Qué ganaron y qué perdieron Santos, Uribe, las maquinarias, los partidos viejos y los partidos nuevos, el sistema político, la democracia y la ciudadanía. Más importante aún: qué sigue ahora.
Ganan los caciques, pierde la democracia
Es cierto que Uribe dio el golpe político más fuerte este 9 de marzo, pero fue solo en el Senado, pues en la Cámara perdió. La unidad santista, por su parte, consiguió la mayoría aritmética, pero tal vez perdió la pelea por la opinión. Mejor dicho: renunció a ella, pues cifró sus esperanzas en las maquinarias de partido.
En cierto sentido, tanto el uribismo como el santismo ganaron, puesto que se repartieron ese capital simbólico (algo deteriorado) que es la representación parlamentaria
En cierto sentido, tanto el uribismo como el santismo ganaron, puesto que se repartieron ese capital simbólico (algo deteriorado) que es la representación parlamentaria, botín que los ha distanciado.
Las que no se sabe si ganaron algo o no fueron la democracia y la ciudadanía, o como se prefiera denominar a esa entidad un poco abstracta que es el pueblo, el aparente titular de la soberanía.
Este tuvo, al menos, una oportunidad más para decidir sobre su representación, y lo hizo. Solo que obró mayoritariamente en la lógica particularista que le imponen los caciques y las empresas clientelistas. Porque los partidos predominantes – los viejos y los nuevos- son simples federaciones de esas empresas clientelistas.
Parte de la ciudadanía escapó de las clientelas (las de Santos) pero solo para marchar, como hechizada, tras el discurso maniqueo de Uribe, que para atacar a quien le arrebató la propiedad provisional sobre ellas, simplifica hasta la caricatura temas tan sensitivos como la paz o apela al moralismo para descalificar como “traidor” a su adversario.
Fuente: Elaboración del autor con datos de la Registraduría General de la Nación
![]() El Presidente de la República, Juan Manuel Santos. Foto: Presidencia de la República |
El efecto Uribe
Al conseguir diecinueve senadores, el movimiento de Uribe logra cuatro cosas a la vez:
1) Remueve al electorado de opinión, lo que no es fácil ni habitual en unas parlamentarias;
2) Promueve un personal de relevo de la clase política tradicional;
3) Modifica el cuadro de los equilibrios interpartidistas; e
4) Introduce la cuña de una oposición de derecha.
Centro Democrático recogió un caudal de 2 millones de sufragios, de los cuales alrededor del 70 por ciento se debió a la presencia del caudillo en la lista (el resto se debería al aporte de algunas clientelas por parte de los otros candidatos).
Con este motor se lanzó a la palestra un nuevo personal parlamentario de origen variopinto. Y esto marcó el nacimiento de un partido que le resta fuerzas a la coalición gobernante y que en efecto es una más de las nuevas facciones en las que se ha fragmentado el bipartidismo tradicional.
Pero esta vez no como federación de empresas electorales, como operan los del Partido de la U, por ejemplo, sino como aparato al servicio de un jefe con aspiraciones de poder, un poco como lo es también Cambio Radical, organizado en función de las pretensiones presidenciales de Germán Vargas Lleras.
Un último efecto, quizá inédito, del factor Uribe en estas elecciones, es la constitución de una oposición de derecha, desprendida del tronco común de los partidos del establecimiento, cuyo estilo pendenciero, evocador del antiguo laureanismo, se anuncia ya con sus denuncias sobre el “chocorazo” del 9 de marzo.
Este tipo de acusaciones sin duda se repetirán, con el eco de una impugnación que deslegitime como fraudulento al nuevo Congreso y, de paso, al nuevo gobierno, en el supuesto de que Santos llegara a repetir, lo que no es evidente dado el alto porcentaje de encuestados que rechaza su reelección.
Identidades, cacicazgos y opinión
Ese grito de “¡fraude!” no deja de ser un reconocimiento indirecto de los límites a los que llegó electoralmente el uribismo; unos límites, a decir verdad, muy estrechos si lo que pretendía era tener la mayoría en el Congreso antes de ir triunfante por el gobierno.
La barrera contra lo que pretendía ser la ola “de la mano dura y el corazón grande” la levantaron los otros partidos del establecimiento, los mismos que forman la coalición gobernante, apoyados todos en tres lógicas que se entremezclan:
- La de las identidades aún no disueltas, restos de un naufragio en las lealtades, como lo ejemplifican liberales y conservadores;
- La de los cacicazgos y empresas electorales, de la que se volvió un paradigma el Partido de la U, con sus Musa Besaile y Ñoño Elias; y,
- En menor medida, la lógica del voto de opinión, también movilizable por algunas figuras (tales como Carlos Fernando Galán) con las que estas maquinarias partidistas suelen jugar al mascarón de proa para pescar votos por el lado de la transparencia y la eficiencia (no todo puede ser amarradijos, compraventas y clientelas).
Centro Democrático recogió un caudal de 2 millones de sufragios, de los cuales alrededor del 70 por ciento se debió a la presencia del caudillo en la lista.
Los cuatro partidos que estuvieron con el gobierno de Santos (apoyándolo y recibiendo beneficios) fueron favorecidos con casi 7 millones de votos, más del triple de los que apoyaron a Uribe.
Es una votación que se traduce en una representación, entre Senado y Cámara, equivalente al 68 por ciento, si se promedia la fuerza que tiene cada partido en las dos cámaras; mientras la del uribismo se queda frenada en un 11 o 12 por ciento, debido a sus malos resultados en la Cámara (aunque le haya ido muy bien en una Bogotá uribizada).
![]() El expresidente y actual Senador, Álvaro Uribe Vélez Foto: Globovisión |
Distancia ideológica y equilibrio de fuerzas
Con esos trazos queda diseñado el paisaje político, marcado por los parámetros que definen al sistema partidista en Colombia: la distancia ideológica, la intensidad en la polarización y el equilibrio de fuerzas.
El nuevo rasgo del sistema (una oposición de derecha relativamente fuerte) lo proponen sin duda los dos primeros parámetros; esto es, el distanciamiento, ahora instalado en el Congreso, del uribismo frente al presidente Juan Manuel Santos.
Este distanciamiento está dictado por las diferencias a propósito de la seguridad, que ha sido ideologizada completamente por el expresidente, lo mismo que acerca de la paz, aunque sobre este particular (oportunismo electoral obliga) Uribe haya tenido que matizar sus ataques a las negociaciones con las FARC.
Además, se traduce en una polarización política que toma forma en esa oposición cuyo encono ya se hace anunciar con las trompetas que impugnan al Congreso que se instalará el 20 de julio.
Una eventual ingobernabilidad como efecto de una oposición poco proclive al consenso estaría neutralizada por el equilibrio de fuerzas, pues la coalición de la Unidad Nacional dispondría de una mayoría holgada, solo si la mayor parte de los barones del conservatismo se mantienen con Santos, como todos los antecedentes lo sugieren.
En ese caso, el sistema mismo de partidos estaría refrendando su condición de coalición hegemónica, rasgo muy poco democrático de la democracia colombiana. Sin embargo, un 18 por ciento en el Senado, o incluso apenas un 12 por ciento en todo el Congreso, hace de la oposición uribista (por más de ultra derecha que sea, como la califica el propio Santos) una fuerza que escapa, mientras dure, a los bordes de la marginalidad o de la insignificancia como poder en el ejercicio parlamentario.
Fuente: Elaboración del autor con datos de la Registraduría General de la Nación
A diferencia de la izquierda, que no llegó al 10 por ciento de la representación, el uribismo alcanzaría cierta capacidad de bloqueo contra las iniciativas del gobierno, sobre todo si cuenta con algún margen de indisciplina en sectores del bando contrario.
Paradójicamente, el uribismo, que contamina la democracia con ese discurso tan suyo en el que mezcla equívocamente al adversario con el enemigo, estaría contribuyendo a que los desequilibrios en la representación parlamentaria no fueran tan desproporcionados; es decir, a que no fueran tan antidemocráticos.
En tales condiciones, la coalición de gobierno (que por cierto bajó de más del 80 por ciento al 50 por ciento, si no se cuenta por ahora con los conservadores) pasaría de ser una coalición hegemónica a convertirse en una coalición de mayorías.
El verdadero ganador
Pero más allá de las tendencias políticas que afloraron en la superficie electoral, un fenómeno de desaliento se impuso como ejercicio central en la construcción del vínculo de la representación: el fenómeno del sufragio electoral –con seguridad, más de la mitad de la votación- atrapado en las redes clientelistas, expertas en canalizar recursos – legales o ilegales, públicos o privados- para asegurar el intercambio de favores con el elector.
Este es un “partido”, múltiple y ubicuo, que atraviesa las fronteras de las grandes colectividades; ayer uribista, hoy santista. Es el “partido” de las clientelas, familiares o empresariales, que el 9 de marzo le dio, con su apoyo, el triunfo global a Juan Manuel Santos.
Un apoyo saturado de polución tóxica, que también le puede enajenar del todo la confianza de muchísimos votantes, ya escépticos, que acaben por hacer de Enrique Peñalosa, amplio ganador de la consulta verde, el fenómeno en ascenso, de cara a la jornada del 25 mayo.
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