El entierro de alias Inglaterra: ¿tratarlo como héroe o como bandido? - Razón Pública
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El entierro de alias Inglaterra: ¿tratarlo como héroe o como bandido?

Escrito por Myriam Jimeno
Alias “Inglaterra” cabecilla del Clan del Golfo

Myriam JimenoEl controvertido recibimiento del cuerpo de alias Inglaterra en el Urabá antioqueño suscita la pregunta por los bandidos cercanos al pueblo. Un recorrido por estas figuras legendarias nos ayuda a entender cómo y por qué un villano se convierte en un héroe.

Myriam Jimeno*

Con bombos y platillos

El entierro del narcotraficante alias Inglaterra en un pequeño pueblo antioqueño hace unas semanas fue muy concurrido.

Buena parte del pueblo lo acompañó con música, flores y demostraciones de dolor. Varios comentaristas se indignaron y denunciaron las deficiencias morales de los colombianos. Pero este juicio merece una segunda reflexión para escarbar un poco en los resortes sociales de esa práctica, que por lo demás no es infrecuente.

De inmediato llegan a la memoria los llamados ‘bandoleros’ convertidos en héroes míticos. La lista es larga y no se restringe a nuestra tierra. Un arquetipo muy conocido por el abundante folclor y la variada creación cultural que ha producido es el de Robin Hood, que se origina en el Medioevo inglés.

Robin Hood: esa es la denominación popular de Robin de Locksley, un noble y gran arquero que ganó su reputación porque luchó contra un rey despótico, Juan sin Tierra. En esa figura están nítidos los elementos con los que se fabrica este símbolo social y por los cuales se reproduce hasta nuestros días. Se dice que Robin Hood “tenía gran corazón” y defendía a los pobres y oprimidos.

Como lo hizo antes Pablo Escobar en Medellín, Inglaterra donaba canchas deportivas.

De alias Inglaterra dijeron algo muy similar: que no había pobre que no recibiera su apoyo,  que financiaba obras para la comunidad en la que nació, que protegía a su gente. Como lo hizo antes Pablo Escobar en Medellín, Inglaterra donaba canchas deportivas y auxiliaba a los necesitados.

Entre los bandidos de los años cincuenta en Colombia sobresalió Efraín González, el ‘Siete colores’. El corrido compuesto en su nombre celebra a los bandoleros que roban a los ricos para darles a los pobres y lamenta su muerte a manos del Ejército Nacional ocurrida en Bogotá, el 9 de junio de 1965.

González había nacido en el pueblo santandereano de Jesús María en 1933 y se involucró en la lucha partidista de los años cincuenta del lado conservador. Pronto Efraín González se volvió un mito: se afirmó que cargaba un escapulario bendecido que lo hacía inmune a las balas, que podía convertirse en mata de plátano frente a sus perseguidores de la Policía, pero sobre todo, que era un hombre “guapo”, es decir valiente, que era querido por muchos pues le servía a los campesinos pobres y se burlaba de la autoridad.

Violencia y desigualdad

Bandoleros.
Bandoleros.
Foto: Señal Colombia

Con algunas particularidades pero con el mismo corazón simbólico encontramos a los bandoleros del nordeste brasileño, los cangaceiros, activos entre 1870 y 1940 en las tierras pobres y áridas de Pernambuco y Ceará.

Los trabajos del antropólogo Jorge Mattar Villela en 2004 y antes los de Maria Isaura Pereira de Queiróz muestran cómo unos asaltantes, ladrones, asesinos y violadores en los pueblos nordestinos se convirtieron en héroes y protagonistas de canciones y epopeyas.

El célebre Lampião, nacido en Pernambuco en 1898, inspiró toda una saga. La compañía de ‘María Bonita’, su novia, en las correrías contribuyó bastante a su mitificación. Fue tanto su atractivo, que un célebre músico popular llamado Luiz Gonzaga lo adoptó como su imagen en los años setenta y ochenta: se presentaba con  la vestimenta de cuero y el sombrero en media luna bordeado con monedas de plata que hizo conocido a Lampião.

Los estudiosos destacan sobre todo que el surgimiento de los cangaceiros se relaciona con las enormes desigualdades sociales en el nordeste de la época, con el poder sin límite de los hacendados y con las luchas entre hacendados por el poder político y las tierras.

Mattar Villela enfatiza en un elemento importante para nuestro contexto: las acciones violentas estaban presentes en todas las esferas de la vida social, en el trabajo y el ocio, en la familia y la política. Las armas de fuego eran fuente de orgullo y diversión y se usaban en las disputas entre vecinos, los robos y las desavenencias amorosas.

El bandido encarna la posibilidad de los oprimidos.

Las leyes y las autoridades políticas luchaban contra estas prácticas y deseaban instituciones modernas y democráticas. Las autoridades regionales se esforzaban para controlar la violencia y por distinguirse de los potentados locales, que eran vistos como ilegales y arbitrarios. Pero por entonces las autoridades eran demasiado débiles para frenar las violencias locales.

Por su parte, Pereira de Queiróz  resalta más la proyección simbólica de los cangaceiros como mecanismo de desprendimiento de las condiciones sociales de desigualdad. El bandido encarna la posibilidad de los oprimidos. Ella cita un diario de Ceará de 1887 en el que se lee que es peligroso ser rico “pues el pueblo empobrecido les ha declarado a los ricos la guerra a muerte”.

Para esta autora, la explicación principal del bandidaje eran las condiciones sociales que negaban una vida mejor. El bandido podía obtener prestigio y riqueza a diferencia de muchos. Las rivalidades de familia y las venganzas personales comunes en la sociedad nordestina durante las primeras cuatro décadas del siglo veinte dieron lugar a otra forma de bandidaje, independiente y organizado, relacionado con la falta de oportunidades socioeconómicas.

El caso colombiano

Robin Hood
Robin Hood

Para nuestro entorno creo que la simpatía por el bandido muestra las dos caras sociales de nuestra realidad:

  • Por un lado la persistencia de condiciones de pobreza y la exclusión social, que ayudan a hacer perdurables los mecanismos de acción social basados en ofrecer y obtener la protección personal de algún “guapo”.
  • Por otro lado, podemos ver el enorme esfuerzo que se hace desde las instituciones para asentar la autoridad legítima y encontrar medios para llegar hasta las regiones apartadas donde aún reinan contrapoderes particulares.

Las protecciones de la democracia moderna, las instituciones de defensa y mediación, la aplicación de las normas y las leyes, la acción de los cuerpos de policía que deben intervenir sobre los conflictos interpersonales y de grupo son todavía demasiado débiles y precarias.

Ni las mismas autoridades pueden librarse de las interferencias personalistas, del pago de favores o intimidaciones de fuentes de poder extra estatales e incluso ilegales. El tema no es tan sólo moral sino también —y de forma decisiva— de funcionamiento de la vida social diaria.

La creación de villanos-héroes es un mecanismo social muy frecuente en la historia de muchas sociedades, cuyas ascuas se encienden cuando las personas se sienten indefensas frente a la injusticia o la falta de oportunidades.

¿Quién le brinda opciones de mejor vida a un joven de Tumaco, Quibdó o Buenaventura? Por supuesto que el valor de símbolo de los bandidos heroizados es distinto en las viejas sociedades agrarias que en las urbes modernas. Pero comparten sus ingredientes sociales y el arraigo cultural del gran protector.

Si no puede ser ya el hacendado o el gamonal local, se acude a otros que vienen de abajo y no conocen límites a su intento de ascenso social. Por esa razón seguiremos viendo convertirse en símbolo del poder de los débiles a bandidos que reparten favores a cambio de fidelidad, reconocimiento y prestigio por su “buen corazón”.

*Doctora en Antropología de la Universidad de Brasilia, antropóloga de la Universidad de los Andes, Profesora emérita del Departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia e investigadora del Centro de Estudios Sociales (CES).

 

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