribiera el poeta Gonzalo Arango en 1964. Los formatos, el color y las formas también pueden sorprender al público asistente, que descubrirá un Botero que recurre a múltiples referentes de su época y de la historia del arte universal.
En algunas de las obras que hacen parte de la muestra se descubre una fuerte manifestación del color, una manera particular de ejecutar el trazo y la pincelada. Aunque el espectador se sienta inclinado a ver en su obra la presencia de un acto puramente creativo, inédito y original, hay una alusión explícita a referentes pictóricos reconocidos.
Los personajes que viven en estos cuadros, más que de gordos tienen mucho de “monstruos”,
Por ejemplo, en sus obras de juventud Botero realiza ejercicios estilísticos con las acuarelas al estilo de Pedro Nel Gómez y de los muralistas mejicanos, las pinceladas y el color a la manera de Alejandro Obregón, los desnudos en escorzo a la manera de Luis Caballero, los retratos del renacimiento italiano a la manera de Piero della Francesca, las pinturas realizadas en Tolú a la manera de Gauguin, entre otros.
En este período Botero no buscaba copiar la obra de otros sino hacer la suya a la manera de, lo que podría definirse como una interpretación del estilo, aquello que caracteriza la obra del artista o crea una relación de identidad inequívoca y permanente. Quizás ese ejercicio constante y consciente, esa capacidad de captar los rasgos fundamentales en la obra de otros artistas hizo que fueran apareciendo rasgos y características constantes en su propia obra.
En esta exposición se entrevé esa búsqueda en la que se recorren estilos y temas para encontrar una manera propia de hacer. Una búsqueda que incluye lo pictórico, lo formal y el trabajo continuo, y que nada tiene que ver con musas inspiradoras, genialidad y talentos innatos. Aunque el título de la exposición, El joven maestro, lleva a inferir que Botero desde sus comienzos demostró su destreza como artista hasta el punto de ser considerado un maestro en su juventud, esa manera de verlo eterniza la idea de los artistas como personas con un talento innato, colmados de creatividad y genialidad que se reafirman a través del reconocimiento en las esferas culturales.
Esas ideas asociadas al arte y a los artistas están hoy revaluadas y son puestas en duda en el arte contemporáneo, pues el artista como genio, identificado con un estilo y una técnica, es un concepto que dista mucho de la manera en la que los propios artistas ejecutan y aprecian su trabajo. Sin embargo, para el público que visita los museos estas ideas no solo están presentes en el imaginario de lo se supone es ser artista, sino que hacen parte de la estrategia comercial necesaria para asegurar la concurrencia a los museos y la validación de lo que allí se exhibe.
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El arte de lo grotesco y risible
![]() Fernando Botero Milagro de la niña devorada por un colibrí, 1960. Óleo sobre tela. Colección Museo de Arte Moderno de Barranquilla. Foto: Museo Nacional |
En algunas pinturas del joven Botero se puede reconocer el propósito de hacer de lo grotesco y lo monstruoso un estilo, que además tenga un aire de ironía y humor. Sus personajes se asemejan a unos globos que se inflan hasta ocupar la superficie pictórica. Esa exageración de las formas hace evidente en la obra el tono caricaturesco. Botero logra hacer de sus pinturas imágenes rimbombantes y risibles.
Aunque sus obras tienen un origen en tradiciones clásicas de la pintura, el interés no es guardar los parámetros de la figura humana ni de la perspectiva. Al contrario, lo que busca es romper los parámetros sin salirse de temas que podrían considerarse clásicos como el bodegón, los retratos de santos o las obras insignia de la historia del arte.
Si los cubistas intentaban representar un objeto en sus múltiples perspectivas espacio-temporales, para Botero el volumen fue determinante en su noción sobre lo pictórico y lo escultórico. A pesar de que la pintura se considera un medio bidimensional, Botero lleva al extremo las posibilidades de lo tridimensional en un formato bidimensional. Rompe los límites del volumen, va más allá del concepto de luz y sombra, cambia las proporciones, rompe con los parámetros de la perspectiva sin dejar de lado la figuración hasta llegar a exagerar la percepción de tridimensionalidad de los objetos en una superficie plana.
Otras obras reinterpretan acontecimientos del país con un tono de irreverencia que llega al absurdo. Las costumbres, sucesos y personajes que han marcado la historia social y política del país están presentes, pero no necesariamente como denuncia sino con un aire de ironía, como quien se ríe de sí mismo al reconocerse e identificarse en ese absurdo.
Desde el comienzo hay un interés del artista en transformar imágenes iconográficas en imágenes cercanas, consumibles, reconocidas.
El humor fue un aspecto en el que coincidieron Marta Traba y Gonzalo Arango al referirse a las pinturas de Botero de esta época. En un artículo publicado en El Tiempo (1964), el poeta nadaista afirma: “confieso y no me da pena, que me he reído como un loco frente a los cuadros de Botero en la misma forma y por razones idénticas a como me río en las películas de Chaplin”, precisamente porque el humor de Chaplin era un humor cargado de ironía, que se mofaba de lo que no estaba permitido, de lo que se le antojara sin distinción alguna.
No había tema vedado. De alguna manera Botero asume una actitud equivalente a la de Chaplin cuando retrata los santos y los personajes de alta sociedad como si fueran muñecos; monstruosos y grotescos, y distantes de la concepción del retrato renacentista como registro fiel del personaje.
No hay proporción ni tampoco una intención de crear un retrato bajo los cánones de una representación realista. Botero desacraliza las imágenes, las pone en el terreno de la caricatura y la anécdota hasta llegar a la banalidad, cerca del sarcasmo propio de la caricatura, y del arte pop, en el color y lo profano.
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Una fórmula patentada
![]() Foto exposición Botero Museo Nacional. Foto: Museo Nacional |
Algunos artistas se rehúsan a pensar en la obra como un producto comercial, vendible y creado para resultar seductor y atractivo a todo tipo de público. Sin embargo, en el caso de Botero, la temprana idea de hacer varias versiones de la Monalisa parece demostrar una intención carente de ingenuidad. Todo lo contrario, podría pensarse que desde el comienzo hay un interés del artista en transformar imágenes iconográficas en imágenes cercanas, consumibles, reconocidas.
La alusión directa a la Monalisa es una manera de asegurar la recepción de la obra de arte pues tiene por sí misma un valor cultual. De alguna manera, usar el referente de la Monalisa puede verse como una parodia, y a la vez puede ser el medio para que esas imágenes circulen sin cuestionamientos y se legitimen por el solo hecho de aludir al referente de la obra de Leonardo Da Vinci, una imagen que es venerada y asimilada por el público como un objeto irrepetible y digno de adulación. Aunque Botero no la reproduce en el sentido estricto, el referente a la obra es suficiente para su validación y admiración.
Aunque muchos creen que el mérito del artista está en encontrar la fórmula como lo haría un científico (tal como parece haberla encontrado Botero de manera precoz), también es cierto que este hallazgo se convirtió en un gesto predecible que lo redujo al “pintor de los gordos”, una identificación que puede ser deseable para algunos artistas, pero indeseable para otros.
Pese a esto, no parece que para Botero ese sea un dilema o una desventaja, más bien parece asumirlo como una cualidad intrínseca que le permite comunicar sin mediación alguna y que convirtió sus obras en una marca con las mismas características que podría tener un producto de circulación comercial. La exposición El joven maestro permite mirar hacia atrás para ver al Botero estudiante, aprendiz, experimentador y al pintor, no a partir de las representaciones sino del oficio y de las cualidades pictóricas que hay en su recorrido de artista.
*Artista y filósofa de la Universidad de los Andes. Especialista en Educación Artística de la Universidad Nacional de Colombia.