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Egipto: la caída de Mubarak y los retos de la transición

Escrito por Ricardo García Duarte
ricardo garcia

ricardo garciaUna reflexión sugestiva sobre la finalidad, los procedimientos y las estructuras que escribirán la nueva página de la historia de Egipto, libre ya del dictador pero sin claridad sobre el paso que sigue.

Ricardo García Duarte *

0081Una plaza viva

La masa victoriosa 

La masa ha conseguido su propósito directo: ha forzado la caída del gobernante para darle paso a un cambio de régimen. Ha caído Mubarak a pesar de mantenerse abroquelado por diversos y muy seguros puntos de amarre: el ejército principalmente, y un partido dominante, y sus aliados cercanos, y las redes clientelistas con la sociedad, y las transacciones con los centros del poder económico, y la alianza estrecha y dependiente con  Estados Unidos.

Estos abroquelamientos, tan variados y tan firmes, han saltado sin embargo bajo la presión de dieciocho días de movilización popular. La masa – el pueblo -egipcio ha dado muestras de una inusitada energía democrática, y ha insuflado un aliento de alcances cuasi-históricos, porque expulsó a un gobernante que se había perpetuado en el poder y además puso en crisis al régimen político, lo que obliga a pensar en un cambio en las formas habituales del poder dentro de cierta organización simbólica y cultural de la sociedad. Tan habituales eran aquellas que a los ojos de muchos parecían estar provistas de una sustancia natural y no meramente histórica. Como si dentro del marco del Islam solo cupieran los regímenes autoritarios.

El cambio como negación y sustitución

Aliento histórico en política significa nada más ni nada menos que la posibilidad del cambio. Y el cambio, como posibilidad, es lo que ha quedado abierto, después de la caída del señor Presidente, como consecuencia de la movilización democrática de una masa, que con su victoria ha consumado su configuración como contra-poder, así fuera apenas por un instante.

La caída del gobernante, bajo el impulso deliberado de la masa, entraña un cambio que es negación pero también promesa de sustitución. Por un lado, es la simple negación del régimen establecido. Por el otro, es la perspectiva de su reemplazo.

Entre la negación y la sustitución, siempre habrá campo para la transición. Que es el paso –pequeño o grande, largo o breve- de tránsito hacia la organización de un poder nuevo. Y que es, al parecer, el reto que enfrenta la nación egipcia después de que la masa ciudadana echara por tierra al gobierno del hombre fuerte.

La transición y sus dimensiones

Toda transición política envuelve, al menos, tres dimensiones:

  • La primera  es su sentido teleológico es decir, la dimensión de sus fines, la del régimen hacia el que se quiere llegar (democrático o autoritario, por ejemplo).
  • La segunda corresponde a su sentido procedimental.  Aquí se definen las reglas para gobernar  y los arreglos para conducir los procesos, además de los apoyos institucionales. Se define, en consecuencia, si hay lugar a consensos o si la transición va estar marcada por disensos y conflictos. Si hay control en la marcha de los acontecimientos, o si en la marcha se puede ir más allá de los límites preconcebidos, como cuando se juzga inmediatamente a los responsables de los abusos sin que importen las consecuencias inmediatas.
  • La tercera dimensión corresponde al sentido estructural o al de las relaciones de fuerza entre los actores que hacen parte del proceso de transición.  La del juego entre personalidades y actores visibles, como también la que se da, de un modo soterrado, entre fuerzas sociales cuyos desplazamientos son más lentos y pesados.

Finalidad, procedimientos y estructuras, son las tres categorías que definen la suerte de una transición política.

Las fuerzas en el nuevo escenario

En el campo de los fines –el de la dimensión teleológica- los propósitos colectivos, los de la multitud actuante y los de las fuerzas políticas, han ido de manera explícita en la dirección de una apertura política.

Los fines de la resistencia de masas no han dejado lugar a la duda. La salida de Mubarak, cabeza visible de un régimen autoritario; así mismo, la exigencia de unas elecciones libres y de espacios abiertos para la oposición; además de la eliminación del Estado de emergencia; son todos ellos objetivos nacidos en el horizonte de un régimen mucho más democrático que el que acaba de quedar huérfano de su principal cabeza. Se trata de algo que comunica al proceso un aire de refresco, un espíritu de revolución.

Por su parte, la dimensión procedimental –las de las reglas, la de los consensos y los juegos institucionales- pareciera imponer por el contrario un freno al impulso revolucionario. El pivote sobre el que se organizará el proceso va a estar constituido por el ejército; al menos, en su fase inicial; aunque después podría entregarle el papel central a una Asamblea Constituyente, sin que por ello las Fuerzas Armadas se resignen a perder su capacidad de  influencia.

Arbitro indiscutible en el desenlace de la crisis, la cual se expresó en la movilización callejera y desembocó finalmente en la caída del Presidente, el Ejército podría apaciguar por otro lado la protesta popular, neutralizando de esa manera la fuerza de democratización efectiva que va implícita en la movilización popular que lucha contra el autoritarismo. Es algo que si bien conjura los riesgos del vacío político, no deja de encerrar una intervención conservadora, lo que más tarde puede traer efectos de retraso en un eventual proyecto de modernización social.

Por último, en la tercera dimensión, -la de carácter estructural– la correlación de fuerzas termina definiendo el curso y el alcance de los cambios.

En el escenario político que surge después de Mubarak hacen presencia actores concretos, dotados de una fuerza particular frente a los otros, y de una legitimidad surgida de los acontecimientos revolucionarios; destinados ambos –tanto la fuerza como la legitimidad– a ser valorizados frente a los otros protagonistas en la confrontación por el poder. De quién valorice más su fuerza y su legitimidad dependerá el sello y la extensión de los cambios en el régimen futuro.

Masa, ejército y fuerzas políticas

La multitud alcanzó casi a configurarse como un actor con legitimidad y con capacidad de presión, en la medida en que se constituyó como contra-poder, eso sí fugaz pero eficiente, al permanecer en la calle sin desmayo, mientras no renunciara el jefe máximo del régimen.

Así mismo, está el ejército, supremo árbitro de la transición inicial. De otra parte, aparece el Partido Democrático Nacional de Mubarak y sus aliados, incluidos algunos sectores de izquierda. También están las fuerzas políticas que por momentos acompañaron, o lideraron a veces, la movilización popular; y que se coaligaron bajo el propósito común de derrocar al gobierno. Es una coalición de movimientos y partidos, sin mucha potencia orgánica, salvo la que exhiban los “Hermanos Musulmanes”; pero que ahora emerge toda ella –la coalición- revestida de una enorme legitimidad histórica.

Como quiera que la caída de Mubarak no significó de inmediato el establecimiento de un gobierno de unidad nacional cuyo eje estuviera constituido por la coalición democrática, la primera prueba que debe enfrentar dicha coalición, será la de conseguir con su fuerza y  legitimidad la convocatoria de una Asamblea Constitucional, escenario en el que deben echarse los cimientos para un régimen nuevo.

Los dilemas de una Asamblea Constituyente

En tales circunstancias el centro del juego político se desplazará hacia ese nuevo escenario; de modo que su posible existencia obligará a nuevas reglas de procedimiento. ¿Va a tener un origen totalmente popular? ¿Implicará la legalización de la Hermandad Musulmana? ¿El ejército se allanará a reglas abiertamente democráticas para la conformación de dicha Asamblea?

En la amplitud democrática de ese eventual cuerpo constituyente va a medirse la potencia simbólica y material de la coalición democrática conformada por diversos grupos y partidos; unidos como han estado, aunque no muy sólidamente, en la protesta contra el régimen.

En la conformación de esa, por ahora hipotética, Asamblea Constituyente; en su composición democrática, a la vez plural y potencialmente constructora de consensos, radicará sin duda la segunda prueba de fuego para la coalición democrática. Coalición ésta que como nueva protagonista de los acontecimientos estará obligada a conseguir allí una presencia mayoritaria.

En esas promisorios posibilidades radicaría también el efecto real de un régimen nuevo de democracia; congruente eso sí con una competencia abierta y organizada por el poder; que sustituya el autoritarismo; y que sea capaz de componer con el tiempo un espacio del poder político, lo suficientemente autónomo frente a la riqueza privada y frente al poder religioso, para construir relaciones de igualdad ciudadana, separadas de las desigualdades que impone la reverencia religiosa y la imposición económica.

 *Cofundadaor de Razón Pública. Para ver el perfil del autor, haga clic aquí. 

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