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El camino de la paz: Voluntad política y correlación de fuerzas

Escrito por Ricardo García Duarte
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ricardo garciaUn análisis agudo y breve del Acuerdo, los discursos y el balance militar sugiere que ambas partes concluyeron que la guerra ha llegado a su fase de rendimientos decrecientes y que la vía negociada les conviene.

Ricardo García Duarte*

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El presidente Santos anunció que la etapa de discusión que se inicia en Oslo  será relativamente breve y sin interrupciones.  Foto: Presidencia
 

Sin querer queriendo

¡Prometimos vencer y eso haremos! martilló Timochenko, el jefe de las FARC. Anunciaba con sus aires de guerrillero envejecido y montaraz la negociación con el gobierno, la cuarta en los últimos 30 años; una negociación con la que -sin quererlo de verdad- siempre se pretendió poner fin a una guerra de 48 años.

En efecto: arengar sentenciosamente con la idea de victoria — vestido de camuflado y desde el monte — no puede aportar sino escepticismo con respecto a la sincera voluntad de paz por parte de un grupo guerrillero que siempre planteó, mientras crecía, la necesidad de conversar con el Estado, aunque nunca hubiera pensado en abandonar la lucha armada.

Escenario reconfigurado y negociaciones

Sin embargo, otra expresión de Timochenko se refiere a su voluntad de “no pararse de la mesa hasta izar las banderas que había defendido”

Se trataba de un compromiso — casi otra promesa — de aceptar un nuevo marco para esa lucha: precisamente el de la negociación. Un escenario donde obviamente no hay por qué renunciar a las metas que inspiraron la rebelión violenta, pero donde se impone la ley de la transacción, la de las concesiones mutuas. Donde la victoria, si la hay, tendrá que ser compartida con los enemigos de la víspera; lo que equivale casi a decir que no habrá victoria… pero tampoco derrota.

Por su parte el presidente Santos anunció que la etapa de discusión que se inicia en Oslo será relativamente breve y sin interrupciones. Lo que equivale casi a decir que las partes se deben amarrar a las sillas hasta firmar los acuerdos que las dejen satisfechas.

Ya se sabe que el compromiso mutuo en una negociación sin pararse de la mesa pertenece a una metodología, cuya base es la confianza en el hecho de que el conflicto en cuestión ofrece salidas, por más severos que sean los inevitables impasses. Salidas que en todo caso resultan menos onerosas que la prolongación de la guerra.

La adopción de ese procedimiento estaría indicando la existencia de algunos avances en la dirección de la paz, construidos probablemente en la etapa de los contactos exploratorios. Los cuales estarían ratificados por el hecho de que el acuerdo que clausuró tal etapa ha incluido el cierre del enfrentamiento armado, como propósito central de los encuentros.

El fantasma del fracaso

Las reservas frente a ese compromiso no estuvieron completamente ausentes de los pronunciamientos, tanto de parte del presidente Santos como de Timochenko. Este último no dijo: nos comprometemos a hacerlo; expresó apenas un deseo condicionado: “pensamos en no levantarnos de la mesa”. Mientras tanto el jefe de gobierno advirtió que si no había progreso en las conversaciones, éstas simplemente se darían por terminadas.

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¡Prometimos vencer y eso haremos! martilló Timochenko, el jefe de las FARC.
Foto: tomada de Telesur.

En consecuencia, el margen para el fracaso — para la reversión de los encuentros — es una verdad instalada en la conciencia de las partes que van a negociar. Es un fantasma que flota sobre su horizonte inmediato y que se exorcizará solo si el gobierno y el grupo ilegal saben construir con rapidez un intercambio de concesiones recíprocas, de modo que le puedan abrir el espacio a una “escalada al revés”.

Es decir, dar paso a una lógica de ascenso en la cooperación mutua, que es simétricamente hablando, más o menos lo contrario de la escalada efectiva en el terreno de las balas, que de esa forma y en esa medida tendría que empezar a disminuir.

Auto-percepciones de poder

Todo dependerá, eso sí, de la decisión de Santos y de Timochenko, un terreno donde la voluntad política casi siempre cuenta con un margen de libertad para fortalecer el ánimo de confianza y la lógica de cooperación.

Aunque, en última instancia, se tratará de una situación determinada por dos factores de la guerra, no condicionada por simples invocaciones de orden moral o ideológico — del tipo “yo soy el bueno y el otro es el malo” o “yo defiendo la verdad y el otro no” — que solo sirven para apuntalar las pretensiones de legitimación de cada actor social.

Uno de tales factores es de orden objetivo; el otro es de carácter subjetivo:

  • El factor objetivo es la llamada correlación de fuerzas, que vincula y distancia al mismo tiempo a las partes; es decir, su equilibrio de poder relativo, en el sentido de que este le impida a cada una de ellas alzarse con la victoria total por medio de las armas.
  • El factor subjetivo corresponde a la manera y al grado como cada una de las partes aprecie aquella correlación de fuerzas. La valoración que cada actor haga de su propia fuerza y de la del enemigo va a resultar determinante. Un grupo combatiente, por ejemplo, puede disponer de poca fuerza, objetivamente hablando, y sin embargo, percibirse a sí mismo con posibilidades de crecer más de lo que puede efectivamente.

En el pasado, el conflicto siempre se desenvolvió en medio de un desequilibrio de poderes en favor del Estado, pero la guerrilla percibía un horizonte de crecimiento para su fuerza, lo cual la conducía a arriesgar costos políticos y sociales, a cambio de beneficios económicos y militares.

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Farc: siempre plantearon la necesidad de conversar con el Estado, aunque nunca hubiera pensado en abandonar la lucha armada.
Foto: marxistleninist.wordpress.com

Esos beneficios económicos y militares hacían pensar a las FARC que ellas tenían la posibilidad de transformar sus avances tácticos y territoriales en nuevas ventajas estratégicas, como la consolidación de lo que Mao Tse Tung llamara una guerra de posiciones.

Hoy ha quedado borrada la posibilidad de alcanzar esas ventajas estratégicas, aunque las FARC hayan mostrado capacidad de recuperación en materia de reclutamiento y en el poder de hostigamiento bajo la táctica de guerra de guerrillas.

Productividad decreciente del conflicto

En esas condiciones, lo que sobrevino fue un doble desgaste en el conflicto armado. El del Estado, por un lado; y el de la guerrilla, por el otro. Un doble desgaste que se tradujo no en que cada uno de los actores de la guerra haya perdido en términos absolutos capacidad de propinar golpes al otro, sino en lo que podría denominarse un estado de productividad bélica decreciente.

Mediante una enorme inversión humana y material, los golpes se siguen dando, pero sin romper un punto de equilibrio, sin sobrepasar un umbral a partir del cual se acelera la derrota militar del enemigo.

El Estado no logra traducir su ventaja estratégica evidente en una desbandada de las FARC, en su efectiva derrota. La guerrilla por su parte no está ya en condiciones de convertir su recuperación en el orden táctico en una nueva capacidad de iniciativa en el orden estratégico.

A partir de la conciencia compartida sobre esta doble productividad decreciente de la guerra, podría darse un intercambio de concesiones donde una política amplia e incluyente en materia de tierras, más las garantías plenas para el nacimiento de un nuevo partido político, fueran conquistas que pudiesen canjearse por una dejación de las armas de parte de la guerrilla…

Aunque, claro está, siempre queda el margen para que cada uno de los protagonistas de la guerra piense que puede seguir creciendo en el terreno militar o que al menos puede seguir existiendo ad-aeternum.

* El perfil del autor lo encuentra en este link.

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