El problema de fondo: baja productividad en la finca y pérdida de competitividad del café colombiano. La Federación agotó su batería de incentivos perversos. La salida consiste en separar los problemas productivos y económicos de los estrictamente sociales.
Juan José Perfetti*
La caficultura ha migrado hacia zonas donde la productividad es mayor, como los departamentos de Huila, Nariño, Cauca y Tolima. Foto: narinoacf.blogspot.com Crisis de ingresos El paro cafetero está llamando la atención del país sobre los graves problemas que enfrentan los productores del principal renglón de nuestra agricultura. En efecto, aunque esa actividad no tenga el esplendor de otros tiempos, ni pese tanto en nuestra economía como antaño, el café sigue siendo la principal fuente de ingresos y de empleo para muchos hogares rurales ubicados en más de la mitad de los municipios de Colombia. No en vano, la producción del grano es la principal fuente de empleo en el sector agropecuario. La situación que viven los cafeteros no puede entenderse como un fenómeno extraordinario ni inesperado. Desde hace varios meses se sabía de una serie de factores que estaban confluyendo sobre el sector, lo que hacía prever que la crisis emergería más temprano que tarde. Tras alcanzar en 2011 unos niveles bastante atractivos y rentables (producto del déficit mundial de oferta), los precios externos del grano comenzaron a caer, arrastrados en parte por la crisis económica internacional, que redujo la demanda de los principales países consumidores. Al mismo tiempo, debido a la respuesta positiva de la producción en varios países, fue desapareciendo el déficit de oferta que se había registrado, lo que agravó la caída de los precios internacionales del grano. Bajo estas circunstancias se desplomó la producción cafetera de Colombia. Simultáneamente -y al igual que muchas de las economías emergentes- Colombia ha sido afectada por la revaluación, lo que le ha creado grandes problemas a muchos de sus productos de exportación – y entre ellos el café. Todos lo anterior hizo que el nivel de ingresos de los cafeteros se deteriorara progresivamente. Ante la dificultad para salir de la crisis mediante mejoras en la productividad que contrarresten la caída en los precios, los productores no encuentran otra salida que pedir al gobierno una mejora en el precio interno de compra del grano. No se prepararon No deja de ser paradójico que la industria cafetera se vea sorprendida por la coyuntura, después de haber desarrollado una notable capacidad de investigación — en el Centro Nacional de Investigaciones de Café (Cenicafé), fundado en 1938 en Chinchiná (Caldas) — y de apoyo a la producción — con el Servicio de Extensión, que a su vez es receptor de cuantiosas ayudas estatales, dado que ningún gobierno ha ahorrado esfuerzos para apoyar a esta industria — y a pesar de que recibe la mejor prima en los mercados externos por la calidad de su café. Las cifras divulgadas por el gremio cafetero y el gobierno sobre el avance en la renovación de cafetales indican que una parte importante del área sembrada se encuentra en mejores condiciones productivas. De igual manera, la caficultura ha migrado hacia zonas donde la productividad es mayor, como los departamentos de Huila, Nariño, Cauca y Tolima. También se informa que los programas de control de enfermedades, como la roya, han logrado reducir su incidencia. Hasta no hace mucho eran preocupantes los niveles de infestación que había en distintas regiones cafeteras. En la actualidad no sólo hay una oferta relativamente voluminosa de cafés especiales, sino que, como en el caso de Antioquia, cada vez se estimula más la producción de este tipo de cafés que tienen mejores condiciones de acceso a los mercados internacionales y gozan de precios más favorables. En fin, todos estos elementos llevarían a pensar que la caficultura colombiana debería estar, desde el punto de vista productivo, en mejores condiciones para afrontar una situación de baja de precios reales. Sin embargo, la actitud asumida por los caficultores hace pensar que ello no es así. Incentivos perversos En marzo de 2012, Razón Pública reprodujo el excelente estudio de Roberto Junguito y Ángela Concha ¿Hacia dónde va la caficultura colombiana? Macroeconomía y caficultura. Tras un completo análisis de la situación del mercado internacional del café y del estado de la caficultura nacional, estos autores tratan de responder la pregunta ¿por qué cayó la producción de café en Colombia? Para ello revisaron un conjunto de factores que pueden explicar dicho desplome y concluyeron que la caída responde a problemas climáticos, al poco uso de variedades resistentes y al menor uso de fertilizantes. Esta conclusión básicamente implica poner en duda el sistema de incentivos existente y subraya la escasa productividad de las fincas cafeteras. Pese pues a que el cultivo ha migrado hacia las zonas más productivas y a los altos precios que tuvo hasta hace un tiempo, los productores siguen siendo ineficientes: algo debe estar ocurriendo con los incentivos que percibe el productor y que no lo llevan a mejorar su productividad. Esto pone en duda el sistema de incentivos, ya que la sostenibilidad de la industria depende esencialmente de la capacidad competitiva de las fincas. Sin su fortalecimiento, los apoyos actuarán sólo como paliativos y la situación tenderá a agravarse. Perdiendo las ventajas competitivas El hecho de que un cultivo de exportación, con una larga trayectoria de producción y de comercialización — y que cuenta además con una poderosa institucionalidad de soporte — tenga que mantenerse a base de subsidios no deja de ser una gran contradicción, pues, regularmente, los bienes exportables basan su desarrollo en las ventajas competitivas que poseen. El Ministro de Agricultura y Desarrollo Rural ha dicho al respecto que “la actividad cafetera está apoyada en las muletas del presupuesto nacional”. Estas palabras ponen en entredicho la viabilidad del actual modelo cafetero y, sobre todo, la sostenibilidad de la actividad misma. Sin duda, la competencia abierta en los mercados externos sirve de acicate para fortalecer continuamente la capacidad competitiva. Este mejoramiento se da tanto a nivel de las unidades de producción como de las regiones donde estas operan. Todo esto aumenta la competitividad de la cadena de valor. Está visto que la protección y los subsidios en los bienes importables implican incentivos perversos que hacen más rentable la búsqueda de rentas por intermedio del cabildeo gremial, en lugar de dedicar los esfuerzos y los recursos al proceso permanente de mejoramiento productivo, mediante la investigación y la innovación, por ejemplo. Pérdida de competitividad y de mercados Parecería entonces que la caficultura colombiana está cayendo en esa lógica rentística, lo cual conduce inexorablemente a la pérdida de competitividad, que a su vez acarrea, en un bien exportable, la pérdida de mercados frente a sus competidores. Entre otras cosas, esto ha venido ocurriendo efectivamente con nuestro café. La dirigencia gremial ha elaborado el discurso de que gracias a las medidas que han venido adoptando con apoyo del gobierno — como la renovación de más de 300.000 hectáreas y la reducción de la incidencia de la roya — el país está blindando su caficultura y asegurando la recuperación para retornar a niveles de entre 12 y 14 millones de sacos anuales. Frente a la magnitud de la crisis, sin embargo, y frente a las consecuencias que esta crisis implica, no es conveniente ignorar u ocultar los problemas estructurales que padece la caficultura colombiana. Además de atender la emergencia de los productores (y especialmente la de los más pequeños) la crisis exigiría revisar y ajustar el marco de incentivos, para atacar el problema en su origen: la falta de competitividad en la finca. Buscando la salida Se necesita adoptar una estrategia que, sin distorsionar la asignación de recursos dentro de las fincas, promueva mayores niveles de productividad en los planos predial y regional. Es común señalar que la razón principal para mantener los apoyos a la caficultura es el volumen de empleo que genera la producción de café y la abundancia de pequeños productores. Esta es, sin duda, una justificación válida, pero los apoyos pueden ser más eficaces mediante, por ejemplo, programas focalizados y dirigidos a mejorar los ingresos de este grupo. Esto implica comenzar a separar los problemas productivos y económicos del cultivo, de los estrictamente sociales, lo que demandará crear los mecanismos adecuados para revolver, de manera eficaz, cada uno de ellos. El gobierno nacional creó la Comisión de Expertos Cafeteros con el mandato de estudiar la situación que atraviesa el sector y proponer salidas concretas. En ocasiones anteriores, y frente a crisis más severas que la actual, se habían creado comisiones similares, cuyos resultados fueron útiles para corregir la marcha del sector y definir un mejor derrotero de política cafetera. Para conservar los indudables beneficios económicos y sociales que el país y muchas regiones derivan de la actividad cafetera, es necesario que la Comisión inicie actividades para que prontamente se conozcan sus recomendaciones y estas se traduzcan en medidas eficaces que hagan del cultivo del café una opción de vida digna para miles de hogares colombianos. * Economista agrícola, con estudios de maestría en economía y desarrollo económico. Ha laborado en el sector público y en el privado, y tiene varias publicaciones especializadas en los temas agropecuarios. Actualmente es consultor privado e investigador asociado de Fedesarrollo.
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