Llamar antisemitas a quienes señalan la responsabilidad de la sociedad de Israel a propósito del genocidio en la Franja de Gaza, está generando interpretaciones que reducen el impacto de la denuncia de tan deplorables sucesos. El pavor woke de acusar injustamente a ciudadanos israelíes y/o judíos que no comulgan con los horrores causados por un establecimiento (y una sociedad) cada vez más inclinada a la ortodoxia y el etnocentrismo, ha llevado a que sea muy difícil hablar (y denunciar) las responsabilidades colectivas de los execrables crímenes que ocurren en Oriente Próximo. Denunciar desde el gentilicio se está convirtiendo, según las mentes bien pensantes, en una fragrante incitación al odio.
Este control a la libertad de expresión, indudablemente obstruye una denuncia pública que debe ser contundente. Pero muchas mentes bien pensantes, a pesar de estar en contra del Genocidio de Gaza, se concentran en desarticular a los denunciantes que osan llevar a cabo algún tipo de responsabilización colectiva, cultural o religiosa. Esto ocurrió justamente con el caricaturista Matador, que fue llevado a una especie de tribunal de youtube (con todo y abogado) por una Ana Bejarano cuyo rol de presentadora y/o jueza eran indistinguibles; la causa: su caricatura llamada “la raza superior”. El esfuerzo de ciertos intelectuales pareciera, pues, estar más preocupados, por sanear el espíritu de lo correcto que por generar una opinión pública en contra del genocidio.
En medio de esta discusión quisiera reivindicar la importancia del gentilicio en su función de facilitar la comprensión de los procesos sociales e históricos. Es a través del gentilicio que se hace un reconocimiento del nosotros y de los otros, entre lo próximo y lo diferente, así como de los límites cambiantes. Vale aclarar en este punto que un gentilicio no denota solamente la relación con un lugar geográfico, sino que constituye también el adjetivo que permite determinar lo relativo o perteneciente a un grupo humano, nacional de linaje o familia.
Evitar el uso del gentilicio en el contexto del análisis de los crímenes de lesa humanidad es un golpe para quienes alertan las obviedades históricas en tiempo real. Silenciarlo, por cuenta de lo políticamente correcto, es como dejar de llamar alemanes a los alemanes de la segunda guerra mundial por reivindicar a los miles de germanos que no apoyaron el nazismo. Del mismo modo, no podríamos referir a los portugueses como tal, quienes traficaron y esclavizaron a las gentes de África Occidental; a ellos, según esta lógica moralista, tendríamos que mejor referirles como traficantes de humanos de habla lusitana. Tampoco podría decírsele españoles a los que invadieron América causando el peor genocidio de la historia; mejor llamarles: conquistadores castellanos de élite y los soldados andaluces de mala ralea. Por supuesto, que españoles como Lope de Vega y Garcilaso nada tuvieron que ver en la invasión y masacre de los indígenas, pero no por ello debe soslayarse que fueron los españoles (su sistema político, cultura, sociedad y religión; su emergente nación) quienes acabaron con miles de personas en los siglos XVI y XVII.
Si bien es cierto que las posturas posmodernas (de donde proviene la moda woke) han permitido realzar la importancia de lo particular poniendo el ojo crítico en las simplificaciones fascistas y excluyentes, están llevándonos, por otro lado, a la imposibilidad de proferir responsabilidades colectivas con algún grado de generalización. Bajo esta lógica, se genera y una ambigüedad en la lectura del pasado propiciando análisis incapaces de construir análisis históricos que piensen más allá de lo particular. El moralismo woke está construyendo, sobre todo, ciudadanos y ciudadanas temerosas de proferir juicios y análisis de carácter general por el temor a herir al otro.
Desde este punto de vista no se podrá enseñar la historia, ni la antropología; disciplinas donde el límite inter-societal es muy importante. Nos referimos por demás a una lamentable moda que se opone a diferentes escuelas filosóficas que han mostrado la importancia de partir de principios generales para llegar a un análisis deductivo. Hablaríamos hasta de la propia renuncia al análisis dialéctico que, valiéndose de oposiciones, permite progresivamente ir construyendo un pensamiento cada vez más complejo.
Mi amiga @stellarodriguezcaceres, comentando esta problemática, me señalaba con razón que hay que matizar: “el antisemitismo es el odio dirigido hacia el pueblo judío. Es posible estar en contra de la matanza en Gaza sin ser antisionista. Incluso hay ciudadanos israelíes que se alzan en defensa de los derechos del pueblo palestino. Y es posible ser antisionista sin ser antisemita. Hay muchos judíos antisionistas. De hecho, el sionismo fue durante mucho tiempo una idea marginal en la comunidad judía”. Yo me pregunto: ¿cómo explicamos esto en un noticiero de televisión mientras la gente come un corrientazo?
Las formas de comunicación, pues, no deben fundarse en favor de la corrección. Por cuenta de la moral subjetiva no puede soslayarse la realidad objetiva. Es preciso, en efecto, responsabilizar a los pueblos que eligen a malos gobiernos; a los que permitieron la infame Rusia de Putin y la irresponsabilidad de Zelensky; a los estadounidenses que sacaron por la puerta de atrás al Jimmy Carter que puso fin a la guerra de Vietnam para colocar en su lugar al padre del paramilitarismo: alias Ronald Reagan; y por supuesto, al pueblo de Israel que permitió la llegada de Netanyahu al poder.
La responsabilidad de lo que haga Trump, Milei, y el aun viviente Bolsonaro no es, pues, sólo de ellos mismos en nombre propio, sino de los electores a quienes ellos supieron leer psicoanalíticamente en medio del juego democrático. Si miramos de manera rápida la elección de Netanyahu, y el repertorio de posibilidades que tenían los ciudadanos israelíes en las parlamentarias de 2022, es claro que se trató de un electorado que desdeñó masivamente las alternativas democráticas y de centro (apenas el 25%) inclinándose por diversas propuestas teocráticas, etnocentristas, neo-sionistas y expansionistas; derecha pura y dura. Fueron esas mayorías de la ortodoxia judía y del nacionalismo israelí la que puso a Netanyahu; estas mayorías son –también- responsables en gran medida de lo que está ocurriendo en Gaza.
Se nos dirá: ¡hubo grandes manifestaciones contra el gobierno antes del 7 de octubre; y si, pero una cosa es la multitud y otra las mayorías: “una cosa es ser indio, y otra la antropología”. Las mayorías se cuentan en las urnas: no en las plazas públicas.
Adenda: los falsos positivos no son responsabilidad sólo de Uribe y su gobierno, sino del pueblo cómplice que lo eligió, reeligió y lo hubiera vuelto a reelegir; ergo: los colombianos.