Trump arrecia la mano dura y nombra a un halcón como su Secretario de Estado.
Andrea Arango Gutiérrez*
Un “trino” de Donald Trump destituyó al responsable de su política exterior. Una crónica de choques personales que en realidad confirman el peligroso giro de Estados Unidos hacia la mano dura y hacia el proteccionismo.
Un despido destemplado
Lo impresionante no fue el hecho sino la forma.
El Secretario de Estado Rex Tillerson tuvo que abandonar súbitamente su visita al África cuando John Kelly, el Jefe de Gabinete, le “sugirió” que regresara a Washington porque el presidente iba a hacer un anuncio.
Y el anuncio fue un tuit personal de Donald Trump: “Mike Pompeo, Director de la CIA, será nuestro nuevo Secretario de Estado”.
Este despido no sorprendió a nadie porque los desacuerdos personales y políticos entre el presiente y el secretario ya eran conocidos. Pero la descortesía y la celeridad sí causaron revuelo y desconcierto.
La descortesía y el afán dan cuenta tanto del grave malestar de Trump con Tillerson, como de las movidas del ajedrez mundial hacia un orden multipolar donde el libre mercado y la diplomacia cosmopolita de Tillerson resultaban estorbosas para el presidente.
Tillerson no era el as bajo la manga de Trump sino la piedra en su zapato.
Incluir al exgerente general de ExxonMobil en el gabinete de un presidente outsider era una forma de trasmitir confianza a los amigos del libre mercado.
Dentro de un equipo de multimillonarios, la figura de Tillerson como secretario de Estado equivalía a decirles a los inversionistas que “América primero” solo era una estrategia retórica para obtener la Presidencia. Según este mensaje, Trump volvería a la política comercial e internacional de los republicanos, que favorece a las multinacionales aún a costa de las viejas industrias nacionales donde él buscaba su apoyo electoral.
Pero los desacuerdos constantes entre el presidente y el secretario durante los 14 meses que estuvo en el cargo demostraron que Tillerson no era el as bajo la manga de Trump sino la piedra en su zapato.
De la geopolítica a la imbecilidad
![]() Secretario de Estado Rex Tillerson, junto al Presidente Donald Trump. Foto: Share America |
Las diferencias en materia de política internacional salieron a la luz en el discurso de Trump ante la ONU donde afirmó que “no podemos cumplir” un acuerdo que permite la conversión de Irán en potencia nuclear, y donde además amenazó con “destruir totalmente” a Corea del Norte – pocos días antes de que Tillerson comenzara sus acercamientos con Kim Jon-un para explorar la de por sí muy difícil desnuclearización de la península-.
Es más: según el twitter de Trump, “Le dije a Tillerson, nuestro maravilloso Secretario de Estado, que está perdiendo el tiempo al tratar de negociar con el pequeño hombre-cohete (Kim Jon-un)”.
Pero el malestar llegó a su clímax el 4 de octubre de 2017, cuando CBS News informó que el secretario de Estado se había referido al presidente como “un imbécil” (en inglés “moron”). Tillerson en ese momento se encontraba en China y Trump estaba de visita en Puerto Rico, donde causó otro escándalo por su ignorancia y su trato displicente de las víctimas del huracán que había destruido la isla.
El malestar llegó a tal punto que la prensa empezó a hablar de un “pacto suicida ” entre el propio Tillerson, el secretario de Defensa Jim Mattis y el secretario del Tesoro Steve Munchin –tres de los “adultos” que presumiblemente ayudarían a evitar los dislates de Trump-. El pacto consistía en que los ministros de relaciones exteriores, de defensa y de hacienda renunciarían en bloque si el presidente amenazaba con despedir a alguno de ellos.
Desacuerdos sobre todo
La tensa calma que siguió al episodio del “imbécil” sobrevivió a duras penas hasta el trino del martes pasado donde Trump anunció que estaba reemplazando a Tillerson. Pero antes de este despido se produjeron otros desencuentros a propósito, entre otros, de
- El retiro del Acuerdo de Paris mientras Tillerson decía que “Estados Unidos mantendrá sus esfuerzos de reducción de las emisiones”.
- El anuncio del traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalén que Trump hizo en el aniversario del Estado de Israel.
- El apoyo de Trump a Arabia Saudita en el bloqueo a Katar, mientras que Tillerson trataba de mantener el equilibrio entre esos dos aliados en Oriente Medio.
- La más reciente declaración del secretario donde responsabilizó a Rusia por los ataques químicos en Siria (mientras que Trump no acusa sino a Bashar al-Assad).
Y esta es la gota que rebasó la copa: el día anterior a su despido, Tillerson se distanció expresamente de la Casa Blanca al declarar que Inglaterra tenía razón al acusar al gobierno de Putin por el ataque químico contra un exespía ruso en territorio inglés. Por razones, digamos “misteriosas”, Trump se ha cuidado religiosamente y desde hace muchos años de no hablar mal del presidente Putin.
Esta decisión da señales de que Trump sabe leer muy bien el actual escenario internacional, en el que los conciliadores cada vez tienen menos espacio y la intimidación gana terreno.
Pero además la destitución de Tillerson se produce justamente en el momento de concretar el encuentro entre Trump y Kim Jong-un que tendría lugar en mayo. Para eso el presidente necesita un secretario de Estado que comparta sus instintos ideológicos (es difícil hablar de “posiciones” o “lineamientos” de política porque nadie los conoce): Mike Pompeo es un “duro” comprobado y a lo mejor le ayude al presidente en su improbable y arriesgado intento de negociar de tú a tú sobre un asunto técnico y geopolítico que el desconoce casi por completo.
América primero
Es claro que las diferencias entre Trump y Tillerson frente a la política internacional y la forma de llevar las relaciones con los demás países son profundas.
En efecto, Tillerson encarna las posiciones del establecimiento y los intereses de Wall Street en la esfera global, mientras que Trump, de manera sorprendente, se ha mostrado dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias para cumplirles a sus electores las promesas que hizo en la campaña.
Un ejemplo de esta distancia fue la decisión presidencial del 8 de marzo de imponer un arancel de 25 por ciento a las importaciones de acero y del 10 por ciento a las de aluminio, decisión que afecta de manera directa a socios estratégicos como Canadá y México.
Esta decisión confirma el empeño de Trump en defender la vieja y declinante industria nacional que produce estos dos materiales, en perjuicio de las industrias derivadas (por ejemplo, la de automotores) y de los consumidores norteamericanos (que deberán pagar el sobreprecio), amén de contradecir los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio y los tratados internacionales, comenzando por el de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, siglas en inglés) que Tillerson defiende.
La voluntad de Trump se sobrepone a los obstáculos impuestos por actores poderosos dentro de la economía norteamericana pero además contradice la lógica misma de la globalización, que empuja hacia la des-locación de empleos y la des-laboralización de los países postindustriales.
Esta actitud también va en contravía del acuerdo entre los dos partidos que han respetado todos los presidentes desde el final de la Segunda Guerra: una política del libre comercio. Con esta y otras varias medidas y anuncios, Donald Trump confirma ser el outsider que lucha contra el “establecimiento”.
En el plano internacional, la consiga de “América primero” va en contravía de lo que piensa el establecimiento que a la hora de la verdad representaba Tillerson: una política exterior dedicada a proteger las instituciones internacionales, al cuidado de los aliados, a velar por los derechos humanos, a ampliar los mercados y a mantener el consenso para la estabilidad mundial.
En cambio para Trump Estados Unidos debe replegarse y adoptar un modelo mercantilista de protección en lo económico y un ejército fuerte que emplee a la mano de obra nacional aun cuando sea contra de las instituciones internacionales, los aliados, el libre mercado y hasta los derechos humanos.
Mano dura para poder intimidar
![]() Discurso del Presidente Donald Trump en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Foto: Embajada y Consulados de Estados Unidos en México |
La noticia del 8 de marzo sobre la reunión con Kim Jon-un apresuró la decisión inevitable de despedir a Tillerson.
El cambio del exgerente de una multinacional consciente de la necesidad de ser moderado para entablar negociaciones, por el de un director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) o agencia de espionaje, deja claro que para negociar con una línea dura como la de Corea del Norte se necesita un secretario de Estado de línea dura.
El punto más álgido en el malestar de la relación se dio con el escándalo mediático del 4 de octubre de 2017, donde la cadena de noticias CBS News informó que el secretario de Estado se había referido al presidente como un ‘maldito idiota.
Pero esta decisión también muestra que Trump sabe leer el actual escenario internacional, donde los conciliadores cada vez tienen menos espacio y la intimidación gana terreno.
El cosmopolitismo y la diplomacia blanda tenían sentido en el orden mundial de la posguerra fría donde Estados unidos era el poder hegemónico.
Pero desde el 2001 y la emergencia pacifica de China, se ha venido configurando un orden multipolar donde los ideales cosmopolitas, las políticas internacionales pro mercado y la diplomacia del consenso han quedado de lado para darle espacio a nuevos jugadores, así como relevancia a algunos viejos.
Los aliados estratégicos del siglo XX ya no son el factor clave y ahora es necesario darle prioridad a países como China, Rusia y Corea del Norte con todo lo que ello implica en términos de decisiones y estilos de negociación.
*Politóloga de la Universidad de Antioquia, magíster en Ciencia Política de San Diego State University en California (SDSU), profesora en la Universidad de Antioquia y la Universidad Eafit.