Los colombianos necesitamos saber quiénes y cómo influyen sobre las decisiones oficiales, pero en efecto no sabemos casi nada. Dos urgencias de nuestra democracia: conocimiento público y financiación estatal de la política.
Fernando Cepeda Ulloa*
El juego de la política
La vida política gira en torno de la estructura del poder y de su ejercicio. El poder es inter-relacional. La Ciencia Política trata de entender cómo son los procesos de influencia en la vida política.
Como dijo Harold Lasswell, la política gira en torno de una cuestión muy simple: quién consigue qué, cuándo y cómo. O sea, hablamos de cómo interactúan los diferentes actores, unos más poderosos que otros.
La política gira en torno de una cuestión muy simple: quién consigue qué, cuándo y cómo.
Estas son relaciones complejas y donde se utilizan diversos recursos de poder. En ocasiones, pasando por procedimientos inaceptables, que incluyen el soborno, la intimidación u otras formas de violencia que deforman brutalmente la vida política.
La esencia de la democracia es el pluralismo. Ello quiere decir que no se trata de la relación bipolar entre explotadores y explotados, ricos y pobres, los de arriba y los de abajo (la lucha de clases) sino de un proceso pluralista donde participamos todos. El proceso será más democrático en cuanto sea más simétrica la distribución de los recursos de poder a disposición de cada uno de los actores: partidos políticos, gremios, asociaciones profesionales, sindicatos, organizaciones no gubernamentales, tanques de pensamiento, individuos que gozan de prestigio y credibilidad, organismos y entidades internacionales, etc.
La Calle K, donde se ubican varias firmas de Lobbying en Washington D. C., EE. UU. Foto: Wikimedia Commons |
Andanzas de un profesor
Me vanaglorio de haber sido el profesor que dictó el primer curso sobre Grupos de Presión en Colombia, por allá en los años 1960 en la Universidad de los Andes. Y recuerdo, con alguna sonrisa, el raro impacto que tuvo el concepto entre los medios de comunicación. Lo que ya para entonces constituía un tema central en la ciencia política era completamente desconocido –como tema académico- en Colombia.
Hay un folleto que para mí es una joya, porque refleja todo lo que había de inocencia entre nosotros. Fue publicado en 1964 por la Asociación de Exalumnos de la Universidad de los Andes y recogió un debate donde participamos Eduardo Zuleta Ángel, Mario Latorre Rueda, el Padre Camilo Torres y el autor. Infortunadamente el debate resultó muy costoso para Camilo.
Recuerdo pedir a mis estudiantes que elaboraran informes elementales, pero reveladores, sobre la fecha de fundación de algunos gremios (ANDI, FENALCO, Federación de Cafeteros, ASOMÉDICA, FEDEMETAL, CTC, UTC…), su composición, presupuesto, modos de acción, etc. Solicité algunos estudios de caso rudimentario, para entender cómo los gremios habían incidido sobre algunas decisiones. Era un comienzo, y todavía hoy tenemos mucho, casi todo, que investigar al respecto.
Ni tanto ni tan poquito
Sabemos de gremios muy influyentes en nuestra historia, como la Federación Nacional de Cafeteros. Un actor de primera línea en nuestra política exterior, en la política macroeconómica, promotor de un sistema admirable de bienestar social en las zonas cafeteras; y de formas cada día más sofisticadas de participación, aunque su influencia aparente ya no sea tan grande como lo fuera hace algún tiempo.
Incluso en cierto momento hablé de la “gremialización de la política” porque me parecía que había presencia excesiva de los gremios económicos en el debate político de Colombia. Los candidatos presidenciales llegaron a presentar exámenes ante algunos gremios que, además, se arrogaron la facultad de calificar las presentaciones de los mismos.
Hoy, así es la vida, hablo de la desgremialización de la política. Esas asociaciones o grupos de interés, que es otra forma de llamarlas, ya opinan – y eso no conviene – muy poco sobre temas de interés general. Pero seguramente actúan con eficacia en defensa de sus intereses sectoriales -y esto es absolutamente legítimo-.
Solo unos pocos lo saben
Esta dimensión central del proceso político no se entiende sin estudios de casos profundos sobre la manera como los grupos de presión han ejercido su influencia. Eso es lo que uno encuentra cuando lee los clásicos como el del profesor V.O. Key “Politics, Parties and Pressure Groups”.
No tener claridad sobre cómo funciona la estructura de poder, o sea, sobre cómo es el juego entre los varios actores que buscan influir sobre la formulación de políticas y la toma de decisiones, es desconocer la realidad política. Es lo que ocurre en Colombia. La falta de estudios rigurosos al respecto empobrece enormemente el conocimiento de nuestro sistema político.
Es el conocimiento exclusivo que unas pocas personas van adquiriendo por haber estado en el gobierno, en los partidos, en el sector gremial, en el Congreso, las Asambleas o los Concejos. Algunos privilegiados. Y que entonces adquiere un valor económico apreciable y muy solicitado.
![]() Lobby en el Parlamento Inglés, caricatura de Liborio Prosperi publicada en Vanity Fair en 1886.. Foto: Wikimedia Commons |
Democracia y transparencia
El proceso de democratización exige que esa información, ojalá iluminada, forme parte de la sabiduría convencional del mayor número de ciudadanos. El monopolio sobre ella deforma la democracia y la convierte en el gobierno de unos pocos.
De ahí la importancia que en las últimas décadas se le ha otorgado a la sociedad civil, o sea a las organizaciones no gubernamentales que tienen como tarea articular intereses de la más variada índole, para representarlos, para que se reconozcan, para que cuenten, o sea, para que influyan. Influir es incluirse. No influir, es excluirse. Es marginarse. Esos son los abstencionistas. Esos son los ciudadanos pasivos. Esos son los desinformados.
Los que influyen son quienes se llevan la mayor tajada del ponqué político, económico, social y cultural.
Cada día más hay una preocupación entre los analistas políticos por la concentración del poder que implica la exclusión de las grandes mayorías. Es que la distribución de los bienes y servicios que se producen en una sociedad queda distorsionada cuando hay un proceso inequitativo de influencia. Los que influyen son quienes se llevan la mayor tajada del ponqué político, económico, social y cultural. Miren al Choco…
En Estados Unidos desde hace varias décadas existe una dura crítica a la manera como funciona una especie de trinca entre los lobistas y los congresistas. Y por eso, hacer campaña política contra Washington es una característica de casi todas las estrategias electorales. El fenómeno ya cunde por el mundo. Se busca regular el lobby, cosa que en Estados Unidos se viene haciendo desde los albores del siglo veinte con repetidas reformas para perfeccionar la regulación.
Y al mismo tiempo se desarrollan tecnologías que aseguran cómo alcanzar éxito en los procesos de influencia ante el gobierno nacional o sub-nacional, ante los cuerpos colegiados e inclusive ante las comisiones regulatorias. Así como hay consultores para influir el comportamiento del electorado, existen consultores para influir sobre la toma de decisiones estatales. Son empresas que facturan miles de millones, aquí y en todas partes.
A eso se dedican personalidades que han ejercido funciones públicas, que han descubierto los laberintos y caminos del poder. Que saben cómo se obtienen políticas públicas y decisiones favorables, así no coincidan con el interés general. Y en ocasiones, lo que es preocupante, cómo obtener que no existan decisiones en algunas materias. Es igualmente rentable.
Es lo que se ha denominado en el mundo anglosajón, es el pan nuestro de cada día, es “la monetización de la política”. En eso están muchos de los que deciden y muchos de los que influyen y de ahí viene el fenómeno, cada día más agobiante de la corrupción. Y lo que alimenta la desconfianza en las instituciones y en la política y los políticos.
La financiación política
Lo anterior está ligado de manare íntima con la financiación de los políticos, de los partidos y de las campañas electorales. Los juegos más significativos – léase lucrativos- de influencia se construyen por esta vía.
Algún autor decía en Estados Unidos que si la política está para la venta, lo mejor es buscar los mecanismos para que sea el pueblo quién la compre, y no quienes por la vía de las grandes contribuciones se van apoderando de porciones del Estado.
Como escribí por allá en julio de 1995 en El Tiempo, “transparencia, diafanidad, altas pautas de comportamiento por parte de Congresistas, Diputados y funcionarios, son requisitos que unidos a la eficiencia y a la responsabilidad política, les devolverán a los ciudadanos la confianza, la credibilidad en sus dirigentes. Que la Nación nos pertenece a todos es el principio que hay que recuperar. Que nuestra sociedad no está constituida por una minoría favorecida y unas mayorías excluidas, es la realidad que debemos verificar todos los días”. Esta es la manera de construir un auténtico sendero democrático.
Reglamentar el lobby o cabildeo es clave. Pero más importante aún es introducir la financiación política. Ya como Ministro de Gobierno, en 1986, lo intenté sin pena ni gloria. Lo que desde entonces se ha hecho ha sido precario e ineficaz. En un país que ha estado sitiado por las guerrillas, las autodefensas mal llamadas para-militares o los carteles de las drogas ilícitas, por los contrabandistas, los corruptos, el crimen organizado, era y es necesario establecer, no sólo un límite a los gastos desorbitados de las campañas electorales, sino financiación estatal total de la política (campañas, partidos y políticos). Por lo menos temporalmente y mientras logramos superar la influencia nefasta de estas manifestaciones criminales en nuestro proceso político y en la vida institucional.
Limpiar la política por la vía de la transparencia es el trabajo más urgente que debemos acometer. Procesos transparentes de influencia hacen una democracia transparente. Qué lejos estamos de ese ideal.
* Ex ministro, ex embajador, abogado de la Universidad Nacional, politólogo de la New School for Social Research, profesor universitario y columnista de opinión.