La Iglesia Católica ha cambiado su posición en lo referente a la salida del conflicto armado y a la nueva reelección del Presidente Uribe.
Medófilo Medina
"El conflicto no tiene solución por la vía armada". Esta fue una de las afirmaciones enfáticas de las formuladas por monseñor Rubén Salazar, arzobispo de la arquidiócesis de Barranquilla y nuevo Presidente de la Conferencia Episcopal, en la edición del Reportaje de Yamit correspondiente al 29 de marzo del presente año, en el diario El Tiempo. Una bomba informativa porque da cuenta de un cambio importante de la jerarquía católica, al menos en relación con la posición que ha mantenido durante los últimos años en torno a las cuestiones de la guerra y la paz en Colombia. Ello no quiere decir que el Presidente Uribe haya perdido del todo los afectos de buena parte de los prelados colombianos.
Primero glosaré los aspectos centrales del reportaje y luego miraré a sus alcances y a las reacciones que ha provocado entre los amigos del señor Presidente.
La propuesta de partida
La necesidad de concertar un acuerdo mínimo que establezca que todo programa electoral parta del principio de la no violencia. A la elaboración de ese acuerdo llegaría la Comisión Nacional de Conciliación mediante un proceso de diálogo con la participación de muy diversos sectores de la política y la sociedad. Un movimiento por un acuerdo de esa naturaleza previsiblemente se configuraría como un obstáculo para la reelección, en la medida en que los dos períodos de gobierno del Presidente Uribe Vélez han tenido en la guerra su eje articulador. Anoto lo anterior para señalar el alcance de las ideas que ha esbozado monseñor Salazar.
El diagnóstico
"Estamos convencidos de que el conflicto no tiene solución por la vía armada"; y como para que no queden dudas sobre lo dicho, el prelado agrega: "Este tipo de conflictos jamás se solucionan (sic) militarmente". El diagnóstico se completa: "… el conflicto armado no es sino un aspecto del problema social de Colombia". Lo han dicho y escrito otros, pero esa afirmación convertida en un enunciado del Presidente de la Conferencia Episcopal producirá una resonancia nueva.
Y no se trata únicamente de quién lo dice. Las palabras las califica el momento. Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde febrero de 2002, cuando el Presidente Pastrana clausuró la Zona de Distensión de El Caguán. Cabe anotar también en lo tocante al diagnóstico que ni el periodista pregunta sobre la denominación de conflicto armado ni el personaje cree pertinente hacer alusión al uso de tal categoría. La existencia del conflicto armado es la premisa sobre la cual está construido el reportaje.
La salida
Debe buscarse ascendiendo peldaños: "Queremos que se logre un acuerdo mínimo para que, a través de un gran diálogo (las negrillas de M.M.) se busque la solución del conflicto armado". Pero el gran diálogo no se agota en el acuerdo político, es al tiempo instrumento para enfrentar un desafío histórico: "El gran reto que nosotros tenemos es aceptar que hay que aplicar unas reformas sociales de fondo".
En el reportaje, monseñor Salazar llama la atención sobre la urgencia de la iniciativa de la paz. Después de reconocer "…el éxito de la seguridad democrática del señor presidente Uribe…" señala que "La guerrilla está presente en mil formas distintas en muchas partes del país y está recobrando fuerza". Y añade: "… ciertamente, uno advierte que la guerrilla está tomando un nuevo aire, un nuevo impulso".
Más allá del reportaje, debe registrarse que la Iglesia ha desplegado ya una serie de acciones encaminadas a convertir en realidad las propuestas de Rubén Salazar. Diversas gestiones deben conducir a la realización en julio del presente año de conversatorios en las diversas ciudades y regiones del país para recoger propuestas sobre la negociación como salida al conflicto armado[1]. Desde luego me parece que tal proyecto se mostrará realista si en la práctica el gran diálogo se desarrolla en una perspectiva incluyente, que se libre de tentaciones hegemónicas y que establezca puentes con los sectores que en la presente etapa han venido trabajando en la perspectiva humanitaria y de solución política negociada al conflicto armado.
He oído comentarios en el sentido de que en el reportaje, el Presidente de la Conferencia Episcopal subestima la lucha por el intercambio humanitario. En verdad ese es el tono. Pero no puede decirse que se produzca una contraposición. Valora el intercambio como un primer paso, pero inscrito en una lógica de búsqueda de solución general del conflicto. Estimo que, dada la extrema polarización actual, la búsqueda del acuerdo humanitario y lo que ello implica para la regularización del conflicto a tono con los Protocolos de Ginebra es una etapa que está en un primer plano en el orden de urgencias. Desde luego los logros en el campo humanitario fortalecerán la perspectiva de la paz.
Una nueva posición
Aunque el reportaje resulta sorprendente, no debe olvidarse que el cambio de la Iglesia a propósito de la guerra y la paz en Colombia tiene detrás de sí una historia inmediata algo tortuosa, que puede seguirse en los cambios de tono y de personajes de las tres recientes conferencias episcopales.
– En la primera de ellas salió designado como presidente el arzobispo de la arquidiócesis de Bogotá, Cardenal Pedro Rubiano. Un jerarca de la línea de la seguridad democrática empeñado en garantizar el apoyo de la jerarquía al presidente Uribe. Si bien contó con sólido respaldo entre los obispos, sus declaraciones sin matices generaron también una notable inconformidad, tanto de quienes están abiertamente por una salida negociada al conflicto armado, como de aquellos prelados que no quieren asumir un compromiso incondicional con el régimen político.
– En la siguiente conferencia se llegó a un compromiso con la elección del arzobispo de Tunja, Luis Augusto Castro, un obispo con experiencia en la mediación, con sensibilidad social, con conocimiento pastoral y sociológico de las zonas más conflictivas de la geografía colombiana y con oído atento al clamor de las víctimas. Su gestión fue seriamente obstaculizada y sus proyectos neutralizados. Los medios jugaron su papel. Ante cada declaración de monseñor Castro, los periodistas entrevistaban al cardenal Rubiano quien se pronunciaba en sentido contrario, con lo cual Castro aparecía como desautorizado. En verdad la voz oficial de la Iglesia no es la del obispo que tenga la distinción más alta sino la del Presidente de la Conferencia Episcopal. Pero eso el público no lo sabe y – dados los protocolos de una institución con altísimo espíritu de cuerpo- no cabía esperar aclaraciones.
– La designación como presidente en una nueva conferencia de Rubén Salazar constituye un nuevo ensayo en el que se privilegia la eficacia y la clarificación de las posiciones políticas. En lo personal Salazar no es un hombre de izquierda. Había sido más bien discretamente uribista, lo cual contribuye a afianzar la idea del cambio político que se está produciendo en la Iglesia jerárquica. Es una estrella en ascenso. No sería sorprendente verlo en el futuro al frente de la arquidiócesis de Bogotá e investido de la dignidad cardenalicia.
El no a la reelección
Reflejando en primer lugar una preocupación de orden ético sobre el cambio arbitrario de las reglas del juego, monseñor Salazar se ha manifestado contra la reelección. En principio aquí no hay novedad. Los lectores recordarán que hasta el inefable Cardenal Rubiano recientemente había mostrado sus reservas sobre la nueva reelección. Al respecto lo nuevo está dado por la contundencia con la que se formula la declaración y por las consideraciones de conjunto que la sustentan: "Es antidemocrática la perpetuación de una persona en el poder. No es claro ni limpio, desde el punto de vista democrático, producir permanentes reformas a la Constitución para permitir que un presidente continúe".
Las reacciones
No quisiera dejar por fuera de estas notas las primeras reacciones que se dieron en el campo uribista contra la nueva posición de la Iglesia. Ya el lunes 30 de marzo, al día siguiente de la publicación del reportaje, leí al tiempo que tomaba el chocolate mañanero: "Y añadió que monseñor lo que está planteando es ´saquemos a Uribe y entreguémonos a la guerrilla´, lo cual es un error que ya cometimos en el gobierno de Pastrana. Eso es como volver al Antiguo Testamento". Son declaraciones del representante uribista a la Cámara Roy Barreas. Es el estándar uribista que invariablemente se administra a quien se manifieste por la salida negociada.
Con cierta pretensión erudita el senador Armando Benedetti afirmó: "Yo creí que las épocas en las que la Iglesia se metía en la política, en el siglo pasado y que generaron tanta violencia, habían sido superadas por la modernidad"[2] (si el senador tuviera alguna idea de la forma en que participó la Iglesia en la política colombiana de los siglos XIX y XX no se hubiera permitido la simpleza que dijo).
De momento la voz de la Iglesia ha entrado en el debate político en la alta significación de la política como el terreno de la controversia por las cosas de bien común.
Notas de pie de página
[1] Declaraciones del padre Darío Echeverri, Secretario de la Comisión Nacional de Conciliación, Caracol, 2 de abril de 2009.
[2] El Tiempo, 30 de marzo de 2009, p. 1-3.