
Un retrato viviente y absorbente de quiénes son, qué hacen, cómo lo hacen, por qué lo hacen y que significa la explosión de graffiti en las grandes ciudades de Colombia.
Lukas Jaramillo Escobar* Juan Diego Jaramillo Morales **
Explosión de aerosol
Actualmente en Colombia hay una explosión de graffiti [1]: la movida del graffiti detonó y los adolescentes que rayan en muros crecen como espuma, impulsando a los graffiteros históricos a consolidar un estilo y a actualizar sus técnicas.
Primero fue Bogotá, después Medellín, luego Cali y se suman Manizales y Cartagena. Algunos dicen que el graffiti en Colombia tuvo otro momento fuerte en los 80's o los 90's y se diluyó: lo cierto es que hace pocos años se reanimó y hoy atraviesa su mejor momento.
Contra el muro
Las piezas complejas y llenas de color se hacen los domingos de día, otras piezas grandes sin relleno y unas firmas pequeñas hechas con marcador se hacen en la noche, preferiblemente en días de semana. A lo primero se le llama bombardear y a lo segundo taguear.
El graffitero colombiano es tranquilo, pacífico y alegre, pero los graffiteros dicen sin excepción que en la esencia del graffiti está lo clandestino:
- De un lado, muchos explican que parte de su oficio es convencer a un dueño de parqueadero, de un local o hasta a una familia entera de que lo dejen pintar.
- Del otro lado está la adrenalina de lo prohibido, con recorridos donde se deja una estela de huellas con la propia caligrafía, y el aumento de los riesgos es el nombre del juego. La participación de la Policía es esencial como parte de la dinámica excitante del escritor Hopper (como también se le llama al graffitero). En Colombia se han visto los trazos del aerosol sobre vallas publicitarias, carros de valores, carros particulares y sobre puertas y ventanas de locales y casas.
Muchas veces el graffiti crece en medio de las ruinas, se posiciona en una ciudad cuando ésta sufre deterioro y algunas de sus partes padecen de abandono. La ciudad empieza a avanzar en ornato y en paralelo los graffiteros, una vez desencadenados, aumentan, y los muros empiezan a escasear con la saturación de las huellas del aerosol y la restricción en espacios transformados.
El desafío para encontrar un muro aumentará lentamente, mientras los graffiteros se dirigirán a la periferia de cañadas, a pintar bajo los puentes, ellos de origen distinto, mezclados con los mendigos.
A la vez irá surgiendo la demagogia de normalizar con espacios y tiempos, dispuestos en forma de festivales y talleres, al nervio libre del graffiti.
Pago por pintar
Graffiteros los hay desde estrato 1 hasta estrato 6, los hay desde 15 años hasta de 40 años, los hay profesionales, estudiantes, desescolarizados y desempleados.
Algunos apoyos de las alcaldías de Bogotá y Medellín muestran que dentro de los nuevos políticos de extracción de izquierda o tecnócratas jóvenes no hay resistencia hacia esta expresión urbana. Los jóvenes de estas ciudades han aprendido que las empresas de aerosoles y todos sus derivados de productos y publicaciones son patrocinadores y diseminadores fáciles. Sin embargo, el graffiti dista mucho de contar con eventos o festivales bien financiados y estos artistas suburbanos son virtualmente incapaces de traducir su fama en ingresos boyantes.
Muy buena parte de la actividad del graffiti es auto-financiada de forma muy personal, casi al rebusque. La mayoría se paga de su propio bolsillo, dentro de los que se encuentran los que pintan sin preocupación y los que viviendo de un mínimo sacrifican el ahorro para un televisor o las cervezas semanales, todo con tal de pintar.
El graffiti tiene algunos artistas relativamente bien cotizados como ilustradores en el campo de la publicidad, pero casi todos los graffiteros hacen posters, pintan camisas, cachuchas, hacen avisos por encargo y algunas veces les pagan por un graffiti para decorar, por ejemplo, un cuarto.
Los talleres son un ingrediente clave de la democratización de este arte y de la financiación de los graffiteros. Estos talleres se alinean con los clubes juveniles y constituyen en buena parte de los apoyos de las alcaldías. Algunos graffiteros, en particular, disfrutan mucho de enseñar y de su contacto con niños, mientras que otros se vuelven auténticos gestores sociales.
La propiedad, la identidad y la autoestima
El graffiti no es motivado desde afuera, surge desde lo más hondo de las urbes: se crea con sus propias reglas, su propia fuente de sentido y el reconocimiento de la misma red como incentivo principal.
En la esencia del graffiti están el nombre y la propiedad. Dice la leyenda que el precursor del graffiti estaba interno en una correccional y como otros muchachos le robaban empezó a firmar sus pertenencias con un marcador permanente. Pronto ese adolescente estaba firmando paredes y ventanas y cuando fue liberado empezó a marcar, como propios, elementos de la ciudad: cortinas de garaje, ventanas, buses, postes, transformadores y el metro.
Los graffiteros se contactan en Facebook, intercambian fotos en Flickr y organizan eventos apenas con el patrocinio de los fabricantes de aerosoles. Tienen sus códigos de cooperación y de solidaridad y, en especial, de respeto: nunca pintan encima de la pieza de otro y el trato entre ellos es cuidadoso y casi delicado.
Pero el reconocimiento que buscan no suele ser el de los medios de comunicación, sino el del otro graffitero, se esfuerzan por alcanzar a otros de la misma red y ser reconocidos por otros jóvenes como ellos, sin importarles destacarse dentro de categorías socialmente hegemónicas y las clasificaciones centrales del arte y la cultura.
Jóvenes tradicionales y un arte de la violencia
Hueso no podía creer cuando vio que su anterior alumno firmaba como Delix, hasta ese momento conocido por él como Kano. Este joven graffitero vio una especie de poster hecho con el estilo del graffiti en la casa de su amiga, le llamó tanto la atención la técnica que se grabó el nombre del autor que firmaba al reverso, pero en cambio para Hueso, el nombre significaba mucho más: era el de un graffitero asesinado que había sido su amigo. Desde que Hueso le explicó a este graffitero las implicaciones de ese nombre, él le rinde tributo a su antecesor caído con la fusión de dos nombres en el de KNo-Delix.
En una calle difícil, donde se vivían muchos atracos y en una época violenta, un graffitero escribe con unos amigos "Respeto a la vida". Era la Medellín del 96, una calle en Robledo. Pepe ya había estado rayando y poniendo su nombre en los muros de la noche, y también había sido contratado por una dependencia de la Alcaldía para pintar en unas canchas de futbol, pero esta vez era diferente, no era por la fama y nadie le pagaba.
Detrás de estos muchachos normales pero excepcionales en sus barrios, está una tradición articulada por ellos mismos. Una conciencia de grupo, inclusive transgeneracional. En Estados históricamente inconsistentes, el graffitero ha tenido que lidiar con otros poderes y construir posiciones complejas frente a los criminales y los violentos.
El cariz que ha tomado el graffiti colombiano, en especial en Medellín, ha sido el de ironizar el crimen desde una mirada que desprecia el dinero como medida del éxito. Aquí tenemos a hombres jóvenes y pobres invirtiendo en un arte que casi nunca retorna dinero. Ellos, además, dicen que el graffiti ha surgido en Colombia en medio de un cansancio frente a la violencia.
Sin lugar a dudas, son los jóvenes poco rebeldes y en especial manipulables quienes son reclutados por el narcotráfico, jóvenes sin criterio pero ávidos de autoridad. El joven que se vuelve graffitero es escurridizo, no acepta jefes ni traga entero, luego con la lata en mano, por imitación y agremiación, desarrolla una terquedad, producto de una propia interpretación histórica, en contra de lo injusto, que es lo mismo que lo que no es estético.
Pepe y Kno-Delix
Pepe empezó con el graffiti en Medellín en el 96 mientras que KNo-Delix está rayando el muro de Bogotá desde el 2004. Ambos de chompa y con tenis, ambos estudian en la universidad y trabajan, ambos escuchan Hip-hop, Pepe es padre de un niño de 9 años y vive con su pareja, Pepe baila, lo que en la jerga de este género se le llama B-Boy. KNo-Delix disfruta leyendo la Biblia con su novia y ha intentado cantar.
Ambos graffiteros quieren crear conciencia, Pepe dice que le pinta al medio ambiente para recordarnos la belleza de la naturaleza y el daño que le estamos haciendo. KNo-Delix se inclina por denunciar el deterioro del ser humano, tiene una mirada apocalíptica y en su graffiti hay deformación y sufrimiento. Él cuenta que lo próximo que va a pintar va a ser algo sobre los pecados capitales.
Otros graffiteros hacen crítica social pintando a políticos y narcotraficantes. Se trata de Mostros Crew. También están los más jóvenes de 16 y 17, que ahí vienen, intentando tener con el graffiti un desahogo, pintando asuntos más personales como la deslealtad de los amigos o una traición amorosa.El graffiti es como cualquier arte, algo que siempre acompaña a llevar la vida y las emociones, un refugio. Desde el principio el graffitero muestran una sensación y con el tiempo todos dejan ver, si se sabe mirar, una idea de la sociedad.
Clandestino, incivil y rebelde
Estamos ante un fenómeno desencadenado por jóvenes que reclaman la ciudad y un canal de comunicación. El graffiti es una forma contundente pero pacífica de mostrar que están ahí. Tienen un nombre, una ciudad los bautizó y otra, que ellos construyen como en una dimensión paralela, los rebautizó.
Los graffiteros no esperan a que la ciudad les dé un lugar, se lo arrebatan, no siguen los conductos regulares y desprecian los canales de comunicación existentes. Con la democratización de los medios que trae el internet, aparecen los blogs, las revistas virtuales y las páginas Web de graffiti, por lo que les importa aún menos el registro que una ciudad establecida tenga de ellos.
El graffiti nunca va a ser legal -dicen- y eso es parte de su mensaje, un mensaje desautorizado. Por un momento, mientras pasamos por un callejón o atravesamos una autopista, ese hijo de obrero fue la persona más famosa. Con su nombre grande y lleno de colores, mostrando unas competencias y esa valentía urbana que consiste en no pedir permiso, termina prefiriendo un perdón, por haber sido, antes que una autorización para ser nadie.
*Politólogo y especialista en Resolución de Conflictos de la Universidad de Los Andes. Autor del libro Cultura Política en Tiempos Paramilitares. Investigador del Grupo Método y GESCCO, actualmente es Director de Casa de las Estrategias.
**Economista, actualmente cursando la maestría en estudios culturales, investigador en observatorios de violencia, con interés investigativo en redes de arte urbanas, violencia y economía del crimen, actualmente es subdirector de Casa de las Estrategias.