Cali y otras ciudades del departamento han sufrido una oleada de homicidios que algunos atribuyen al regreso de antiguos jefes del narcotráfico. Pero en verdad la violencia seguirá mientras los negocios ilegales sigan mezclándose con los negocios legales.
Boris Salazar*
Vuelve la violencia
Con el calor del verano una oleada de violencia con matices rituales golpeó a Cali y a varias ciudades del norte y del sur del Valle. Y esta oleada rompió la tendencia a la disminución de los homicidios que se había registrado durante el año pasado.
La oleada de violencia se ha concentrado en municipios que en un pasado no muy lejano sufrieron la lucha a muerte entre las grandes organizaciones de narcotraficantes del Valle del Cauca. En Cartago, San José del Palmar, Ansermanuevo, Trujillo, Roldanillo, La Unión, Dagua y Jamundí el número de homicidios aumentó hasta en un 70 por ciento, como ha ocurrido en Cartago este año. La oleada de homicidios afectó también a Cali que, con quince personas asesinadas, vivió en junio el fin de semana festivo más violento de los últimos años.
La pregunta de rigor es si estos asesinatos –que siguen los trazos geográficos de las antiguas guerras entre grandes narcotraficantes y sus aparatos armados— están conectados entre sí o corresponden a múltiples fuentes de violencia organizada.
No es nada fácil contestar esta pregunta. Para hacerlo trataré de establecer primero qué podría ser lo nuevo en estos casos y qué correspondería al regreso de viejos conflictos del narcotráfico del Valle del Cauca.
Lo nuevo
![]() CTI en Cali Foto: Personería Santiago de Cali |
Entre los homicidios recientes los más visibles y repulsivos llevan un evidente mensaje simbólico que no era usual en la violencia derivada de los enfrentamientos entre narcotraficantes en el pasado.
Debe considerarse, por ejemplo, el hallazgo de tres cadáveres lanzados en un terreno boscoso cerca de la autopista Palmira-Cali el 1 de agosto pasado. Junto a los tres cadáveres, envueltos en bolsas plásticas negras y con evidentes señales de tortura, había un sillón caído de lado. No es posible saber si el sillón fue llevado allí para ambientar la escena del crimen o si su presencia fue un hecho fortuito. Pero quedan en claro los altos niveles de organización, de deliberación y de crueldad de los criminales. También es claro el simbolismo del sillón: no hay lugar a donde no pueda llegar el largo brazo de quienes ordenaron el crimen.
No fue un caso aislado en términos de estilo. Cinco días antes se encontraron dos cuerpos desmembrados en un costado de la doble calzada de la vía a Buenaventura, en el sector de Tableros, zona rural de Restrepo, en el norte del Valle. Los cadáveres también estaban en bolsas y habían sido arrojados a un lado de la vía.
Entre los homicidios recientes los más visibles y repulsivos llevan un evidente mensaje simbólico
El 2 de junio en inmediaciones de la finca Las Delicias, en el corregimiento de Felidia, hallaron otro cuerpo desmembrado. Y el cadáver mutilado de una adolescente de 16 años fue encontrado flotando en las aguas del Río Cauca.
En ninguno de los crímenes anteriores se utilizaron armas de fuego. Todo fue hecho con arma blanca.
De acuerdo con un patrón más clásico, en Cali, en un semáforo en el barrio El Caney, al sur de la ciudad, fue asesinada con descargas de fusil automático la hermana de Juan Carlos Vacca, alias Dimax, uno de los jefes de la banda criminal los R15. La acompañaba el Indio, uno de sus hombres de confianza.
Se dice que la mujer administraba varios de los negocios de su hermano mientras él estaba detenido. Esos negocios confirman la mezcla de actividades legales e ilegales en la ciudad pues, según dicen, Dimax tenía al menos 25 taxis, varias tiendas de bicicletas en la Carrera 8 y prestaba dinero ‘gota a gota’.
Dada la relativa paz que habían vivido Cali y el departamento en relación con el ajuste de cuentas del crimen organizado, lo ocurrido sugiere un cambio repentino y quizás de procedencia externa en la regulación de los negocios ilegales. Ni la violencia ritual, ni el uso de arma blanca, ni el carácter espectacular de los crímenes hacían parte del repertorio de los jefes de las organizaciones de narcotraficantes y delincuentes comunes del pasado. Unos cuantos tiros de pistola o el uso de fusiles automáticos habían sido el recurso preferido. De hecho, en el asesinato de la hermana de Dimax y su escolta hay una clara similitud entre las armas elegidas por los asesinos y las armas que siempre han distinguido a los R15: los fusiles automáticos.
Algunos han especulado acerca de la influencia de los carteles mexicanos del narcotráfico, pero hasta ahora no hay ninguna evidencia creíble que justifique esa conjetura. Solo hay evidencia del uso de un estilo ritual similar al de varios ajustes de cuentas ocurridos en Tuluá hace algunos años con desmembramiento de las víctimas, cortes de cabeza y grafitis cargados de amenazas y humor macabro.
¿Regresaron los grandes narcotraficantes?
![]() Reclutamiento de drogas ilícitas. Foto: Policía Nacional de Colombia |
El negocio del narcotráfico ha cambiado radicalmente en los últimos años.
Atrás quedaron las grandes organizaciones con jefes reconocidos –casi estrellas mediáticas– con gran poder de fuego, cientos de hombres a su mando y con capacidad para actuar como “protectores” o reguladores del negocio y de la vida y la muerte de los asociados. Ese entramado fue sustituido por la emergencia de muchos vendedores y exportadores más pequeños, sin ejércitos privados, especializados en el aspecto económico del negocio y volcados hacia el creciente mercado interno de drogas ilícitas.
Ninguno de ellos, se supone, tiene la fuerza o el interés de convertirse en regulador de la actividad ilegal y en protector violento de los negocios ilegales. De hecho, los ajustes de cuentas de los últimos años sugerían la contratación de profesionales que actuaban en confrontaciones entre pares de personas, sin mediar ningún tipo organización ni la voluntad de convertirse en reguladores del negocio.
Lo anterior da pie a la hipótesis del regreso de antiguos jefes del narcotráfico que habrían vuelto al Valle luego de pagar sus penas –probablemente negociando a cambio de delaciones– con la justicia de Estados Unidos. Se habla del retorno de Patiño Fómeque, Jorge Asprilla, Guacamayo y Johnny Cano, así como de otros jefes menos conocidos del narcotráfico del Valle. Se dice también que están intentando recuperar negocios, propiedades y rutas perdidas durante su ausencia, y que quienes los tomaron están cayendo en un ajuste de cuentas espectacular y aleccionador.
Al mismo tiempo, los hijos y familiares de antiguos jefes aún en las cárceles de Estados Unidos estarían aspirando a convertirse en los reguladores violentos del negocio. La violencia creciente en el norte del Valle estaría ligada a las acciones de hijos y sobrinos de don Diego, de Hernando Restrepo, de Rasguño y de Capachivo. Sin embargo estos no tienen la capacidad para acceder a esa posición privilegiada y tendrían que enfrentar a quienes hoy dominan el negocio. Por eso sus acciones violentas no tienen la magnitud ni el alcance de la violencia masiva del pasado.
No parece probable que en las condiciones de hoy pueda darse el ascenso de una organización o de un jefe a la posición de gran regulador y protector de los negocios ilegales de la ciudad y el departamento.
El problema de fondo
Sin embargo, mientras los negocios ilegales no dejen de crecer y mezclarse con negocios legales no dejará de haber oleadas de violencia homicida que parecen ir en contra de las tendencias optimistas de los últimos años. El entramado de relaciones, negocios, intereses, armas y sicarios seguirá produciendo picos en la violencia homicida cada tanto. La paz de los negocios ilegales será siempre frágil e inestable.
Lo ocurrido sugiere un cambio repentino y quizás de procedencia externa en la regulación de los negocios ilegales.
Es obvio también que las medidas del Estado en materia de control de homicidios de jóvenes y de desarticulación de bandas criminales han producido resultados alentadores en ambos frentes, pero no pueden acabar del todo con la violencia asociada con el control y regulación de los variados negocios ilegales –cruzados con legales– que hacen parte de la economía de Cali y del Valle.
Lo ocurrido en los últimos meses no puede deberse solo al regreso de algunos jefes o a las locas aspiraciones de control de sus herederos y antiguos asociados. La extensión de los negocios ilegales, el crecimiento del tráfico local de drogas y la vinculación de cientos de jóvenes como clientes y pequeños operadores provocan una situación donde la violencia es la única manera de regular la multiplicidad de negocios ilegales y de agrupaciones que surgen a su sombra. Eventos aleatorios y pequeños conflictos pueden desencadenar oleadas de violencia en momentos de aparente tranquilidad.
El Estado puede controlar hasta cierto punto el tamaño de esa violencia –como en efecto lo ha hecho en algunos períodos de los últimos años— pero no puede hacerla desaparecer del todo-. Tanto el narcotráfico como los negocios ilegales están integrados a la economía legal y al entramado social de Cali y del Valle. Desaparecer esos vínculos y disminuir a un mínimo la violencia homicida exige profundos cambios sociales y políticos que no parecen venir en un futuro cercano.
* Profesor del Departamento de Economía de la Universidad del Valle.