Las esperanzas de un futuro mejor para Egipto se desvanecen ante la fría realidad política: la segunda vuelta de las elecciones enfrentará a dos candidatos extremos, el uno sucesor de Mubarak, el otro fundamentalista musulmán. Todo indica que la Constitución no estará lista a tiempo. El espectro de la guerra civil ya se asoma.
Mauricio Jaramillo Jassir *
Revolución sin norte
Los resultados de las elecciones en Egipto dejan al descubierto la imprevisibilidad del proceso electoral y el cambio de rumbo que puede tomar la revolución: la sorpresiva victoria parcial de Ahmed Chafik y de Mohammed Morsi muestra a dos candidatos extremos, que pasaron a la segunda vuelta y ahora están a punto de alcanzar el poder por las urnas, una salida a la larga crisis egipcia que la comunidad internacional y buena parte de la población egipcia ni previeron ni desean.
¿Qué hechos provocaron un resultado electoral tan sorpresivo?
Chafik: un candidato inesperado
En el caso de Ahmed Chafik debe recordarse que se trata de un hombre cercano a Hosni Mubarak. Recientemente, en el momento más crítico de la revolución, fue nombrado Primer Ministro y su desempeño no fue ciertamente el mejor. Cuando se produjeron los abusos de fuerza por parte de los militares contra los manifestantes, Chafik no se pronunció y guardó un silencio que sus enemigos le reprochan con justicia.
Su candidatura, una vez anunciada pasó desapercibida, eclipsada por el nombre de Amr Musa, exsecretario general de la Liga Árabe, que parecía tener más opciones entre los representantes del establecimiento Mubarak.
![]() A cadena perpetúa fue condenado el ex mandatario Hosni Mubarak. Un tribunal lo responsabiliza de la represión de 2011. Foto: Cuba debate. |
Que Chafik hubiese obtenido el 23 por ciento de los votos fue una sorpresa mayúscula, cuya explicación se encuentra en tres razones: la dilación en el proceso de transición que la ha vuelto traumática y violenta, los excesos del partido musulmán Ennahda en Túnez y el apoyo de los cristianos coptos que ven en Chafik la única posibilidad de estabilización.
La transición en efecto ha sido traumática y -a diferencia de otros casos donde el proceso revolucionario culminó rápidamente en elecciones- en Egipto este período se ha prolongado, provocando severas fragmentaciones.
En la primera etapa de las elecciones en noviembre de 2011 —para elegir a los representantes de la Asamblea del Pueblo (Cámara Baja)— los enfrentamientos entre el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas y los manifestantes produjeron la muerte de al menos 30 personas.
Estos comicios eran cruciales en la transición, porque de este proceso debía surgir la Asamblea Constituyente. La redacción de la nueva Constitución debía llevarse a cabo antes de la posesión del presidente, que se espera aún para finales de este mes. Empero, lo más probable es que el nuevo presidente se posesione sin que se haya aprobado una nueva Carta Magna.
El riesgo de un presidente legítimo, pero sin una Constitución que defina un conjunto de reglas mínimas sobre el sistema político, pone al régimen en una preocupante situación de vulnerabilidad frente a expresiones de abuso del poder por parte del nuevo mandatario.
A su vez, algunos de los electores ven en el caso del partido islámico Ennahda —Movimiento del Renacimiento (Nahda en árabe) — de Túnez, un reflejo de lo que podría ser en Egipto un gobierno de los Hermanos Musulmanes, en cabeza de Mohammed Mursi, el otro candidato.
A pesar del tono moderado del partido islámico tunecino, que incluso lo acercó al modelo laico turco de finales de los años 80, el régimen ha dado muestras de ortodoxia. Esto se pudo apreciar en las sanciones contra el canal de televisión Nessma, castigado por la difusión del film Persépolis de Marjane Satrapi, aduciendo que atentaba contra la moral pública.
Este tipo de hechos han conducido a manifestaciones violentamente reprimidas por el régimen y que ponen en entredicho el carácter moderado de Ennahda. El razonamiento de algunos egipcios es sencillo: si en Túnez Ennahda se ha excedido, es probable que con la Hermandad Musulmana ocurra algo similar en Egipto.
Y por último, no se debe desconocer el peso de los cristianos coptos en Egipto que ven con preocupación el ascenso de un partido islámico. En efecto, se trata de la comunidad cristiana más relevante en Medio Oriente (10 por ciento de la población egipcia) y con una importancia innegable en la historia de Egipto.
De hecho, su presencia es anterior a la llegada del Islam. Dicha comunidad ha sobrevivido a períodos de hostilidad como el inaugurado a finales de los años 70, cuando Anwar Al-Saddat liberó a grupos de militantes de la Hermandad Musulmana y se dio una época de persecución contra los cristianos.
En 1980, el artículo 2 de la Constitución declaraba al Islam como “fuente de toda legislación”. Aunque no se trata de una aplicación ortodoxa, significó una regresión para la situación de los cristianos en Egipto.
De manera que el apoyo copto al que se suma el de hombres en sectores clave de la economía egipcia ha incidido para que Chafik haya logrado pasar a la segunda vuelta.
La Hermandad Musulmana: el resurgimiento del Islam
Ahora, ¿qué razones condujeron a Mohammed Mursi a la segunda vuelta? Es preciso entender primero que el Islam sigue siendo el deber ser para un sector importante de la sociedad egipcia y no ha perdido su atractivo.
A pesar de los intentos por establecer modelos de Estado laicos en el mundo musulmán, la realidad es que en estas sociedades la religión es difícilmente disociable de la política. Eso explica el lema de la Hermandad Musulmana: “El Islam es la solución”.
![]() QueChafik hubiese obtenido el 23 por ciento de los votos fue una sorpresa mayúscula. Foto: cp24.com |
En consecuencia, utilizar el Islam como vehículo político es una apuesta que puede resultar rentable, especialmente en el actual contexto egipcio. Precisamente, uno de los errores más visibles de Anwar Al-Saddat y de Hosni Mubarak consistió en tratar de encontrar un consenso interno (¿o equilibrio de poder?) con la Hermandad Musulmana, mientras el país se acomodaba al ambiente internacional, alineándose con Europa y Estados Unidos.
Entretanto, la Hermandad Musulmana supo adaptarse a diferentes contextos y en circunstancias cambiantes. Cuando Al-Saddat decretó el Islam como fuente de toda legislación, lo hacía por equilibrar las fuerzas en Egipto y amortiguar el impacto interno de la firma de los acuerdos de paz con Israel (Camp David I) en 1978. A pesar, de la medida tomada por Al-Saddat, la Hermandad rechazó el reconocimiento de Tel Aviv, así como lo hacía buena parte del mundo musulmán.
En 1991, con la intervención de Estados Unidos en Irak, el mundo árabe–musulmán se dividió. El apoyo de Egipto a la coalición de Estados que intervino militarmente exacerbó a movimientos integristas sunitas por toda la región [1]. Este sentimiento se reforzó aún más con la polémica intervención de Estados Unidos en Irak de 2003.
Dicho de otro modo: mientras el Egipto de Al-Saddat y Mubarak buscaba posicionarse regionalmente y trataba de sacar provecho internacional — Egipto llegó a ser el segundo receptor de ayuda de Estados Unidos después de Israel — la Hermandad Musulmana iba capitalizando internamente el descontento generalizado frente al régimen.
Actualmente, sus militantes se estiman entre 600 000 y un millón, lo que revela una poderosa organización y un partido que se ha hecho sólido con el paso del tiempo, construyendo bases sociales.
La Hermandad Musulmana fue el único partido capaz de ubicar delegados en la totalidad de los puestos de votación. Este hecho da una idea del alcance nacional al que puede estar accediendo el partido [2].
¿Cómo prevenir una guerra civil?
Para la segunda vuelta, sobra decir que el futuro de Egipto está en juego. Aunque se trate de dos extremos en contienda, ambos buscan un objetivo que parece idéntico a simple vista: la estabilización egipcia, luego de un duro período de convulsiones internas.
![]() Las movilizaciones han sido una constante en el Egipto del último año. Foto: alianzacivilizaciones.blogspot.com |
A pesar de ello, se trata de proyectos a todas luces irreconciliables al contrastar sus orígenes, sus dirigentes y su visión regional y global. En la actualidad, parece difícil pensar en grandes acuerdos nacionales sobre lo mínimo, lo cual pone a Egipto al borde de una catastrófica guerra civil.
Los antecedentes regionales no son prometedores. En el pasado, el mundo árabe–musulmán ha mostrado profundas fragmentaciones que han conducido a escenarios de guerra civil o de conflictos armados como en Argelia, el Líbano, Palestina e Irak, por mencionar solo los más visibles.
A la luz de todo lo anterior, solo existe una forma de garantizar que Egipto no caiga en el escenario de guerra civil: la búsqueda de un consenso nacional inmediato para redactar una Constitución que incluya a todos los sectores.
Dicha tarea es urgente y se debe materializar antes de entregar el poder a un representante de uno de los extremos que han marcado la política egipcia en los últimos años, con resultados desalentadores. La crisis actual es un argumento irrefutable.
* Profesor de la Universidad del Rosario e investigador en la Escuela Superior de Guerra.