Medellín quiere acabar con los símbolos de la cultura facilista y violenta del narcotráfico, incluido el edificio insignia de Pablo Escobar. Sin embargo, se necesita mucho más que una demolición para acabar con la cultura traqueta de la ciudad*
Gustavo Duncan**
Famoso e infame
Es difícil encontrar una palabra en español equivalente a infamous del inglés. Podrían utilizarse los adjetivos infame o nefasto, pero estos se quedan cortos porque no tienen la connotación de lo famoso que contiene la palabra inglesa y se restringen a los aspectos negativos de lo que se quiere calificar.
El edificio Mónaco en Medellín es un ejemplo perfecto para utilizar el adjetivo infamous. Los dos elementos de su significado están presentes: es famoso por ser el refugio de Pablo Escobar e infame porque desde allí se planearon muchos crímenes y atentados. Allí se reunieron muchos de los personajes que desangraron a Colombia en la guerra del cartel de Medellín contra el Estado y en ese lugar hubo una explosión con centenares de kilos de dinamita que puso el cartel de Cali para golpear a Escobar.
Quizá no exista hoy un lugar en Medellín que recuerde más a Pablo Escobar que este edificio (a excepción de la cárcel La Catedral). No resulta extraño entonces que la dirigencia antioqueña quiera hacer algo para anular el valor simbólico negativo del edificio Mónaco y transformarlo en un símbolo arquitectónico que reconcilie a Medellín con su historia.
No obstante, la idea inicial de hacer un museo no será posible ya que por problemas estructurales habría que reforzar los cimientos del edificio con un costo de alrededor de diez millones de dólares. Por eso hay que demolerlo y reemplazarlo con otra cosa.
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¿Qué representa?
![]() ¿Triunfó el Estado? Foto: Wikimedia Commons |
Sin embargo, no hay claridad en aquello que se quiere neutralizar como símbolo. La mayor preocupación para la ciudad parece ser que en el exterior crean que allí solo habitan criminales y que es un lugar de turismo de sexo y drogas. En el fondo, la incomprensión también es de los propios colombianos que no han entendido que cuando series de televisión, camisetas, música y demás mercancías aluden a Pablo Escobar en realidad están haciendo una alegoría a algo muy diferente a lo que él fue.
Para los extranjeros Escobar es un símbolo de rebeldía por fuera de la ley, un bandido que se enfrentó a un Estado ilegítimo, corrupto y controlado por oligarquías tradicionales. Esta es una versión alterna de la rebelión tradicional de los guerrilleros del tercer mundo, pero menos ideologizada y más hedonista.
Para los extranjeros Escobar es un símbolo de rebeldía por fuera de la ley, un bandido que se enfrentó a un Estado ilegítimo.
No es casual entonces que Escobar ocupe un puesto tan importante como ícono de la rebeldía desideologizada: se trata del bandido más importante de la segunda mitad del siglo XX y quizá sea uno de los más famosos de la historia. Ningún otro narcotraficante se atrevió a enfrentarse al Estado como él lo hizo y ninguno tuvo tanto éxito en su guerra.
Por supuesto, en el resto del mundo poco reparan en todo el dolor causado a las víctimas inocentes de los atentados o a los magnicidios de funcionarios honestos. No es que sean cínicos, es que esa es la manera en que se construyen los símbolos cuando la gente no los padece. Algo similar sucede con la iconografía del Che Guevara: la gente lo admira si se fija en su lucha antiimperialista y en la reivindicación de los oprimidos, pero no celebran que haya sido racista, homófobo y haya respaldado los batallones de fusilamiento.
Por eso en Medellín están de acuerdo en que lo que se haga con el edificio Mónaco debe ser en homenaje a las víctimas.
La cultura traqueta
Es claro que el objetivo es neutralizar la cultura traqueta que instauró Escobar en Medellín. Pero aquí, de nuevo, sale a relucir la incomprensión de la historia de la ciudad.
Se puede decir que el 99 por ciento de lo que se considera cultura traqueta no es más que una moda. Son comportamientos y hábitos cotidianos que hacen alusión a la individualidad, al hedonismo y a la opulencia a través de símbolos asociados al crimen. Pero la gran mayoría de quienes utilizan estas modas no cometen delitos.
En tiempos de reguetón lo usual es que la gente del común, en particular los jóvenes, vistan como si fueran forajidos de un gueto. Sin embargo, basta hacer una simple suma de lo que cuesta cada una de las prendas y accesorios para darse cuenta de que solo son la imitación de un verdadero pandillero.
Como todas las modas relacionadas con una transgresión del orden, esta, luego de que sea normalizada, se diluirá por puro hastío. Igual ocurrió con el rock de los sesenta y setenta. Por ejemplo, los músicos ingleses que denigraban del sistema no tardaron mucho para aceptar convertirse en caballeros cuando la reina los condecoró. La sociedad asimiló sus reclamos y se convirtieron en parte del paisaje.
Los punks, que nacieron como una respuesta de la clase obrera al virtuosismo del rock, tampoco tardaron en aburguesarse. Tan pronto se convirtieron en una mercancía de consumo masivo nunca más fueron un peligro para el orden establecido.
Que la imagen de Escobar sea utilizada como alegoría para ciertas modas que van y vienen no es un asunto que deba preocupar. Su imagen en camisetas y en series de narcos no crea delincuentes, ni estimula a sociedades con tendencias a la criminalidad.
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El problema real
![]() Edificio Mónaco Foto: Alcaldía de Bogotá |
Otros aspectos de la cultura en Colombia son los que deberían preocuparnos. Por ejemplo, la cultura de aprovechar el poder político para conseguir riqueza y utilizar al gobierno para saciar intereses privados. El caso de Odebrecht y el del cartel de la toga, por solo mencionar un par, demostraron que el soborno es una práctica generalizada entre la élite dirigente de Bogotá, gente muy distinta a la imagen que se tiene de la cultura de los narcos.
Lo que en verdad debería preocupar del legado del narcotráfico en Medellín son las formas de control social y de realización profesional que instauró entre los jóvenes. Pertenecer a organizaciones criminales es una opción de vida que se presenta todavía a la vuelta de la esquina en la mayor parte de la ciudad. Con ellas los jóvenes tienen la oportunidad de acceder a estatus, poder y recursos sin sacrificios de largo plazo, como estudiar.
En estos espacios se reproducen prácticas culturales diferentes a las de criminales comunes que cometen delitos para ganar dinero. En este caso aprenden a imponer normas en la comunidad, a vigilar un territorio y a convertir el poder que ejercen en rentas criminales.
En un principio estas rentas venían del tráfico internacional de drogas. Las bandas que controlaban los barrios recibían dinero de Escobar y los narcos para hacer la guerra contra el Estado. Pero cuando el narcotráfico dejó de financiarlos, la cultura de control social se mantuvo igual por parte de los bandidos, que ahora se volcaron sobre las rentas disponibles en las comunidades.
El 99 por ciento de lo que se considera cultura traqueta no es más que una moda.
Ejercer como gobiernos locales al margen del Estado les permite controlar las plazas de drogas, cobrar extorsiones y tener monopolio sobre ciertos productos (incluidos huevos y arepas), entre muchos otros negocios. Todavía quienes concentran el poder sobre la mayor cantidad de territorios acumulan las rentas que de allí se derivan.
Solucionar esta cultura ilegal exige cambios sociales y construcciones simbólicas que van mucho más allá de lo que se vaya a hacer con el edificio Mónaco. Incluso se podría decir que este no es un símbolo importante para los jóvenes vulnerables que están en riesgo de convertirse en mano de obra de las organizaciones criminales y que rara vez visitan este edificio en ruinas, ubicado en un sector de clase alta.
Los símbolos de la cultura criminal a los que están expuestos los jóvenes de Medellín son las prácticas cotidianas que reverencian el estatus y el poder de los bandidos que controlan muchos barrios de la ciudad. Y lo peor es que culturas como estas parecen estar difundiéndose en muchos otros lugares en Colombia.
*Razón Pública agradece el auspicio de la Universidad EAFIT. Las opiniones expresadas son responsabilidad del autor.
**Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Northwestern, Master en Global Security de la Universidad de Cranfield, investigador en temas de construcción de Estado, sociología, conflicto armado y narcotráfico en Colombia.