Esta es la extraña y grave encrucijada política que hoy viven los Estados Unidos.
Hernando Gómez Buendía*
El 70% de los estadounidenses no quieren que los candidatos presidenciales vuelvan a ser Trump y Biden, pero el país es víctima de un karma que lo condena a vivir de su pasado.
Cada nuevo presidente de Estados Unidos ha esperado reelegirse, porque ésta es la prueba de su buena gestión; en el caso de Biden, la reelección sería además el entierro definitivo del archienemigo del orden liberal. Por eso el candidato del partido demócrata no puede ser otro que Joe Biden.
Más todavía: en defecto del presidente, el candidato natural del partido en el poder es el vicepresidente, pero la vicepresidenta Harris no sería elegida en un país tan machista y racista como Estados Unidos.
Lo curioso, para ser más precisos, es que Trump siga siendo el eje o el actor principal de la política de Estados Unidos, y por ende de la política mundial.
El karma del partido republicano es más fácil de explicar: la mayoría de los votantes en las elecciones primarias ―las que nosotros llamaríamos “consultas” ―se niegan a votar por alguien que no sea Donald Trump.
Y acá comienzan las dificultades. Biden estaba jubilado, pero se lanzó en el 2020 por ser el único que podía derrotar a Trump en el antiguo “corredor industrial”; ahora es la carta que los demócratas adoptan con recelos porque tiene 81 años. Para los republicanos el problema es peor: Trump es el candidato más débil que pueden presentar, y es seguro que Biden lo derrotará.
Lo curioso del caso es que la elección de Biden depende de que el otro candidato sea Trump.
Lo curioso, para ser más precisos, es que Trump siga siendo el eje o el actor principal de la política de Estados Unidos, y por ende de la política mundial. Curioso porque es casi tan viejo como Biden y a diferencia de Biden es ignorante, aventurero, mentiroso, estafador, violador, criminal en el manejo de la pandemia, dos veces sujeto a juicio del Congreso, autor de un fallido golpe de Estado, acusado formalmente de 39 delitos y pendiente de otros varios cargos penales.
Y curioso, sobre todo, porque el pueblo lo eligió a la presidencia y volverá a nominarlo a pesar de conocer su trayectoria. En efecto: lo que hay detrás de Trump es mucho más que Trump. Es una minoría del 25% o el 30% de los estadounidenses, típicamente blancos, cristianos, racistas, campesinos u obreros empobrecidos por la desindustrialización, real o imaginariamente amenazados por los migrantes, depreciados desde hace mucho tiempo por los liberales, los educados, los jóvenes, la “otra mitad del país” que en efecto es la que hace de Estados Unidos la potencia que es en el mundo.
En un plano más profundo, es la historia de cómo una minoría intransigente logra paralizar al país más poderoso del planeta.
Esa cuarta parte de la población ha sacado provecho de las reglas vigentes para frenar al país progresista. Primero y sobre todo, el federalismo, gracias al cual los 48 senadores republicanos representan 44 millones de habitantes menos que los 49 senadores demócratas; gracias también al colegio electoral, Trump y Bush hijo fueron elegidos con menos votos del pueblo que sus rivales Gore y Clinton. La mayoría republicana en la Cámara se debe en mucho a la manipulación de los distritos electorales (“gerrymandering”) por parte de las legislaturas estaduales, que a su vez son dominadas por los republicanos en los estados más pequeños y atrasados del país.
Más importante aún: abusando de su mayoría temporal en el Senado, los republicanos tienen do veces más magistrados ultraconservadores en la muy poderosa Corte Suprema de Justicia.
Dicho de modo más breve: el 25% de la población o el país de Trump tiene la mitad del poder político y todo el poder de veto. Por eso el gigante del Norte es hoy por hoy un gigante maniatado.
Esta entonces es la trama novelesca de que medio Estados Unidos le esté apostando a la salud de un anciano y el otro medio le esté apostando a la condena penal de un expresidente. En un plano más profundo, es la historia de cómo una minoría intransigente logra paralizar al país más poderoso del planeta.
Es una trama y una historia donde los colombianos tenemos más que perder o que ganar que en las tramas o historias de Petro o de sus opositores.
Aunque no lo sepamos y aunque esa trama y esa historia se escriban en ausencia de nosotros.