Detrás del Sí y el No hay dos visiones opuestas del mundo y por eso la polarización no acabará con esta votación. ¿Será que el proceso de La Habana logra recomponerse para incluir al uribismo y al mismo tiempo lograr el ingreso de las FARC a la política?
Juan Carlos Palou Trías*
Confrontación para rato
Más allá de los argumentos de los partidarios del Sí y del No, el plebiscito para refrendar o no refrendar el Acuerdo de paz fue una confrontación entre dos mentalidades muy divergentes sobre el ser humano y sobre la historia:
- Por un lado se encuentra una antropología pesimista según la cual el hombre solo es bueno si se le obliga a serlo.
- Por otro está una antropología optimista según la cual el hombre es bueno si se le garantizan las condiciones para serlo.
Para la mayoría de los pesimistas, solo la derrota militar de las FARC garantizaría su buen comportamiento futuro, pues permitiría pasarlos por las armas o por la cárcel para lograr su domesticación. Y para la mayoría de los optimistas, al abrirle espacio a la guerrilla en la vida política legal, otorgándole algunas reformas ineludibles, se lograría el abandono del comportamiento violento que las ha caracterizado.
Estas concepciones del mundo también son muy diferentes en cuanto a su actitud frente al futuro que se avizora tras la eventual suscripción de un acuerdo de paz: unos consideran que el cambio debe evitarse a toda costa por los males que se vienen, mientras que otros consideran que el futuro (a pesar o gracias al acuerdo de paz) traerá progreso y mejoras sociales y políticas.
La pregunta que queda es si el resultado del plebiscito será realmente aceptado por ambos sectores.
Los pesimistas tienden a añoran los gobiernos de Uribe, alineados en el propósito de la derrota militar de la guerrilla, y tachan de degradación moral el haberse sentado a negociar con homicidas impenitentes. Los optimistas sueñan con un país en paz que deje atrás décadas de violencia política y consideran que la reincorporación de las FARC enriquecería la democracia puesto que incluiría en el campo político una ideología culturalmente proscrita. Para ellos, el tránsito de la lucha militar a la lucha política representa un avance ético que destierra la violencia y la reemplaza por el trámite institucional de los conflictos.
Las amenazas de la polarización
![]() Presencia de las FARC en los acuerdos para la paz. Foto: Facebook de las FARC |
La tensión entre estas dos mentalidades no desaparecerá ni siquiera en el evento de que las FARC se disolvieran como grupo armado. Pero la pregunta que queda es si el resultado del plebiscito será realmente aceptado por ambos sectores. Si así es, entonces se podrían garantizar el equilibrio y la convivencia entre esas concepciones contrapuestas.
Se dice que la democracia es el sistema político que permite la coexistencia de alternativas de acción contradictorias: unas controlan el poder (mayorías) y otras esperan turno para controlarlo (minorías), por lo cual es necesario protegerlas.
También se dice que la sostenibilidad de la democracia liberal depende de la existencia de un centro político lo suficientemente vigoroso como para sofocar las tendencias centrífugas y deletéreas de las minorías extremistas. El plebiscito, planteado en forma de alternativas excluyentes, alimentó una polarización política que tiene visos de proyectarse hasta la era post-plebiscito.
Ante un triunfo del Sí habría existido el riesgo de la deriva extremista de algunos actores políticos. Habría sido muy probable que el Centro Democrático rechazara el resultado con diversos argumentos: fraude electoral, compra de conciencias con “mermelada” o insuficiencia de garantías para promover el No. Las profecías apocalípticas que agitaba y aun agita este grupo podrían cobrar la suficiente fuerza como para hacer realidad el lema laureanista de llegar hasta “la acción intrépida y el atentado personal para hacer invivible la República”.
Por otro lado el partido o movimiento político que surja de la eventual desmovilización de las FARC podría adoptar estrategias y comportamientos que pongan en serio riesgo la estabilidad del sistema político y bloqueen las necesarias reformas para hacer de Colombia una sociedad incluyente. No es impensable que las FARC ya convertidas en partido político decidieran acudir de manera sistemática a las vías de hecho. La movilización populista es a veces un recurso de fuerzas políticas emergentes cuando quieren entrar en un campo controlado por partidos con larga trayectoria de clientelismo y dominio de los aparatos del Estado.
Pero los últimos años de nuestra vida política, salpicados de paros campesinos, de transportadores, de indígenas y de otros grupos sociales, demuestran que las vías de hecho no son el camino para lograr las reformas. En estas situaciones se prescinde del cálculo de consecuencias y se lo reemplaza por la administración de la contingencia. De ahí los incumplimientos sistemáticos del gobierno y la recurrencia de las protestas populares.
En esa forma no se fortalecen las instituciones ni se logra la superación deliberada y sólida de las inequidades sociales. Si la protesta se convirtiera en el instrumento privilegiado y sistemático de acción política del futuro partido de las FARC se podría llegar al colapso de nuestras instituciones.
El pragmatismo y el poder
![]() Campaña política en contra del plebiscito por parte del Centro Democrático. Foto: Facebook Centro Democrático |
El plebiscito no fue una batalla definitiva sino apenas un escalón en el proceso de construcción de una sociedad más incluyente. El resultado tan reñido puede y debe interpretarse en el sentido de que el proceso de La Habana no ha creado triunfadores ni perdedores absolutos, y de que la exclusión de la violencia de la vida política mejora las condiciones de seguridad para todos.
En el futuro podría abrirse paso un sano pragmatismo que enfrente el enorme obstáculo de los extremismos políticos, o aquello que ha sido llamado la “crisis de la agencia” por el sociólogo Zygmunt Bauman o el “fin del poder” según Moisés Naim. La principal víctima de esa crisis es el Estado, que Bauman define como aquel aparato que está (o estaba) armado simultáneamente de “poder (capacidad para hacer las cosas) y política (capacidad para asegurarse de que hace las cosas correctas)”. Naim, por su parte, encuentra elementos positivos en la situación descrita, ya que se produce una democratización del poder que está en muchas manos (micro-poderes) y no solo en las del Estado. Pero ambos coinciden en la idea de que el Estado habría perdido toda capacidad para resolver los más graves problemas sociales.
En nuestro caso enfrentamos la paradoja de que mientras la desaparición de la guerrilla de las FARC crearía condiciones para la consolidación del Estado en territorios periféricos, el contexto globalizado en el que nos movemos apunta a la disolución de la capacidad y eficacia del Estado para hacer las cosas que hay que hacer. En otras palabras, el Estado colombiano entraría en decadencia antes de haber llegado a la madurez.
El Estado colombiano entraría en decadencia antes de haber llegado a la madurez.
Precisamente, la implementación de los acuerdos eventuales sería un termómetro de la capacidad estatal para resolver los problemas de inclusión social. Y esta capacidad se vería puesta a prueba sobre todo en la ejecución de una reforma rural. Revertir las limitaciones de Estado en esta área será difícil, y más ahora que estamos enfrentando una crisis fiscal de grandes proporciones.
Lealtad hacia las instituciones
Albert Hirschman planteó la famosa trilogía de “salida, voz y lealtad” para explicar las estrategias que adoptan los individuos y los grupos para enfrentar las fallas o desajustes de las instituciones de las que forman parte.
Las FARC están en el proceso de renunciar a la opción de “salida” del sistema político por la cual optaron en 1964, al considerar que su voz no era escuchada. La oferta implícita en un acuerdo de paz es resolver algunas de las demandas que no fueron reconocidas en su momento. Pero esta voz debe mantenerse en el futuro y en esa medida debe transformarse el campo político con la inclusión de un actor nuevo e impredecible. Con ello se evitaría un retorno a la opción de “salida” esto es, una recaída en el conflicto armado.
Esta inclusión potencial implica al mismo tiempo una amenaza de salida de otros actores que no están dispuestos a compartir el espacio político o el poder con ideologías radicales de izquierda. Por ejemplo el Centro Democrático venía diciendo que, si sus reclamos no eran escuchados, podría optar por la salida, que en su caso consiste en arreciar la erosión de la legitimidad de las instituciones.
De hecho, esto ya sucedió bajo los gobiernos de Uribe: deslegitimar a la Rama Judicial cuando sus decisiones lo perjudicaban y permitir la cooptación de instituciones del Ejecutivo y del Congreso por parte de la criminalidad organizada.
En la teoría de Hirshman, la manera de evitar la opción de salida por parte de algún actor político es garantizarle una voz efectiva que recoja sus demandas y las atienda con eficacia. Si este principio se cumple durante un largo período se puede llegar a crear un vínculo de lealtad de los ciudadanos con el sistema institucional. Si se alcanza esta lealtad, la tensión interna disminuye, se amplía el margen de maniobra para corregir las fallas y se logra la estabilidad del sistema.
El reto de las instituciones políticas a lo largo de todo este proceso consistirá en lograr la lealtad de la mayoría de los ciudadanos, tanto de quienes están en curso de reingresar al sistema (la guerrilla) como de quienes hasta el día de hoy venían amenazando con la salida (el Centro Democrático). La eficacia estatal en la aplicación de las políticas públicas y en la implementación de los acuerdos será el instrumento privilegiado para alcanzar este objetivo.
* Consultor independiente