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El impacto de la investigación científica en Colombia: comentarios a unos comentarios

Escrito por Jorge Orlando Melo
Jorge Melo Investigacion cientifica Andes

Respuesta a un crítico en medio de un debate oportuno: ¿cuál ha sido el retorno de las inversiones en ciencias básicas y sociales o en investigación aplicada? ¿Debería exigirse más rigor, o el país puede sentirse satisfecho?

Debate surrealista, pero pertinente

Tiene complicaciones discutir los comentarios del profesor Hernán Jaramillo publicados por Razón Pública en su edición del pasado 24 de marzo.  Pero hay dos aspectos que debo subrayar de entrada:

  • Buena parte de la argumentación se basa en afirmaciones sobre mis características personales. Considero que esto es irrelevante: en principio mis opiniones deben discutirse con independencia de mis rasgos individuales. 
  • Varios de los argumentos se dirigen a controvertir afirmaciones que yo no hice y que en casi todos los casos tampoco comparto. Una columna de 650 palabras no es un estudio completo del tema, deja muchas cosas por fuera y puede llevar a que los lectores se imaginen lo que uno cree, pero no ha dicho.

Discutir lo que me atribuye el profesor Jaramillo — pero que yo no creo — tiene algo de surrealista. Me parece que en el país se pierde mucho tiempo de debate hablando de las calidades de las personas (nueva encarnación del principio escolástico de autoridad) y aclarando: “pero eso no fue lo que yo dije”.

Lo que sí dije

En la columna mía publicada en El Tiempo que dio pie a los comentarios de Jaramillo   –  “¿Ciencias Inútiles?”  — critico dos elementos de la política científica actual:

  • La idea de que la investigación guarda una relación muy estrecha con el desarrollo y que esto justifica en buena parte el apoyo a la investigación. Este es un supuesto válido en sentido general, pero como lo señalo en mi nota, no sabemos si esto es cierto para Colombia.

Mi hipótesis es que la investigación que se hace en el país tiene una relación muy tenue con el desarrollo económico y está lejos de ser una locomotora del crecimiento.

Esto resulta preocupante, por supuesto, cuando uno habla de la investigación aplicada — a la que me refiero en mi columna — pero no lo es tanto en relación con las ciencias básicas o las ciencias sociales. 

  • El creciente formalismo en los mecanismos de valoración de la investigación, que utiliza criterios cuantitativos donde lo esencial es la publicación de artículos en determinadas revistas y la pertenencia a grupos de investigación reconocidos por Colciencias, sin que se hayan desarrollado otros mecanismos de evaluación  — que sí aplican algunas universidades sólidas — que tomen en cuenta la pertinencia y los resultados de los proyectos.  En mi opinión, estos mecanismos de valoración de la investigación están llevando a que decenas de universidades estén diseñando sus políticas en forma ritualista.

Por supuesto, se hace mucha investigación de calidad en el país. En el artículo señalo explícitamente que las ciencias sociales así como las ciencias naturales (menciono la sociología y la botánica, pero podía haber incluido también ramas importantes de la medicina o de la química) sí elaboran conocimiento nuevo sobre los problemas del país. No es necesario convencerme de algo que creo hace mucho tiempo.

Y, pensando en las decenas de universidades ritualistas, señalo la excepción: digo que son pocas (¿ocho, diez, doce?) las universidades cuya investigación es relevante.

Lo que no dije

Quiero dejar en claro dos o tres puntos de vista que son diferentes de los que el profesor Jaramillo me atribuye:

 

Jorge Melo Investigacion cientifica Andes
Foto: 
Uniandes: CHRISTOPHER LONG http://www.flickr.com/photos/
45298653@N00/5478466135/in/photostream/

1. Creo que hay investigación de calidad y relevancia en unas pocas universidades. Obviamente están allí universidades públicas como la Nacional, la de Antioquia, la del Valle, la Universidad Industrial de Santander y privadas como los Andes, la Javeriana, Eafit, la del Norte, el Rosario, el Externado y algunas más.

Para tomar un solo ejemplo: un trabajo como el del profesor Francisco Lopera en su lucha contra el Alzheimer muestra cómo una investigación que comienza siendo ciencia básica termina eventualmente abriendo el camino para un estudio de protocolos terapéuticos. Lo contrario, por supuesto, también ocurre: una investigación aplicada que fracasa puede arrojar saldos positivos sobre el desarrollo del conocimiento.

2. No creo que el mayor apoyo deba darse a la investigación aplicada. En otros artículos más extensos, he defendido que es preferible apoyar la investigación en ciencia básica en lugar de la investigación que busque resultados aplicables a corto plazo. La definición de las prioridades de investigación debe hacerla la propia comunidad científica, sin demasiada presión del Estado o del sector productivo.

Del mismo modo, he mostrado que la utilidad de las ciencias sociales o de la historia no tiene que ver con sus “aplicaciones”: su valor es independiente de su utilidad, y probablemente es más útil mientras menos busque serlo.

Por ello, la idea que me atribuye el profesor Jaramillo de que creo que lo único importante es la relación universidad–empresa es inexacta. Algunos de mis argumentos pueden verse en mi texto Utilidad de las ciencias sociales (disponible en mi página de internet http://www.jorgeorlandomelo.com/tciencia.html). 

3. Precisamente porque no confío mucho en el impacto de la investigación aplicada en las condiciones actuales del país, me parece que ésta debe ser evaluada con mucho mayor rigor: mucho proyecto se presenta bajo la promesa de una aplicación remota, mucha patente se queda en un registro formal, mucho desarrollo no va más allá de un prototipo, mucha investigación aplicada o tecnológica busca producir un instrumento científico que ya existe en otras partes.

Buena parte de las causas de esta lamentable situación son externas al mundo de los investigadores: tienen que ver con el modelo económico, con las condiciones de dependencia, con la preferencia de los industriales por tecnologías ya probadas y desarrolladas, con los costos relativos de las tecnologías en cuestión, con la insuficiencia de recursos para desarrollos pilotos.

No obstante, creo que hay razones para apoyar ciertas áreas de investigación por su eventual contribución a resolver los problemas del país.  Pero como regla básica me parece que debemos impulsar la investigación más bien por razones culturales, por la importancia de formar una mentalidad científica en nuestra sociedad, y no tanto porque vaya a resolver en un grado importante problemas reales a corto plazo.

En mi artículo “La investigación en la universidad y el sector productivo: una relación difícil” (también disponible en mi página de Internet) presento un análisis más elaborado sobre esta perspectiva.

Cómo medir el impacto real

Habiendo aclarado lo anterior, no creo que tengamos diferencias de fondo importantes con el profesor Jaramillo -o por lo menos me cuesta trabajo verlas-.  Quizás el desacuerdo mayor está en que yo creo que son relativamente pocos los casos en donde los resultados de la investigación — que se pretende aplicada — efectivamente se aplican.  Conozco algunos casos, pero me parecen excepcionales.

 

Jorge Melo Investigacion cientifica Archivo
Foto: 
Archivo histórico de la U del Rosario, http://www.flickr.com/photos/
nachoeuropa/4527334852/

Varios de los ejemplos que presenta el profesor Jaramillo están justamente en el nivel donde en mi concepto se queda la mayoría de estos proyectos: un artículo que anuncia que esto podría ser muy útil, que podría cambiarle la cara al sector, que resolvería un grave problema, o una patente cuyo uso nadie negocia.

Por eso, considero que el argumento central de mi columna sigue en pie: cuando se analiza la ciencia colombiana a la luz del impacto de sus aplicaciones y de sus desarrollos tecnológicos, lamentablemente es preciso reconocer que no ha tenido un gran impacto.

Es difícil enumerar 40 o 50 investigaciones de los últimos 20 años cuyos resultados se hayan aplicado efectivamente. Muchas investigaciones tenían un potencial real, pero se vararon en el prototipo, en la patente, en el diseño, o por falta de financiación, o de continuidad, o de interés del sector productivo.

Por supuesto, la evaluación de los resultados de la investigación en ciencia básica y en ciencias sociales es diferente. Hay que preguntarse qué contribución han hecho a su disciplina, qué conocimientos nuevos, qué metodologías, qué planteamientos teóricos, qué conceptos desarrollaron.

Y la comprobación elemental es verificar el reconocimiento de la comunidad científica: en este caso, la discusión de sus puntos de vista por otros científicos me parece la mejor medida, más que la publicación de artículos en determinadas revistas, que considero una indicación útil, pero secundaria, casi anecdótica.

Por eso, para cambiar de opinión, lo que yo espero son estudios sobre el impacto substancial de la ciencia, alguna evaluación estructurada, que me demuestre cómo la ciencia aplicada ha contribuido en forma significativa al desarrollo del país o al avance de la tecnología. Hasta ahora no he encontrado un buen estudio.

Mirada crítica, mirada satisfecha

Justamente el libro que menciona Jaramillo — publicado en 2006 por Colciencias — confirma mi impresión: son 75 investigaciones seleccionadas por su alto impacto, realizadas durante 15 años, pero de las cuales muy pocas pasaron a la práctica.

 

Jorge Melo Investigacion cientifica universidad
Creo que hay investigación de calidad y relevancia en unas pocas universidades.
Foto: 
http://www.uac.edu.co/images/

Los editores, que hacen un esfuerzo muy grande para usar conceptos claros y apropiados, indican para el caso de investigaciones aplicadas su uso posible o futuro. Pero aunque muchas llevaban 5 o 10 años de haberse realizado, son pocas las aplicaciones efectivas que se mencionan.

Hay proyectos con aplicación en cultivos vegetales o animales (aunque no aparezca la exitosa búsqueda de la variedad Colombia de café, pues probablemente no fue financiada por Colciencias), algunas estandarizaciones de pruebas, unos dos productos farmacéuticos y unas buenas adaptaciones de tecnología y varias reorganizaciones logísticas llevadas a cabo con éxito por algunas industrias.

En el caso de las ciencias básicas, donde hay algunas investigaciones importantes de veras — como las relativas al plasmodium falciparum de la malaria o a los trabajos de biología marina, cuya relación con los problemas del país resulta patente — o en ciencias sociales, el libro no logra reportar el efecto sobre el conocimiento en sus propias disciplinas: el impacto se mide ante todo por el número de artículos publicados, por el apoyo a la formación de estudiantes o por las referencias en otras publicaciones, que son muchas veces auto–referencias de los mismos autores del proyecto.  ¿A propósito, alguien ha publicado un informe parecido en los últimos siete años?

Tengo, pues una visión relativamente crítica del nivel de desarrollo de la ciencia en Colombia: creo que es bajo en comparación con otros países, me parece que es débil en el área del desarrollo tecnológico (y algo menos en ciencias naturales y sociales).

En esto radica la diferencia central con el profesor Jaramillo, quien ve con mucho más optimismo y satisfacción lo que se hace en Colombia y lo considera muy productivo, exitoso y pertinente.

Ojala fuera así y pudiéramos estar más contentos con la situación actual.

 

* El perfil del autor lo encuentra en este link.

 

 

jorge_orlando_melo

Jorge Orlando Melo *

 

Varios de los argumentos se dirigen a controvertir afirmaciones que yo no hice y que en casi todos los casos tampoco comparto. 

 

 Mi hipótesis es que la investigación que se hace en el país tiene una relación muy tenue con el desarrollo económico y está lejos de ser una locomotora del crecimiento. 

 

Cuando se analiza la ciencia colombiana a la luz del impacto de sus aplicaciones y de sus desarrollos tecnológicos, lamentablemente es preciso reconocer que no ha tenido un gran impacto.  

 

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